Amour. Cuando estar vivo no es suficiente

OPCC_01_AMOUR_8.14_Layout 1No sé cómo empezar este texto. Puedo decir que estoy desolado, triste, sin palabras. Puedo decir que tengo ganas de vociferar, salir a la calle, pedir a gritos atención, que alguien escuche la importancia de lo que me ha pasado, pero hago lo que desde hace algún tiempo puedo hacer: sentarme a contar estas gansadas que a nadie deberían importar. Acabo de ver Amour, la última película del director alemán Michael Haneke, y esta es la sensación que me ha dejado.

Si pretendes verla es el momento de decirte que dejes de leer. La huella emocional, la reflexión conmovedora e impactante no será igual si alguien te habla de ella antes de verla.

Haneke no es un desconocido. Llevo años siguiendo su cine, y como en todo artista, tiene altibajos, con películas memorables como Funny Games, y su inolvidable crítica  a la violencia, La cinta blanca (Kindergeschichte), con un relato inusual e inesperado sobre la intolerancia o La pianista (La pianiste), un relato descarnado –a veces cruel– sobre las frustraciones y los efectos nocivos de la autorrepresión.

Esta vez desde el título nos sorprende, porque esperamos otra cosa. Una película, al parecer tranquila, sin sobresaltos, con una historia apacible de dos ancianos profesores de música retirados a los que la vida ha unido en un lazo que parece existir para siempre, con alumnos que han triunfado en la música dando conciertos por todo el mundo, con hijos que viven sus propias vidas y sus problemas. Hasta que la maldita circunstancia de una enfermedad inesperada se cruza en sus vidas.

Tantas veces escuchamos noticias de ancianos que mueren solos, que no damos importancia al hecho. Nos duele, sí, mientras dura la noticia, mientras vemos las imágenes del edificio donde vivían, a medida que los vecinos hablan las bondades de los implicados, pero luego pasan a las manifestaciones del día en Alemania o los muertos por la guerra en Siria, y la noticia quedó en el olvido.

El gran logro de Haneke es que hace de alguna de estas noticias, aparentemente intrascendentes, un argumento valioso; se quedó con la incomodidad de ver a dos ancianos que, a pesar de vivir en un mundo civilizado, con libertades, ajenos a los grandes conflictos del mundo y las grandes noticias de los medios, tenían el gran problema de sus vidas, y que muchas veces sólo a unos pocos importa.

Amour es un alegato bien estructurado, con un argumento que, no por predecible, nos condiciona. Y por predecible, no debemos entender que se puede adivinar un final que el director nos cuenta en los primeros minutos de la película. La soledad, la vejez, el amor, la indiferencia de gran parte de la sociedad, la imposibilidad de vivir ante determinadas circunstancias aun cuando la vida es larga o útil, o aprovechada, todo es poco para poder decir sobre esta obra maestra del director alemán.

Haneke agarra, como Chéjov, un trozo de la vida de uno de tantos –¿cientos? ¿miles? – de ancianos que sobreviven en las panzas de New York, Berlín, París o Madrid y sin presentaciones, sin antecedentes, sin argumentaciones iniciales, nos introduce en su casa, como espectadores privilegiados del infierno en que puede llegar a convertirse un paraíso.

Como todo el cine de acción emotiva, la historia no admite concesiones. El espectador no tiene posibilidad de relajarse, de sentir algo de sosiego, porque el conflicto que se vive en la pantalla, aunque parece un grano de arena, es como una palanca que mueve el mundo para Georges y Anne y para nosotros como testigos de su odisea. Contada además, sin la apoyatura de la música como elemento dramático, con largos silencios, que hacen aún más incómoda la enfermedad y los desasosiegos de los personajes.

Por momentos, quieres que la película acabe, porque sabes adónde va, porque tienes desde el principio el desenlace de la historia (como en aquella magnífica novela de García Márquez, Crónica de una muerte anunciada, que comenzaba diciendo que mataban a un personaje que luego imploras que no maten mientras lees), pero que aún no te crees, que aún esperas que no ocurra, que suplicas porque alguno de los personajes que se cruzan con los dos ancianos tome la medida adecuada para llevar la historia a un final diferente al que ya sabes que es inevitable.

Desde ya lo digo, no te metas a ver esta película si no tienes paciencia, si eres excesivamente sensible, si el cine reflexivo no es tu fuerte, si prefieres sólo películas optimistas. Porque Amour, es, además de una historia bien contada, una fuerte crítica hacia nosotros, hacia el ser humano, hacia esta criatura que a veces, de tanto meternos en nuestras rutinas, olvidamos las rutinas de los otros; de tanto mirarnos, olvidamos que el espejo es un trozo de vidrio, con una pátina de nitrato de plata detrás, que refleja además, las imágenes de cientos de personas que no salen en las noticias, que no son comentario más que de unos pocos, y que sólo sabemos de ellos, o nos acordamos, cuando sucede la tragedia. Un filme que guardaré en mi recámara para volver a ver, para no olvidarme que a veces mis problemas son apenas una brizna que vuela en el viento de la humanidad, aunque para mí sea el fin de la vida, cuando ella misma no sea suficiente.

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