El éxito, ¿es cuestión de suerte?

por Carlos Salas
El siguiente texto salió publicado por primera vez en 2008. Es un tema que ya hemos tocado aquí antes, aunque de otra manera y retomamos su validez.

La Humanidad tiene una deuda enorme con el Club de Madres de Lakeside. A fina­les de los años 60, estas norteamericanas reunieron los ahorros de una rifa y com­praron un terminal llamado ASR-33 que re­galaron a la escuela del pueblo. Era una máquina de escribir electrónica unida a un tosco ordenador con una impresora.

Uno de los chicos que decidió pasar su tiempo en esta máquina se llamaba Bill Ga­tes. Con sus conocimientos del lenguaje de ordenador Basic, Gates se puso a progra­mar juegos para sus amigos y, poco a poco, le fue picando el gusanillo. Lo que vino después ya es historia: Gates y sus amigos fundaron Mi­crosoft, crearon programas para ordenador y hoy sus productos están en el 80% de las máquinas del mundo.

¿Qué habría pasado si las ma­dres de Lakeside no hubieran re­galado ese aparato a la escuela?
Esto da que pensar. Hay his­torias de éxito que dependen del azar. Por ejemplo la penicilina. El doctor Fleming había dejado unos cultivos bacterianos en su laboratorio, y un día, al salir, se dejó la puerta abierta. Un tipo de hongo con el que estaban traba­jando sus colegas en el piso su­perior viajó por el aire y acciden­talmente cayó en la placa donde vivían bacterias. Al regresar, el doctor Fleming comprobó que las bacterias estaban muertas a causa del moho penicilium. Así nació la penicilina, un antibióti­co que ha salvado millones de vi­das y que ha dado pie a una in­dustria farmacéutica de propor­ciones colosales.

¿Qué habría pasado si Fleming no hu­biera sido un despistado?

Dan Brown era compositor y cantante pero le molestaba salir a un escenario. Du­rante un viaje a Tahití leyó un libro de Sydney Sheldon titulado La conspiración del Juicio Final y al terminarlo se dijo: “Yo puedo hacer algo así”. Entonces, volcó sus esfuerzos en la literatura hasta que escribió varias obras sin mucho éxito. Al final, dio con la fórmula en El Código da Vinci y aho­ra ya puede decir que no sabe lo que son las preocupaciones.

¿Habría conseguido escribir el best seller si no hubiera viajado a Tahití?

Muchos de ustedes pensarán, al hilo de los ejemplos anteriores, que si no hubieran sido Gates, Fleming o Brown, habrían sido otros y al final se habría descubierto un programa de ordenador parecido al Windows, un antibiótico y un best seller. Otros pensarán que no hay éxito sin un tra­bajo duro.

Partidarios de esto último son los españo­les Alex Rovira y Fernando Trías de Bes que escribieron hace unos años un libro titulado La buena suerte (Urano). Traducido a 18 idiomas, se ha vendido en 40 países y ha te­nido un éxito rotundo. Después de hablar con cientos de personas, los autores trata­ron de identificar las causas de la buena suerte. Escribieron una fábula y al final pre­sentaron 10 reglas que se pueden resumir en una: hay que trabajarse la buena suerte.

Porque una cosa es la suerte, como la Lo­tería, y otra la buena suerte, que es el empe­ño en crear las circunstancias para que nos pasen cosas positivas.

En el mundo de los negocios, hay golpes de suerte que son insólitos. Pero siempre hay una persona que se fija en algo que los demás no dan importancia. Creo que ésa es una de las claves del éxito.

La historia del post-it es un ejemplo. El científico de 3M Spencer Silver había des­cubierto un adhesivo suave que podía ser usado varias veces pero nadie en la compa­ñía le dio importancia. Un día, Art Fry, uno de sus colegas, estaba en la iglesia tratando de cantar a coro los himnos con un libro de salmodias, pero los marcapáginas se le caían a cada rato. En ese momento pensó en el invento de Silver y rescató el post-it. Hoy es un universal.

¿Lo llamarían buena suerte? Creo que gran parte de los productos que nacen cada año y que se convierten en éxitos populares se deben a revelaciones. No son revelaciones místicas, pero desde lue­go, son ocurrencias que muchas veces no tienen nada que ver con la lógica.

Llega un momento en que las ideas se or­denan de otro modo en la cabeza y produ­cen una luz que todos conocemos muy bien, pues la solemos dibujar como una bombilla.

Cada vez que veo un capítulo de la serie House, me doy cuenta de que sus grandes soluciones a enfermedades indetectables, se deben a revelaciones. El gatillo que desa­ta esas revelaciones siempre es un suceso externo en que se fijan los ojos de House y que se asocia a la solución.

Aunque parezca increíble, gran parte de los avances científicos se han debido a aso­ciaciones que nacen sin ton ni son, sin cau­sa, sin lógica.

Werner Heisenberg tuvo la re­velación de su principio de inde­terminación en medio de un ata­que de alergia colosal que le pro­dujo fiebres profundas. Muchos científicos describen en sus bio­grafías que llegaron a sus fór­mulas y descubrimientos en me­dio de sueños, procesos febriles, casualidades o golpes de fortuna o de manzanas.

Pero una cosa es tener la ocu­rrencia, y otra ponerla en mar­cha. En el mundo de la empresa, la diferencia es una cuestión de constancia. El nuevo libro de Malcolm Gladwell, autor de La frontera del éxito e Intuición, va por ahí. Se titula Outliers (Hachette Book) y se fija en las per­sonas que han tenido éxito: ¿fue fortuito o se debía a su talento? En una entrevista reciente Glad­well daba la respuesta: entre el amateur y el profesional hay 10.000 horas de trabajo. “Nadie ha sido un maestro de ajedrez sin haber jugado por 10 años” (se puede leer en The Wall Street Journal en español).

Eso me recuerda lo que me dijo una vez Justo Yúfera, fundador de Seur. En la pos­guerra se le ocurrió que podía llevar y traer paquetes personalmente por tren de Ma­drid a Barcelona y viceversa en 24 horas. “¿Y para qué quiero yo tener ese paquete allí tan pronto?”, respondieron sus poten­ciales clientes. En aquella época no había prisa. Fracasó.

Tuvo que esperar 30 años para ver que su invento fructificaba. Y entonces la gente le solía decir. “¡Qué suerte tuviste con la idea del transporte urgente!”. Y él respondía: “Qué casualidad, mientras más trabajo, más suerte tengo”.

 

Tomado de:  Mercados de El Mundo/año XX/ No 56/Domingo 7 de diciembre de 2008.

Un comentario sobre “El éxito, ¿es cuestión de suerte?

  1. Opino que la casualidad no existe, estás en un momento indicado a la hora precisa y el éxito en la mayoría de los casos se presenta de forma espontánea y no de manera programada, porque a veces personas con mucho talento y mucha constancia no llegan ni a asomarse al mundo exitoso de otros que quizás no reúnan ni lo uno ni lo otro.

    No es que piense que todo está estrictamente predestinado, y que vamos a sentarnos a ver que nos cae del cielo, pero sí por ahí vamos al coger un camino y no otro, no sé si me hago entender, pero pienso que la suerte siempre te da una ayudita si es que está en tu cruce.

    La intuición y la suerte están completamente ligadas, esfuérzate, ve y toca la puerta, y recuerda el refrán que dice «la vaca que está pa’ tí no hay toro que te la quite»

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