El narrador literario. El omnisciente subjetivo

blankEn este método el narrador es como un Dios todopoderoso que, además de saber todo sobre los personajes, no se esconde para opinar sobre la historia, proclama sin disimulo sus opiniones subjetivas y sentimientos personales sobre el conflicto y los personajes, sobre sus decisiones, juzga sobre la base de sus propios puntos de vista y hasta se dirige directamente al lector cuando así lo estima conveniente.

De hecho, aun cuando no es uno de los personajes dramáticos, podría ser considerado como tal, pues también podemos formarnos un criterio sobre él en la medida en que nos presenta al resto de los personajes. Todas sus opiniones pueden ser parte esencial del conflicto porque nos aclara cualquier situación difusa o contradictoria de la acción o las actitudes de los personajes.

Este fue el método escogido por Tolstói para La guerra y la paz, por Víctor Hugo para Los miserables, y por Thomas Mann para La montaña mágica. Las tres están consideradas como grandes novelas y, no hay dudas de ello por la historia que cuentan, por la inexplicable sensación de totalidad que transmiten y la fuerza de caracterización de sus personajes.

Ahora bien, igualmente como son de atractivas, no son perfectas. Quizás sería demasiado especular el imaginarlas con un narrador objetivo (lo que las haría aún más raras) o uno limitado, lo que las haría igualmente extrañas. En cualquier caso el cambio del uso del narrador escogido en las tres majestuosas novelas podría haberlas hecho incluso aún mejores. ¿Se imaginan?

Cada comentario del narrador, por muy interesante que sea, por más que ayude a comprender la naturaleza de los hechos del personaje, es un comentario introducido por alguien ajeno a la historia, no es posible dudar en absoluto de su cualidad, y no permite, por tanto, tener una posición diferente ajena a la voluntad del escritor. De la misma forma llegan a constituirse, en algún momento, un obstáculo para la lectura.

En el caso de Los miserables es altamente significativa esta presencia ilimitada del narrador. Vargas Llosa en su estudio La tentación de lo imposible. Victor Hugo y Los miserablesla considera “un formidable espectáculo de exhibicionismo y egolatría de su narrador”. Y la realidad es que cuando nos adentramos en sus páginas el narrador no da el más mínimo margen de duda o posibilidades de razonamiento respecto al conflicto.

Su peso dentro la historia es tan fuerte que hace constantes intromisiones, cambios injustificados de punto de vista  espacial o temporal, introduce todos sus juicios sobre los sucesos o los personajes, alabando a los que considera positivamente adecuados o criticando a los que toman actitudes reprochables. Por momentos, como lectores, queremos que se calle y nos deje saber cómo son los personajes por sus actitudes. ¿Un ejemplo?:

¿Quiénes eran los Thénardier?

Digámoslo en una palabra, ahora. Más tarde completaremos el croquis.

Estos seres pertenecían a esa clase bastarda, compuesta de gentes groseras que se han elevado y de gentes inteligentes que han decaído, que está entre la clase llamada media y la llamada inferior, y que combina algunos de los defectos de la segunda con casi todos los vicios de la primera, sin tener el generoso impulso del obrero ni el honesto orden del burgués.

Eran de esas naturalezas enanas que, si por azar las caldea un fuego sombrío, llegan con facilidad a hacerse monstruosas. En la mujer había el fondo de un bruto, y en el hombre la estofa de un bribón. Ambos eran, en el más alto grado, capaces de cierta especie de repugnante progreso que se hace en el sentido del mal. Existen almas como el cangrejo, que retroceden continuamente hacia las tinieblas, retrogradan más que adelantan en la vida, empleando su experiencia en aumentar su deformidad, impregnándose cada vez más de una negrura creciente. Aquel hombre y aquella mujer eran de esta clase de almas.

Aunque en menor medida que Víctor Hugo, Tolstói se permite introducir sus propios juicios de valor de manera arbitraria en La guerra y la paz. Pero si bien lo hace menos, también son intromisiones demasiado obvias.

Si nos comenta de algún personaje que está enamorado, nos dice que hace tonterías como cualquier enamorado, si hay una actitud irresponsable de algún joven, nos dice que su proceder es típico de la primera juventud. Observemos la simpleza que aparece cuando uno de los personajes va a hacer un viaje muy importante que puede cambiar su vida:

En el momento de una partida o de un cambio de vida, los hombres que son capaces de reflexionar sus actos efectúan generalmente un serio balance de sus pensamientos. En estas circunstancias, habitualmente se controla el pasado y se idean planes para lo porvenir.

¿Quién dice esto en la novela? Evidentemente lo dice el propio Tolstói, y el lector tiene todo el derecho a preguntarse si era necesario hacer una aclaración como ésta.

Estas obviedades son molestas. Una larga parrafada para comentar sobre un hecho específico dentro la historia, una disertación erudita sobre alguna cuestión humana que no tenga que ver con el conflicto del relato de ficción, pueden romper el hilo narrativo y agotar desmedidamente al lector, que desea pasar pronto al argumento del relato y no que le den largas explicaciones sobre cuestiones ajenas a él.

Lo interesante es que existiendo este obstáculo en estas obras ficcionales, sean grandes novelas y sigan cada año teniendo nuevos lectores. Lo obvio: la literatura es altamente caprichosa y aún menos ciencia exacta.

 

Más en: Cómo se escribe una novela. Técnicas de la ficción narrativa

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