En el arte, ¿es válido sólo lo bello?

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blankNo entiendo la obsesión de algunos por la belleza en el arte. No la belleza en sí, porque la belleza, como concepto estético, tanto existe en una rosa como en una bosta de vaca. Digo, la belleza como sinónimo de bondad, o de ausencia de dolor y reflexión, digamos una especie de comodidad o tranquilidad en una zona de confort donde sentirse a gusto sin que te critiquen o critiquen lo que crees, o donde todo es bonito y sin el dolor de la vida.

Viene porque alguna vez me recriminaron mi gusto por el cine. “Tienes un gusto pésimo con las películas. No sé cómo puedes ver cine tan oscuro con imágenes duras y personajes tan deprimentes en lugar de películas que alegren la vida, que den aliento y ganas de vivir”, fue más o menos el comentario que me hicieron mientras veía El cisne Negro (Black Swan). No es que tuviera mucha relevancia; a mis años ya van importando poco las críticas que no vienen precedidas de un buen razonamiento. Y sobre todo porque mis gustos sobre el arte son difícilmente etiquetables, dado que dos de mis películas favoritas de la historia del cine son The Kid y Cinema Paradiso, que para muchos son pura cursilería en vena.

Sin embargo la implacable crítica me ha hecho pensar una vez más sobre el arte y la belleza. ¿Debe ser el arte solamente bello y debemos desechar las obras que no tengan esa belleza luminosa de la que me hablaron? Existen obras de arte (Los miserables, de Víctor Hugo, quizás sea un buen ejemplo) de una crudeza lúgubre, difíciles, plagadas de angustias, situaciones desesperantes y deprimentes. ¿Son menos importantes que las otras?

Hagamos una labor imaginativa de poda histórica. Cojamos unas tijeras cuyas puntas viajen por tiempo y espacio, que lleguen al paleolítico donde un hombre pintó con sangre, grasas animales y jugos de plantas un bisonte en las paredes de una cueva y llegue hasta la película que provocó el comentario de mi implacable crítico.

Para empezar muchos de los animales pintados en las cuevas de Altamira no son bellos desde este punto de vista, uno de los bisontes tiene una actitud sumisa, como si lo hubiesen doblegado los cazadores, y en otras cuevas del mundo (como la caza de búfalos, en Argelia) las pinturas rupestres retratan el sufrimiento animal porque estuvieron pintadas (al parecer) para provocar lo que en ellas se expresa: cazar animales para sobrevivir.

Hecho, cortamos con nuestras tijeras las pinturas rupestres. No son bellas y no son arte.

Los diálogos socráticos, obra fundamental de Platóny por la cual conocemos el basamento de la obra de Sócrates, termina con el suicidio del filósofo. ¡Imposible aceptar este final oscuro! Hay que podarla también. No importa que nos quedemos sin una de las obras fundamentales del pensamiento filosófico de Occidente.

Pero antes démonos un paseo por el Nuevo testamento. Jesústermina crucificado sacrificándose por el resto de la humanidad. ¡Menudo final para quien predicaba amor por el prójimo! ¡Tijera con él! Pero resulta que en el Viejo testamento hay inundaciones, ciudades enteras arrasadas por el fuego, gente vil, personas convertidas en estatuas. Muchas de estas salvajadas hechas por el mismo misericordioso Dios que creó el mundo. ¡Inaceptable! Hacemos desaparecer toda la Biblia con nuestras tijeras mágicas.

Todo el teatro griego desde Sófocleshasta Menandroes trágico. Incluso las comedias tienen un tono reflexivo que a veces es cruel. ¡Tijera con ellas! ¿Cómo vamos a soportar obras tristes en un mundo donde todo es bello y luminoso?

Romeo y Julieta. Otro final triste y además producto de las intrigas y el enfrentamiento absurdo entre dos familias. Un veneno y ¡zas! otra tragedia humana. Cojamos las tijeras y fuera la obra de amor más comentada y paradigmática de la literatura. Y junto a ellas toda la obra de Shakespeare: demasiados enredos malévolos y muertes innecesarias.

¿El Quijote? ¡Tijeras también! ¿Para qué queremos una obra voluminosa que hace de la burla a un viejo loco el centro de su argumento? Y además siempre lo acompaña un gordito estúpido que nada tiene de bello ni luminoso, sino más bien de torpe y vulgar.

Madame Bovary y Anna Karennina se suicidaron al final de ambas novelas. Da igual que retrataran una situación machista de una época en la que la única solución para una mujer era buscarse un amante o someterse al marido aprobado por el resto de la sociedad. Novelas tristes donde las haya deben desaparecer. ¡Tijera con ellas!

Y deberíamos hacer desaparecer toda la pintura de Van Gogh, y las recreaciones que existen sobre la Crucifixión, y los lienzos de Fidelio Ponce, y la música de Beethoveno Chaikovski, y gran parte de la de Mozart, y hacer desaparecer La sirenita, y el mismo Lago de los cisnes, y películas como Titanic (todas las versiones) o Million Dollar Baby, Lo que El viento se llevó, La telaraña de Carlota o Bamby.

Ya no sigo. ¡Es sencillamente estúpido! Hay obras bellas que tienen finales felices y obras que no son bellas, pero encierran toda la belleza del mundo.

Un artista tiene la opción de escoger entre describir el mundo tal cual es: duro, individualista, con situaciones escabrosas y complicadas o puede decidir hacer novelas rosas, blancas o del color que escoja, y embellecer en su obra lo que el mundo no ofrece. Ambas opciones son válidas.

Lo que es innecesariamente absurdo es pretender hacer valer como arte valedero sólo lo que es superficialmente bello. Tanta belleza existe en La Gioconda como El jardín de las delicias, tanta belleza se encuentra en La vida es bella como Blade Runner, tan belleza se puede esconder en El cartero de Neruda o Los miserables.

El arte es un reflejo de la vida y/o un escape de ella. Hace apenas unos días dije a propósito de mi comentario sobre El cisne negro (Black Swan):

“Embellecer la vida, incluso mostrando la fealdad que hay en ella, aún a riesgo de dejarse el alma en ello; este es el conflicto de gran parte del arte y sus creadores…”

No quito ni una coma de ese párrafo. Y por supuesto, las obras tristes, bien hechas, también dan ganas de vivir.

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