Facción del Ejército Rojo. Equivocando el método

No poco me repito al recomendar La inteligencia fracasada, de José Antonio Marina. Esta vez por una película alemana que se titula Facción del Ejército Rojo (Der Baader Meinhof Komplex) y que deberíamos sacar un tiempo para ver si queremos comprender algunas de las causas de cómo un movimiento en apariencias inofensivo, pero de marcado carácter antisistema, puede llegar a ser uno de los mayores problemas de una sociedad que se deja engatusar por sugestivos cantos de sirena.

El buen cine, y por extensión la buena ficción, no debería ser aleccionadora, o cuando menos, no intentar convencernos de idea alguna. La presentación objetiva de los hechos basta por sí sola para que una persona con algo de inteligencia pueda sacar la verdad del enfrentamiento entre dos bandos que siempre existe en un conflicto de ficción.

Facción del Ejército Rojo es la historia de un grupo terrorista. En el ámbito de los años sesenta y setenta en la República Federal Alemana un grupo de jóvenes se hace eco del discurso guerrerista y lucha armada de Che Guevara para llevarlo a todo el ámbito de Alemania, pero convirtiéndolo en un problema mundial.

Los jóvenes que dan origen a estas brigadas rojas, tienen motivos de descontento. Su actuación está influenciada por una sociedad poco democrática que impone cierta intolerancia burguesa frente a los problemas de la gente común. En el contexto de la guerra fría, de una geopolítica de aceptación de dictaduras por parte de Occidente para hacer frente al comunismo, y con los ecos de la guerra de Vietnam y la violencia policial en las calles de Alemania, los actos de terror callejero de estos jóvenes contra los políticos son aclamados por la mayoría de la población, porque la mayoría de la gente común también sufre por la apatía de la clase política. ¿No nos recuerda algo?

Lo llamativo es que, en su intento de objetividad, el director, Uli Edel no puede escondernos (tampoco sé si lo pretende) cómo los motivos que llevan a la creación y actuación de este grupo violento están claramente desmentidos por la realidad. El contexto es real, pero los testarudos hechos que acontecen a diario, son tergiversados por estos jóvenes para poder revestir su violencia de una necesaria pátina de bondad que no existe en el fondo de su actuación.

Es tanta la fría distancia que se impone el equipo de realización de esta película que algunos la han visto como una justificación del terrorismo. Fue polémica desde su presentación. Intenta presentarnos (lo cual es de agradecer) los hechos objetivos, sin justificarlos ni condenarlos, pretendiendo estar ajena a discursos subjetivos que puedan limitar su mensaje. Pero ya digo que para quien los observa sin obstáculos ideológicos ni dogmáticos es imposible no entresacar la verdad.

Por momentos me recuerda otra película alemana, La ola (Die Welle), esta última más actual y en otro contexto, pero que comparten la deriva de incontrolable violencia, totalitarismo y esclavitud del individuo a los que se abocan movimientos que pretenden cambiar el mundo sin una argumentación más sólida que quejarse de lo que existe, embellecer el entorno sin atender la cruda realidad y abogar por la desobediencia frente a lo establecido.

Quizás entre las escenas que más impactan está la argumentación de uno de estos jóvenes que insta a robar el bolso a una anciana aparentemente rica, y lo hace como método de prueba de revolucionario atrevido contra el sistema. Luego, sin embargo, se contradice con su posterior carácter violento contra una compañera de lucha porque le roban un coche, que a su vez él ha robado a otra persona. Esta contradicción entre el verdugo que justifica la realidad para acomodarla a su ideología y la víctima que la sufre negando el dolor que causa como verdugo, es la esencia del magnífico argumento de Der Baader Meinhof Komplex.

El otro momento inolvidable del filme es otro es todo el movimiento de protesta que se organiza porque están muriendo algunos de los jóvenes terroristas encarcelados y se culpa al estado de asesinarlos, cuando la realidad es que se han suicidado, han entregado su vida para provocar mártires que sirvan a los que siguen la lucha armada en las calles.

Probablemente lo mejor de la película es la llamada técnica de los vasos comunicantes, donde se presenta un hecho y la interpretación que de ellos hace la periodista Ulrike Meinhof, que se ha convertido en portavoz del movimiento. Es, tras estas pinceladas dentro del filme, como se aprecia la tesis de José Antonio Marina, de cómo alguien puede tener una inteligencia medianamente clara y echarla a perder por su dogmatismo, por su obstinación en una verdad absoluta que la realidad desmiente, pero en la cual se niegan a dejar de creer.

Una película, más pedagógica que exquisita, pero sin dejar de ser artística, llena de tensión argumental, de momentos de alta reflexión intelectual que permite asistir como testigos a un conflicto donde cuesta ponerse de parte de los que matan, sea de cualquiera de los bandos.

Claro que a muchos no les gustará, en especial a los que creen todavía en la inmaculada asepsia de los movimientos de extrema izquierda de los años 60, que hicieron de Che Guevara la base de un movimiento que pretendía llevar la guerra a todo el mundo. Pero aquí están parte de los hechos. Para conocer el resto están los libros de Historia.

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