Alguna vez quise ser traductor de ingl茅s. Lejos quedaban entonces las lecturas de la biblioteca de Savina. La vocaci贸n apareci贸, primero por mi padre, quien luego de haberme instado a aprender ruso, cambi贸 mi inspiraci贸n con una frase:
鈥揙lvida el ruso y aprende ingl茅s. Es lo que todos saben en el resto del mundo.
Pero fue Orlando, mi profesor de ingl茅s de s茅ptimo grado, quien provoc贸 las ansias. Sus elogios p煤blicos a mis 鈥揳un rudimentarias鈥 lecturas de ingl茅s me desconcertaban. Vio 茅l, en aquel adolescente t铆mido e introvertido que gastaba su tiempo leyendo, un ejemplo del que presumir frente al resto de la clase. Mal que me pesara.
Mis lecturas de adolescencia ya hab铆an empezado a ser conscientes y los libros que pasaban por mis manos eran muy dis铆miles y variados, aun marcado por la ciencia ficci贸n y los policiales. Escuchaba m煤sica de forma ecl茅ctica y sin m茅todo alguno, desde Los Zafiros hasta Michael Jackson, y ve铆a mucho cine, hasta tres pel铆culas al d铆a, si me dejaban. Pero m谩s que nada le铆a, como un poseso. De lecturas juveniles salt茅 a cl谩sicos que luego marcaron parte de mi carrera como historiador.
Los sue帽os de ser traductor de ingl茅s se acercaron cuando empec茅 la universidad de La Habana en Filosof铆a e Historia. Ya me cambiar茅 en segundo a帽o, dije, pero no contaba con un detalle inesperado: la Historia me cautiv贸. Por motivos que me parecieron razonables y que hoy me lo siguen pareciendo, abandon茅 la idea de cambiar a la facultad de idiomas. Siempre supe que el idioma 鈥搇os idiomas, puedo decir hoy鈥 nunca me abandonar铆an, y la Historia me provoc贸 otras lecturas que hasta entonces no conoc铆a y no imaginaba.
Ser historiador obliga a la b煤squeda de la verdad, incluso en un sistema ajeno a ella. Los profesores que tuve, de forma general, la buscaban. Fueron los mejores profesores posibles que pod铆a tener en Cuba, y de todos aprend铆 cosas diferentes y algo en com煤n: la ideolog铆a no ayuda a la b煤squeda de la verdad.
Como lector las novelas hist贸ricas me brindaron una mirada hasta entonces no prevista. A la imaginaci贸n desbocada de las historias de ficci贸n tradicionales tuve que sumar el rigor sobreentendido de una investigaci贸n hist贸rica. La cabeza casi me estalla cuando vi lo que cre贸 Henrik Sienkiewicz en Quo Vadis y luego Mika Waltari en todas sus novelas, pero en especial, Sinuh茅, el egipcio. Hasta mucho m谩s tarde no pude comprender que, en realidad, el truco consist铆a en usar la precisi贸n hist贸rica y la ficci贸n para contar otros aspectos humanos m谩s all谩 de la Historia.
Menos, pero igual de sorprendente, me pareci贸 Garc铆a M谩rquez con El oto帽o del patriarca, que adem谩s proporcion贸 una nota muy alta de la que presumir en la clase de Historia de Am茅rica. Cien a帽os de soledad revolucion贸 una visi贸n que ten铆a, me oblig贸 a mirar diferente a la carrera que hab铆a decidido, porque parec铆a un libro de Historia lo que era, en realidad, todo ficci贸n.
La misma sensaci贸n, y aumentada, tuve con El se帽or de los anillos, porque mientras m谩s le铆a, menos pod铆a quitarme la inc贸moda sensaci贸n de que J. R. R. Tolkien hab铆a construido un libro de Historia cuando sab铆a que era una trama de fantas铆a.
Los amigos con los que compart铆a entonces eran estudiantes, futuros colegas. Nos pas谩bamos los mismos libros, y los coment谩bamos una y otra vez, pero siempre desde la mirada que brindaba nuestra profesi贸n. Todo Cervantes, Jos茅 Eustasio Rivera, Ricardo G眉iraldes, R贸mulo Gallegos, Fernando de Rojas, Jos茅 Mart铆; y entre los m谩s aprovechables para un futuro que a煤n no avizoraba, Juan Rulfo, Borges o Carpentier.
De los amigos de entonces Tania era la m谩s incre铆ble. Nunca supe c贸mo sacaba tiempo para tener buenas notas en Historia de 脕frica y Medio Oriente 鈥搒贸lo a modo de ejemplo, porque ten铆a buenas notas en general鈥 y a la vez estar al d铆a en las pel铆culas de estreno y conocer las 煤ltimas novedades de literatura. Aunque ella nunca lo supo, dado que no siempre le di la raz贸n, ten铆a en cuenta su criterio porque escucharla era un aprendizaje constante.
De aquellas interacciones con Tania y otros amigos 鈥搈enos colegas, aunque igual de lectores y brillantes鈥 salieron lecturas de contempor谩neos (G眉nter Grass, Patrick S眉skind) y escritores de moda que no siempre resultaron 煤tiles. De todos el que sigue conmigo fue El perfume, de S眉skind, que aun utilizo en clases de escritura.
M谩s interesantes fueron los paseos por los mundos de Dostoievski, Tolstoi, (el conde, no el camarada), Thomas y Heinrich Mann, Hermann Hesse, Joseph Conrad, Goethe, Rulfo, Kafka, Stefan Zweig. A todos ellos les tengo en alta estima y siguen ah铆 para recordarme las metas a alcanzar.
En ese entonces si le铆 algunos autores cubanos, todos vinculados a la Historia, excepto, quiz谩s el descubrimiento de Senel Paz y su cuento 鈥淓l lobo, el bosque y el hombre nuevo鈥 que luego ser铆a el origen de la pel铆cula Fresa y Chocolate; y por primera vez asum铆 las lecturas de Lisandro Otero y Alejo Carpentier. Por cercan铆a y entusiasmo de la novela hist贸rica me adentr茅 en las historias que propon铆a Alfredo Antonio Fern谩ndez, que a煤n sigue activo y escribiendo mejor.
Otros autores cubanos, que no fueran ensayos hist贸ricos, apenas conoc铆 y los pocos que le铆, no los tengo en la memoria; los libros que hoy recuerdo son los que me marcaron. No otros, para mal y para bien.
Texto previo: Los libros que me formaron II. Los empollones
Contin煤a en: Los libros que me formaron IV. Los talleres literarios