Searching for Sugar Man. La fama del gusano de seda

Searching-for-sugar-manUn día de 1998 un hombre de origen latino de 56 años recibe una llamada en su casa de Detroit. Agotado por su trabajo como jornalero en una cuadrilla que se dedica a trabajos manuales de jardinería y limpieza, apenas puede sostener el teléfono, aunque en ello influye también su emoción por acontecimientos previos a la llamada.

Del otro lado una voz masculina de acento sudafricano le dice: “Rodríguez, ¿sabe que aquí en Sudáfrica es usted más famoso que Elvis Presley?” El hombre latino no sabe qué decir, hace una pausa y pregunta: ¿Qué me está contando? La voz de acento sudafricano le explica: “¿Sabe qué? Se lo prometo que es cierto, tiene que venir a Sudáfrica y verlo con sus propios ojos”. Empezaba la otra vida de Sixto Rodríguez.

Rodríguez había abandonado la música en 1980 tras varios discos fallidos y una mala acogida de la crítica. Tuvo productores de prestigio, que hablaban maravillas de sus discos y lo ponían a la altura (incluso por encima) de Bob Dylan o el propio Elvis. Por motivos que nadie se explica sus discos jamás alcanzaron a venderse lo suficiente.

Cuando leí la sinopsis de esta historia contada en Searching for Sugar Man, me cautivó, pero tuve un pensamiento lógico: un artista rescatado del anonimato luego de más de 15 años de haber abandonado la música no debió ser tan bueno como presume el filme dirigido por Malik Bendjelloul. Pero al ver el documental, escuchar su música atractivamente melódica y reparar en sus letras bien escritas y sugerentes, me bloquea la misma duda que todos los que lo conocieron: ¿por qué los discos de Rodríguez no se vendieron lo suficiente como para dedicar su vida a la música?

Los 86 minutos que dura el documental no tienen desperdicio. Ha sido uno de los pocos donde he tenido que parar el vídeo y secar mis lágrimas, como ya me pasó antes con Cinema Paradiso. No pude dejar de recordar (una vez más) la crueldad del arte, la frívola esencialidad de nuestra labor creativa, que nos lleva a preguntarnos una y mil veces para qué nos empeñamos en esta cosa de inventar desde la imaginación, pero que nos es casi imposible abandonar.

Recuerdo un reportaje sobre la salsa en América, que se televisó en una cadena española por allá por el 2002 o 2003. Un cantante (creo que puertorriqueño) poco agraciado físicamente, pero excelente cómo músico, se desgastaba los días entre su trabajo como peón y sus presentaciones en bares de mala muerte, hasta que le llegara el momento de dar el salto al reconocimiento y las ventas que le permitieran vivir de la música.

El realizador del documental español advierte que la industria musical es una maquinaria donde la presencia física importaba casi más que el talento, y que a este puertorriqueño le iba a costar la vida entera –si es que lo lograba– entrar en esa vorágine tritura-talentos. La respuesta del hombre me quedó anclada en la memoria desde entonces y la impongo como modo de vida: Si me muero y no llego a triunfar, me queda el placer de haberme dedicado en la vida a aquello que me gusta, otra cosa sería peor.

No dejo de preguntarme, ¿qué habría pasado si Rodríguez no hubiera cejado? ¿Qué si hubiera insistido a pesar de las decepciones, los obstáculos, las zancadillas profesionales, las ambiciones personales? Probablemente sería hoy un ícono al estilo Lennon o Dylan, y no creo exagerar. Escuchen sus canciones, reparen en sus letras y expresen seriamente si no es para preguntarse qué pasó.

Algunos en el documental aventuran hipótesis del fracaso del músico: “Este tipo tiene todo lo que hace falta. Rodríguez, en esa época, tenía todo a su favor. Grandes nombres, mucho dinero detrás. Las circunstancias lo favorecían. ¿Por qué no resultó? Es la gran pregunta que todavía me hago. ¿Tuvo promoción suficiente? ¿Suficientes presentaciones? ¿Su estilo era demasiado político?”

A saber las respuestas a estas preguntas. La única verdad que puedo expresar de esta experiencia es lo que dice Steve Rowland, el productor de Jerry Lee Lewis, Boney M o Gloria Gaynor, y del segundo disco de Rodríguez:

“Es mucho más que un simple músico. Y seguramente le hubiera ido increíblemente bien de haber continuado.”

Esto es lo que me desgarra. La mayoría de los seres humanos sacrificamos algo de nosotros mismos para alcanzar lo que queremos, sea bienestar o felicidad; y ese sacrificio no es un camino de rosas con dulces amaneceres, más bien casi lo contrario. Todos no están dispuestos a sacrificar (porque a veces, muchas veces, el sacrificio es sufrimiento) parte de su existencia diaria en un sueño imposible a la mitad. El 50% restante (yo creo que es más) requiere un esfuerzo, no pocas renuncias, una batalla contra demonios interiores y exteriores, que sólo unos pocos se pueden (o se quieren) permitir.

La fama es necesaria para un artista, pero bien mirado es apenas una consecuencia de vivir haciendo lo que le gusta. Estableciendo retrospectivas históricas es obvio que la única forma de vender muchas novelas o discos es que la fama toque a la puerta, que un lector se quede boquiabierto con tu libro y se lo recomiende a otro, y así hasta dos, tres, miles o millones. Mientras esto llega, el día a día es cruel, las facturas se plantan en el buzón, el alquiler te recuerda su existencia en la cuenta bancaria, y un blog con un texto semanal o un vídeo en Youtube o Vimeo con una canción no llenan la billetera.

Rodríguez un día sopesó su arte y su vida familiar, y decidió la familiar. ¿Pudo compatibilizar? Quizás, pero no quiso o no tuvo la opción de hacerlo. Lo triste es imaginar que, con algo de paciencia y estando dispuesto a sufrir un poco más hasta el momento adecuado, hoy estaríamos ante uno de los fenómenos musicales más llamativos del Folk. Insisto, sin exageraciones.

La fama, el momento luminoso donde dejas de ser el artista de los amigos a la figura pública de miles de seguidores nunca lo llegó a vivir en el momento adecuado, aunque no le impidió crear obras maestras como Sugar Man o Cause, donde todo el dolor, la tristeza y el hastío de vivir en un mundo complejo la transformó en un canto de belleza poética.

Respecto a esto último, me quedo con el que quizás es el comentario más profundo y que más huella deja del documental. Es Rick Emerson, un trabajador de la construcción y amigo de Rodriguez en algunas correrías musicales:

“Asumió todo ese tormento, toda esa agonía, toda la confusión y el dolor, y lo transformó en algo bello. Es como el gusano de seda, ¿no? Toma una materia prima y la transforma. Y aparece algo que antes no existía. Algo bello. Algo que quizás sea trascendente. Que quizás sea eterno. En la medida en que hace eso, lo tengo por un representante del espíritu humano. De lo posible. Siempre es posible elegir. Y ésta fue mi elección: entregarles Sugar Man. ¿Has hecho tú eso? Pregúntatelo.”

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