The Walking Dead. Matar para no morir

No sé qué les ha pasado a los productores o guionistas o quien quiera se le haya ocurrido, pero la segunda temporada de The Walking Dead no tiene mucho que ver con la primera. Y que me perdonen los amigos porque jamás pensé que diría esto: estoy enganchado a esta segunda temporada de la serie norteamericana.

Sí, son los mismos personajes, es la misma porquería de zombis que tiene embobado a la gente, y la base es la misma: el mundo se ha jodido de tal manera que media humanidad (que es más o menos como entienden los norteamericanos cuando algo pasa en Estados Unidos) se ha convertido en comegentes. Sólo un grupo de valientes se mantiene hermanado para evitar ser un asadito de la mesa del resto de la humanidad.

¿Pero por qué me ha conquistado? Porque el equipo de realización ha hecho algo que seguramente será un error de cara al público, pero es un acierto de cara a la calidad de la serie: dejar de lado a los bichos muertos vivientes y centrarse en los conflictos humanos que se producen cuando un grupo cerrado de seres humanos es sometido a una continua situación de estrés o presión externa.

Ante una catástrofe, ¿cómo actuaríamos los seres humanos? ¿Perderíamos todo sentido de humanidad o mantendríamos por sobre todas las cosas ese carácter social que nos hizo sobrevivir frente los neandertales a pesar de que éramos más vulnerables como especie?

Aquí está el quid de la serie, es precisamente en este detalle donde me quedé aturdido con el primer capítulo de la segunda temporada y que me ha hecho buscarlos uno detrás de otro hasta verme reflejado, como ser humano con virtudes y defectos, en un grupo de personas diferentes entre sí, pero obligados a convivir y ayudarse más allá de la amistad o los lazos familiares frente al peligro de un enemigo externo.

La presión constante, la situación extrema de matar a otros seres humanos para no morir uno mismo y la circunstancia casi filosófica de intentar definir como seres humanos a los que han sido atacados por esta enfermedad que los convierte en caníbales, ha sido un acierto. Dicho acierto alcanza su punto máximo en el capítulo 7 de esa segunda temporada, viendo llorar a los mismos fríos y valientes matadores de zombis de capítulos previos, al encontrarse en una absurda y terrible encrucijada cuando quienes son atacados por este virus extraño son sus propios seres queridos.

No recomiendo la serie completa, apenas este capítulo y contar con un amigo que te cuente en diez minutos lo que ha pasado en los seis anteriores. Pero sólo ese capítulo ya mereció mi atención en este texto. Eso sí, probablemente –ojalá que no y gratamente me sorprenda– pierdan cuota en pantalla, porque la calidad no es precisamente lo que busca el público en esta serie.

PD: Actualización. Ya he visto el primer capítulo de la tercera temporada, y sí,efectivamente, ahora viene el momento de matar zombies a lo bestia para mantener a la audiencia. Así que acabó la mínima calidad de la segunda temporada.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *