Un salto de fe

Me comentan algunos amigos, a raíz del Elogio de mi enemigo, que es muy difícil vivir así, sabiendo que tendrás algunas personas que no se sienten completos si no tienen la capacidad de ponerte trampas en el camino. Si sabes que hay gente que quiere que fracases, me dicen, lo mejor es no hacer nada, quedarse tranquilo y no arriesgar para evitar problemas con los demás. Porque si sabes que existen enemigos de tus proyectos puedes verlos incluso allí donde no los hay.

Y tengo que hacer un canto a lo contrario, a los amigos, porque no se puede vivir en la paranoia. Reconocer una realidad no nos obliga a vivir de acuerdo a sus normas. Quizás, sí, entenderla y asumirla, saber que los pasos que damos viven en ese entorno que no podemos negar, aunque no determine el camino que seguimos. No vivir de espaldas, pero sí inmunes a ella.

Abrir las puertas a los demás es necesario. Nadie (quiero creer) puede por sí sólo lograr todo lo que quiere, porque se necesita un estudio profundo de los que lo intentaron antes, una adecuación al medio en que vivimos, y algunas manos que ayuden a levantar lo previsto. Por eso debes estar dispuesto a dejar entrar en tu vida a las personas, confiar en el ser humano, en su capacidad para la bondad o de regeneración si cometieron un desliz.

Algunas veces sabemos que no cometieron ningún error, que simplemente actuaron por maldad, por obtener de nosotros algo que quizás podían haber obtenido apenas con pedirlo. Pero sería peor el error, la peor de las opciones, creer que el mundo sólo está formado por malvados y actuar cerrando las puertas a todos los que conocemos.

Hay que confiar en el ser humano. La relatividad del tiempo y las cosas a veces nos hace creer que la mayoría quiere hacernos la vida imposible, porque nos marca más el hecho negativo que las cosas buenas que nos pasan, cuando debería ser lo contrario.

La realidad es que la mayoría de las personas no son enemigos. La mayoría te admira si eres capaz de hacer algo admirable, te ayuda si está en sus manos, y si no ayuda, en su interior quiere que lo logres porque sabe que tu triunfo es en parte una pequeña conquista personal. Es simple.

Cuando vemos que con quien convivimos alguna vez, un antiguo compañero de trabajo o alguien con quien compartimos, logra algo digno de admirar, por pequeño que sea, sentimos siempre un poquito de sana vanidad por saber que cruzamos tres frases con él. Es humano, y es bueno porque de las cosas que cuentan los antiguos compañeros puede depender el éxito de una empresa.

Más vale aprenderlo y esculpirlo en piedra: la mayoría de las personas que conocemos no son enemigos ni quieren amargarnos la vida. Intenta establecer una comparación en una balanza imaginaria y verás que, si bien los amigos son muy concretos y escogidos, los enemigos son muy escasos; el resto es un largo etcétera de personas que pueden o no contar en nuestras vidas, y habrá muchos con los que hay algo menos que una amistad, pero mucho más que una relación formal. Compañeros agradables, colegas entrañables, personas dignas de algo más que verlos pasar por tu lado y hablar del tiempo y “cómo está la cosa”.

Si por algún motivo crees que no es así, debes analizar si tu carácter es el adecuado para relacionarte con el mundo. Si no puedes o no quieres confiar en los demás, aunque sea en unos pocos, la vida es un infierno.

Cuanto más abrimos las puertas, más decepciones tenemos, no cabe dudas, pero también conoceremos menos personas decepcionantes y muchas personas maravillosas que están a tu lado abriendo puertas y quitando malas hierbas.

Me agarro a la frase dicha por Martin Bohm, en Touch: “A veces no tienes más remedio que dar un salto de fe y confiar en que vas a caer de pie.” Diría más, incluso a aquellos que nos decepcionaron una vez o lo hicieron a otros: quizás tengamos suerte y no lo vuelven a hacer.

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