Apuntes importantes sobre el tipo de narrador literario
H. G. Quintana | enero 18, 2011
Con tantos tipos de narradores para escoger al escribir un texto de ficción narrativa (cuento o novela) alguien que empieza a escribir puede sentirse saturado y bloquearse para empezar su texto. Es bueno aclarar, para la tranquilidad de los novatos, que casi nunca en un texto de ficción narrativa se utiliza una sola voz para narrar la historia. Aunque no imposible, es muy difícil mantener todo el tiempo un solo punto de vista durante un texto de ficción.
De hecho el narrador va haciendo cambios —mudas espaciales, al decir de Mario Vargas Llosa— de una voz a otra en dependencia de la intención que se proponga alcanzar. Generalmente predomina una de estas voces durante el relato, pero la realidad es que casi la gran mayoría de las mejores novelas y cuentos están escritos así.
La agudeza del escritor está en que estos cambios sean invisibles para el lector. Se supone que el lector debe disfrutar la historia y no debe ser consciente de estas argucias técnicas que utilizamos para concretar un texto.
Me gustaría que viésemos un ejemplo muy elocuente de Manhattan Transfer, una de las novelas más interesantes y atrevidas de John Dos Passos. En este fragmento una niña acaba de separarse de una amiga que le ha advertido que no tomara cierto camino por donde supuestamente se había escuchado decir que actuaban unos maleantes:
«Ellen, dando patadas al aire, bajó por el sendero de asfalto, entre los arbustos. Ellen con su nuevo traje escocés de la guardia negra, que mamá le había comprado en Hearn’s, bajaba por el sendero asfaltado, dando patadas al aire. Llevaba un cardo de plata a guisa de broche en la hombrera del vestido escocés que mamá le había comprado en Hearn’s. Elaine de Lammermoor iba a casarse. La novia. Uangnaan, nainainai, hacían las gaitas entre el centeno. El hombre del banco tiene un parche en el ojo. Un parche que ve. Un parche que ve. El secuestrador de la guardia negra; entre los arbustos susurrantes, los secuestradores montan su guardia negra. Ellen no da patadas al aire. Ellen tiene un miedo horrible al secuestrador de la guardia negra, el hombrote hediondo de la guardia negra que lleva un parche en el ojo. Tiene miedo de correr. Sus pies se pegan al asfalto cuando tratan de echar a correr por el sendero abajo. Tiene miedo de volver la cabeza. El secuestrador de la guardia negra le pisa los talones. Cuando llegue al farol correré hasta la niñera con el bebé, cuando llegue hasta la niñera con el bebé correré hasta el árbol grande, cuando llegue al árbol grande… Oh, qué cansada estoy… llegaré a Central Park West, bajaré por la calle a casa… Tenía miedo de volverse. Corría sintiendo una punzada en el costado. Corría, y la boca le sabía a calderilla.
—¿Por qué corres, Ellie? —preguntó Gloria Daytron, que estaba saltando a la comba delante de la casa de los Noreland.
—Corro porque quiero —contestó Ellen jadeando.»
Observe como el narrador salta de un narrador omnisciente objetivo a un narrador personaje o viceversa, a veces en la misma oración, y, a menos que seamos conscientes de su uso, apenas notamos la muda.
Lo mismo hace el propio Mario Vargas Llosa en muchas de sus novelas, y el lector continuará leyendo sin ser consciente de la alteración del punto de vista.
En este fragmento de Conversación en La catedral, Zavalita está contándole a Ambrosio, un antiguo empleado de su casa, sobre una relación sentimental que tuvo en el pasado. En este momento específico el narrador (Zavalita) está relatando, desde un narrador omnisciente, un examen del instituto, pero salta a ser un testigo en la voz de esa amante, y luego entra una segunda persona como si fuese la conciencia de este Zavalita, para terminar con el omnisciente de nuevo.
«Reanudaron la caminata, las preguntas, a ratos se distraían, olvidaban los cuestionarios y se ponían a conversar, a discutir: coincidían, disentían, bromeaban, el tiempo se iba volando y, de pronto, ¡Zavala, Santiago! Apúrate, le sonrió Aída, y que le tocara una balota fácil. Atravesó una doble valla de postulantes, entró al aula del examen, y ay no te acuerdas, Zavalita, qué balota te tocó, ni las caras de los jurados, ni qué respondiste: sólo que salió contento.»
Hay incluso novelas cuya originalidad, fuerza narrativa o verosimilitud dependen de estas mudas o saltos espaciales. Mientras agonizo de William Faulkner está contada toda desde la primera persona, pero sus voces son disímiles.
La peregrinación que está haciendo esta familia con el cadáver de su madre es vista con diferentes criterios, cada uno de los personajes cuenta una visión diferente sobre el mismo hecho, lo que nos da una sensación de diversidad y totalidad que probablemente no hubiese logrado de haber utilizado al mismo personaje durante toda la novela.
En La muerte de Artemio Cruz Carlos Fuentes va haciendo de un capítulo a otro saltos de puntos de vista. Están utilizadas todas las variantes tradicionales de punto de vista espacial y hasta la segunda persona usada en un narrador ambiguo de omnisciencia ilimitada.
Recordemos que en Madame Bovary estamos en presencia de un narrador personaje que se convierte casi sin que lo notemos en un narrador omnisciente limitado casi objetivo.
Y una novela reciente, Cien años de soledad de Gabriel García Márquez, posee una argucia aún más oculta e imperceptible. Comenzamos leyendo sus páginas como si estuviésemos en presencia de un narrador omnisciente. Este narrador conoce la historia y detalles de toda la familia Buendía:
«Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo.»
Al final caemos en cuenta que toda la historia no han sido más que unos pergaminos escritos por el gitano Melquíades y que estamos accediendo a él gracias a que Aureliano Babilonia, otro de los personajes de la historia y miembro de la familia Buendía, los ha encontrado y está leyéndolos esperanzado con encontrar el destino de su vida en esas páginas.
Aureliano Babilonia salta páginas tratando de llegar al momento que corresponde a su presente y antes de concluir comprende que nunca terminará porque un golpe de viento hará desaparecer todo el pueblo y, por consiguiente, los pergaminos están destinados a desaparecer también. Al final, ¿quién nos cuenta esta historia?
Más en: Cómo se escribe una novela. Técnicas de la ficción narrativa
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