Consideraciones sobre la caracterización de los personajes literarios
H. G. Quintana | abril 18, 2010
Los personajes son la pieza fundamental de una obra literaria. Por ello es vital una adecuada caracterización.
Conocida la estructura de un texto narrativo de ficción, el escritor se impone adentrarse en la caracterización de los personajes. No es un secreto que todo texto de ficción necesita de ellos. El personaje es la pieza fundamental de la ficción.
Un relato puede, en apariencias, no tener argumento, carecer de conflicto evidente, pero jamás puede prescindir de los personajes. Son estos los que le imprimen a la ficción esa vitalidad que requiere. Un cuento o novela sin personajes sería una descripción o una narración aburrida.
Aclarado está, sin embargo, que esta categoría no sólo es aplicable a los seres humanos. En Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas conviven, junto a seres humanos, animales y objetos que en la realidad son inanimados. Y las Fábulas de Esopo son precisamente mezcla de animales y hombres.
En El retrato de Dorian Grey un cuadro, sin dejar de ser inanimado, cobra categoría de personaje y, pasando a una manifestación actual, que ha influenciado a la literatura, en el filme Náufrago (Castaway) con Tom Hanks, una pelota de voleibol es convertida por este náufrago en su único confidente en la isla.
El narrador, necesita ingenio para la creación de sus personajes. Aunque la literatura sea imitación de la vida, ésta imitación debe pasar inadvertida para el lector quien debe creer que está leyendo sobre un personaje real. Quizás el reto más grande para un escritor es precisamente ese: que sus personajes parezcan reales y la caracterización es vital en este cometido.
Con una adecuada caracterización está rebasado un alto por ciento de probabilidades de hacer un relato convincente. Quizás no completamente impecable, o esa categoría que conocemos como “bueno” porque para ello se necesita el cumplimiento de otros factores, algunos independientes a la voluntad del escritor, aunque posibles de conseguir con esfuerzo.
Todo el que se ha adentrado en el acto de la escritura de ficción ha sentido alguna vez lo que se llama la «rebelión» de los personajes; momentos en los que el escritor termina haciendo que un personaje tenga un destino distinto –o al menos una actitud diferente frente a un conflicto– del que originariamente se había concebido para él.
Es como si el personaje se negara a hacer aquello que se tenía previsto para él, se rebela contra sus creadores, sus dioses; se escapan a su voluntad y comienzan a cobrar vida propia.
Por supuesto que se asume el hecho desde el vigor de una metáfora. En realidad no hay nada que el personaje haga dentro de la historia que no sea una pretensión del escritor.
Sin embargo estos instantes se logran realmente en el acto de la creación literaria porque, como su creador al fin, el escritor es consciente –o quizás lo tiene asimilado de manera intuitiva– de que hay algo que no anda bien en la actitud del personaje aun cuando lo tuvo claro en el momento de la concepción de la historia. Y es que su actitud o decisión no se ajusta ahora con su carácter o personalidad y necesita una justificación para que no parezca inverosímil.
Esta «rebelión» del personaje es muy deseable que suceda, indica, primero que se tuvo el buen tino de caracterizarlo, de darle rasgos propios, particulares, una personalidad, deseos, virtudes, defectos; y segundo porque se ha llegado a su más alto grado de independencia.
Los personajes deben interactuar entre sí independientes de la voluntad y deseo del escritor, que es su creador literario, pero cuando coexisten en su realidad ficcional, el escritor se debe mantener alejado de sus decisiones, convertirse en espectadores y dejar que hagan bien o mal, que rían o lloren, y jamás debería, como los dioses del Olimpo, recoger una lanza que ha arrojado su favorito y ponérsela de nuevo en la mano.
Siquiera debería permitirse tener un favorito porque todos, con sus defectos y virtudes, son parte de sí mismo y necesitan de su imparcialidad para que el lector pueda sacar sus propias conclusiones.
A fin de cuentas lo que pretende no es manipular al lector, que seguramente se molestaría por ello, sino convencerlo de que la historia que cuenta es verdadera y con ello hacerlo reflexionar sobre el tema que le propone.
Más en: Cómo se escribe una novela. Técnicas de la ficción narrativa
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