El clímax en el texto de ficción
H. G. Quintana | abril 2, 2010
Todo conflicto literario tiene, como en la guerra, momentos de máxima tensión y etapas de distensión, de pequeñas treguas entre batalla y batalla. Esto es necesario para dar veracidad al relato y mantener la progresión dramática. Además, permite aportar al lector un modo de relajar la tensión vivida durante los períodos de más alta intensidad.
Siempre hay un momento de este conflicto que resalta por sobre los demás. Es un momento en el cual la tensión no puede subir más, se ha llegado al punto más alto y sólo queda la posibilidad de un cambio, una solución para el conflicto o, al menos, un reconocimiento de que no hay solución.
A este momento cumbre se le conoce como clímax. Este es el instante en que las fuerzas, ideas o bandos en pugna han llegado a la batalla final, donde se decide el destino de los personajes, la historia da un giro, acaba la guerra por aniquilación de uno de los contendientes o se firma la paz definitiva.
Es cuando Hamlet se bate en duelo con el nuevo rey después de reconocer públicamente el crimen cometido sobre su padre; la escena en que Alonso Quijano se enfrenta al caballero (su vecino) que lo obligaría a retirarse de la caballería andante.
A partir de ese instante se coloca al lector en un momento de crisis; debe sentir desesperación por conocer el final de este suceso porque define un cambio en la historia que hasta ahora viene disfrutando.
Este cambio deseado por el lector es el desenlace. Es cuando Hamlet mata al nuevo rey aun a costa de su vida, y cuando el Quijote decide abandonar la caballería andante después de perder su combate.
En todo conflicto literario debe haber un desenlace. La realidad nunca es tan obvia. Quizás un conflicto acabe en la realidad pero comienzan otros; lo que en la literatura sería, no imposible, pero, sí más difícil de reflejar. La novela y el cuento terminan aunque los personajes sigan viviendo sus realidades. En la realidad, se continúa hasta la muerte.
Un texto de ficción, sea cuento o novela, o cualesquiera de sus variantes, es uno o varios momentos de la realidad de un personaje. El escritor, necesariamente, escoge —o inventa— de la realidad aquellos sucesos que le permiten lograr el efecto final; su historia debe terminar en algún momento, un desenlace es inevitable.
Un desenlace, sin embargo, puede no significar el fin de los problemas de un personaje literario. Por suerte, en la ficción se puede hacer una imitación más cercana a la realidad dejando un poco al azar el destino del personaje. Esto es muy deseable en la novela.
Crimen y castigo, consideran muchos, que debe terminar cuando Raskolnikov confiesa su crimen y está dispuesto a cumplir su condena. El consenso es que el epílogo final es demasiado explicativo y, por tanto, innecesario.
Sin embargo se comprende que las circunstancias en que Dostoievski dio a conocer sus novelas condicionaron la salida de este epílogo. Como lectores, de todas maneras, se siente la satisfacción por la decisión de Raskolnikov aun cuando ha sido obligada, porque en el fondo responde a su carácter compasivo y está decidido a pagar su culpa. Su destino fatal es fácilmente deducible sin necesidad de epílogos.
Bien logrado está el desenlace en Las uvas de la ira. La familia Joad ha sufrido innumerables penurias, ha sido llevada a los límites de la pobreza, no encuentran trabajo, no encuentran comida y la poca que encuentran se ven obligados a repartirla con desconocidos.
Sus propiedades personales se restringen a los pocos enseres para cocinar, la comida que encuentran, la ropa que visten y un destartalado camión que necesita arreglos constantes, lo que lo convierte más en un gasto que en beneficio.
Este camión les ha servido para deambular de un sitio a otro detrás del escaso y circunstancial trabajo que les aparece. El final de este desolador panorama es una inundación que acaba con sus pocas pertenencias, incluido el camión.
Ese suceso final de la hija de los Joad, amamantando a un desconocido para que no muera de hambre, es una de las escenas más angustiosas de la literatura, y es a la vez una especie de llamada de atención. El hambre no podrá nunca con el hombre mientras haya solidaridad en la desgracia, mientras sea capaz de ayudar a su prójimo.
En ese momento uno se pregunta por qué no extender la mano al que sufre. Las desgracias de la familia Joad apenas han comenzado, podremos imaginarlas, pero la novela ha terminado. Y ha terminado porque el efecto final está ahí en ese desenlace.
Más en: Cómo se escribe una novela. Técnicas de la ficción narrativa
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