El narrador literario. Apuntes sobre protagonistas y testigos

| enero 4, 2011

Un personaje literario, aunque inventado, como ser humano al fin, es un personaje que está condicionado por todos aquellos elementos del entorno físico o social que condicionan sus actitudes.

Por ello debemos ser muy conscientes de que el narrador protagonista y el testigo o periférico saben todo sólo de sí mismos y de sus entornos, y sus juicios son totalmente subjetivos pues están filtrados por sus rasgos y opiniones personales.

Por ello también podemos utilizarlos como una forma de despojarnos de la responsabilidad de lo que se cuenta. Muchas historias extraordinarias, terroríficas o de fantasía, están narradas con este procedimiento. Otra vuelta de tuerca de Henry James, El doctor Jekill y Míster Hyde de Stevenson, La máquina del tiempo de H.G. Wells, la mayoría de los cuentos de Edgar Allan Poe…, todas estas historias están contadas desde la primera persona porque el autor quiere dejar patente que su intervención es nula.

Aquí el que cuenta no es más, o no quiere ser más, que quien ha puesto la pluma, pero los personajes cuentan sus historias como las vivieron y nosotros tenemos la libertad de escoger si creerla o no.

Ahora bien, algunas de estas historias no empiezan siendo contadas por los protagonistas sino por personajes secundarios que posteriormente dan lectura al testimonio de primera mano del protagonista que puede estar escrito en forma de diario o de confesión íntima o de cartas.

O puede que la historia esté completamente contada por un personaje secundario. En este caso el narrador testigo o periférico puede aportarnos una objetividad mayor de las actitudes del protagonista; eso sí, desde su propia subjetividad. Este personaje secundario apenas habla de sí mismo, y si lo hace su influencia en los juicios de valor que se formará el lector serán mucho menores que cuando los asume el protagonista.

Arthur Conan Doyle fue muy ingenioso a la hora de elegir al doctor Watson para contar Las aventuras de Sherlock Holmes. Conan Doyle estudió al detalle esta relación y comprendió que para que la historia funcionara, no podía Holmes contar sus propios descubrimientos. Advertimos que el talento de Holmes llega con mucho más vigor al lector cuando es visto por los ojos de alguien que lo ve actuar y se admira de cómo soluciona los casos. Watson es un hombre sencillo, inteligente, no cabe dudas, pero de una ingenuidad que contrasta con la genialidad de Holmes.

Así lo vemos en «El aristócrata solterón»:

Hace ya mucho tiempo que el matrimonio de lord St. Simon y la curiosa manera en que terminó dejaron de ser temas de interés en los selectos círculos en los que se mueve el infortunado novio. Nuevos escándalos lo han eclipsado, y sus detalles más picantes han acaparado las murmuraciones, desviándolas de este drama que ya tiene cuatro años de antigüedad. No obstante, como tengo razones para creer que los hechos completos no se han revelado nunca al público en general, y dado que mi amigo Sherlock Holmes desempeñó un importante papel en el esclarecimiento del asunto, considero que ninguna biografía suya estaría completa sin un breve resumen de este notable episodio.

Este sencillo ejemplo deja muy clara la importancia de plantearse la historia antes de empezar a escribirla. Si Conan Doyle hubiera escogido el narrador protagonista para contar su historia, habría quedado como una historia contada por un egocéntrico autosuficiente orgulloso de sus éxitos. Quizás hubiera triunfado, quizás no, pero la historia hubiera sido otra con Sherlock Holmes.

 

Más en: Cómo se escribe una novela. Técnicas de la ficción narrativa

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