El Narrador Literario. El Objetivo Deficiente
H. G. Quintana | noviembre 29, 2010
Después de Flaubert los escritores han estado abocados en la búsqueda de la mayor objetividad posible. Gran parte de los escritores actualmente intenta que el lector saque sus propias conclusiones sin necesidad de conocer las opiniones del autor, el narrador o cualquiera de los personajes.
Si en una historia existe un conflicto interesante y de difícil valoración —bien contra bien o mal contra mal— es absolutamente necesario esconder las opiniones propias o de cada personaje para que el lector llegue a tomar la postura que mejor considere.
Incluso al pretender transmitir una idea con fuerza, se puede provocar un efecto más duradero y eficaz cuando la escena llega de una manera más dramática.
Actualmente se ha llegado a la casi total invisibilidad del narrador escribiendo las escenas. Con este tipo de narración objetiva o deficiente el grado de conocimiento del narrador se restringe a los hechos externos que se aprecian por los sentidos del ser humano.
Como en el teatro, el narrador objetivo o deficiente apenas conoce a los personajes, nos transmite sus acciones físicas y algunas mínimas emotivas, pero no sabe (o nos hace creer que no sabe) lo que piensan, lo que sienten, no sabe sobre su pasado o presente, ni sobre sus actitudes. Es como un simple testigo que observa fríamente, sin opinar ni tomar parte en el conflicto o la historia.
La historia llega al lector gracias a la visión de este observador que se mantiene ajeno a todo. Su distancia respecto a los hechos es suficiente para evitar su valoración; igualmente mantiene esta distancia en cuanto a todos los personajes. No se coloca en el hombro de unos y otros, como hizo Flaubert, ni siquiera se coloca cerca de ellos. Mantiene la misma distancia narrativa de cada uno de los personajes para evitar introducirse en el conflicto.
Muchos de los mejores cuentos de la literatura están escritos sobre esta base. Chéjov, Hemingway, Cortázar, Rulfo, Joyce (la lista podría ser interminable), lograron la eficacia de sus historias a través de este método.
Chéjov fue quizás uno de los que más importancia concedió a la efectividad de describir a una distancia prudente las escenas de mayor acción emotiva. Era totalmente contrario a hacer cualquier alusión a los pensamientos del protagonista. Su teoría se basaba en que todo el argumento debía ser inferido a través de las acciones del personaje. «Cuando escribo confío plenamente en que el lector añadirá los elementos subjetivos que están faltando en el cuento», escribió una vez en su correspondencia.
Hemingway utilizaba un método de escritura –al que llamó Iceberg– donde un hecho fundamental de la historia se oculta al lector que debe inferirlo a través del nivel de sugerencia de los diálogos. Por necesidad asumió este narrador objetivo o deficiente para sus historias.
Sus cuentos Los asesinos y Colinas como elefantes blancos han sido más que estudiados como ejemplos fundamentales de éste método, y aquí sólo los mencionaremos para que usted se motive a leer éstos y todos los cuentos de Hemingway.
Más en: Cómo se escribe una novela. Técnicas de la ficción narrativa
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