El narrador literario. Protagonista y periférico
H. G. Quintana | diciembre 11, 2010
Hasta ahora hemos hecho algunos apuntes para reconocer los tipos de narradores literarios haciendo énfasis en el punto de vista de los narradores omnisciente objetivo y subjetivo. En ambos casos son personajes que no viven la historia sino que nos la cuentan con mayor o menor eficacia desde el exterior sin haberla vivido. Pero, ¿qué pasa si en lugar de un narrador objetivo quiero utilizar un testigo que haya vivido la historia y no alguien desde fuera?
Es igualmente muy fácil identificar cuando la elección del autor ha sido la del narrador personaje o testigo. Basta con que nos fijemos también en la persona gramatical que, en este caso es la primera persona, por lo general del singular (Yo), pero no es raro que se utilice en ocasiones la del plural (Nosotros).
Esperemos que con este ejemplo –que nos tomaremos la atribución, sin permiso del autor, de alterar del original para su mejor comprensión– podremos apreciarlo de forma muy clara. Así quedaría el inicio de Un señor muy viejo con unas alas enormes. Las negritas no existen en el original:
Asustado por aquella pesadilla, corrí (Yo) en busca de Elisenda, (mi) mujer, que estaba poniéndole compresas al niño enfermo, y la llevé (Yo) hasta el fondo del patio. Ambos (Nosotros) observamos el cuerpo caído con un callado estupor. (…) Tanto lo observamos, (Nosotros) y con tanta atención, que nos sobrepusimos (Nosotros) muy pronto del asombro y acabamos (Nosotros) por encontrarlo familiar.
En este método el narrador y lo narrado se confunden, casi se vuelven uno. La historia está contada por alguien involucrado en ella o, al menos, un observador subjetivo que interactúa y convive con los personajes. Este grado de interacción o de complicidad del narrador determina a su vez una clasificación.
Si quien cuenta la historia es el centro del conflicto es evidente que estamos en presencia de un narrador protagonista o central. Si, por el contrario, el narrador es un personaje secundario que describe las peripecias del protagonista se le conoce como narrador periférico.
Esta clasificación, aunque a muchos se les antoje, no es una extravagancia de los especialistas para complicar la labor creativa. De la elección del tipo de narrador personaje depende también la forma que tomará el relato, el grado de eficacia con que llegue al lector y el volumen de conocimiento del narrador respecto al argumento.
Un ejemplo muy elocuente e ingenioso de la utilización del narrador central o protagonista lo constituye El guardián entre el centeno, de J. D. Sallinger.
Si de verdad les interesa lo que voy a contarles, lo primero que querrán saber es dónde nací, como fue todo ese rollo de mi infancia, qué hacían mis padres antes de tenerme a mí, y demás puñetas estilo David Copperfield, pero no tengo ganas de contarles nada de eso. Primero porque es una lata, y, segundo, porque a mis padres les daría un ataque si yo me pusiera aquí a hablarles de su vida privada. Para esas cosas son muy especiales, sobre todo mi padre. Son buena gente, no digo que no, pero a quisquillosos no hay quien les gane. Además, no crean que voy a contarles mi autobiografía con pelos y señales. Sólo voy a hablarles de una cosa de locos que me pasó durante las Navidades pasadas, antes de que me quedara tan débil que tuvieran que mandarme aquí a reponerme un poco.
De este fragmento podemos sacar otra conclusión necesaria. El personaje de Sallinger posee un lenguaje sencillo y cautivador; no siempre debe ser así, pero es necesario tener en cuenta que si nos decidimos como autor a utilizar a un personaje protagonista como narrador, este personaje debe ser lo suficientemente atractivo como para atrapar la atención del lector desde el inicio.
Con este procedimiento no hay intermediarios entre el protagonista y el lector. Cuando el personaje cuenta su historia, al ser el centro del conflicto, tenemos un testimonio de primera mano sobre el argumento. Nadie sabe mejor su historia que quien la vive, por lo que la eficacia de la historia puede llegar a ser mucho mayor. Por lo tanto el grado de complicidad entre personaje y lector es bastante alto, el autor no se interpone entre ellos y, emocionalmente, acerca al lector a los objetivos del protagonista, lo que a su vez intensifica el desarrollo dramático.
Las cartas y los diarios son parte de este método de narración de un personaje como protagonista. Ambos procedimientos son muy útiles cuando se quiere reforzar el carácter de verosimilitud de una historia. Textos como El color púrpura, de Alice Walker (historia emotiva y desgarradora al tope de sus posibilidades) o Los sufrimientos del joven Werther, de Goethe están escritos de esta manera.
Más en: Cómo se escribe una novela. Técnicas de la ficción narrativa
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