La chica del piano bajo dos lunas

| junio 16, 2013

masakoMirar al cielo en las noches puede ser un ritual. Desde hace más o menos un año no dejaba de mirar al cielo con la secreta esperanza de ver dos lunas. La culpa es de Murakami, que en 1Q84, ha trastocado parte de la realidad de mi mundo. Pocos libros me obligan a reinventarme la realidad. Disfruto muchos, leo otros por disciplina, pero desde Doktor Faustus o El filo de la Navaja, pocos hacen explosionar mi interior. Este japonés lo hizo con la idea de que aquellos que logran ver dos lunas en el cielo viajan a un mundo paralelo, no sé si mejor, o peor, pero al menos diferente. Luego de vanos intentos he dejado de buscar.

Recientemente he tenido la impresión de algo parecido. De la forma más tangencial. He estado estudiando francés en esta fría tierra gala, iba a una escuela llena de gente como yo, atrevidos ignorantes de la lengua de Les miserables, que arriesgamos nuestra suerte lejos de la nevera de mamá.  Marroquíes, chechenos, chinos, rusos, iraquíes, turcos, mongoles, un conglomerado de idearios, tradiciones y culturas que desconcierta a intolerantes. Tuve conversaciones con muchos de ellos, o algo que se parece a conversar, entre un francés, apenas aprendido; un inglés con acentos no siempre bien comprendidos, y por señas.

De entre todos me sorprende (más bien me desconcierta) una chica japonesa. Como yo (conocida es mi incapacidad para las relaciones sociales de forma prolongada) la veo algo distante, siempre solitaria, con un pequeño traductor manual en forma de ordenador personal, callada, estudiando. Responde a casi todo con monosílabos, apenas argumenta. Parece rara. Cosas de asiáticos, me digo.

En esta clase, muchos se percatan de mi eficacia para los idiomas, y algo más. Me preguntan detalles sobre ordenadores, libros, películas, historia, y un largo etcétera, que no entiendo (dada mi natural introversión) cómo han sabido que puedo responder.

Me gusta ayudar a los demás en aquello que sé. Es una forma de reconocimiento de mis competencias, me halaga, me reconforta. Arreglar un PC, buscar información imposible en Internet o en una biblioteca, argumentar sobre un libro, una película, un concierto, solucionar aquello para lo que estoy preparado; siento que todo lo aprendido como vicio me da un aliciente como conocimiento superado. A veces quisiera poder salirme de ahí y disfrutar de una larga conversación sobre temas sencillos u otros buenos para nada, pero en 15 minutos de intrascendencias (que lo son sólo para mí) el aburrimiento me mata. Así que paso mucho tiempo solo, alejado, sumido en mis propias intrascendencias.

Por azares que aún no logro explicar, un día la chica japonesa y yo encontramos un vínculo: ambos hablamos inglés, ella con fluidez, yo temeroso y ajeno. Este idioma se convierte en nuestro coto privado. Descubro que toca el piano, el arte nuevamente crea un nexo entre nosotros, y hay algo más: Rodin, los museos, la literatura, Kurosawa, el cine, la creatividad, los idiomas, la música y Murakami. Descubro que no es rara, ¡es excepcional, casi celestial!

La curiosidad me obliga al uso de mis competencias. Una búsqueda por Internet me devuelve a Masako Hamumara, pianista, con el bichito del arte desde los seis años, que ha tocado en varios grupos y conciertos de jazz en Asia, Europa y Estados Unidos, y que ha sido las manos del teclado junto a grandes músicos de jazz, tiene varios discos grabados y varios premios como el Quincy Jones, en 1996.

¡Nunca había recibido una cura de humildad tan grande! En mi cerrado y pequeño mundo interior, allí donde creía que podía presumir de competencias, me encuentro alguien con un mundo interior más pleno y amplio, y no necesitaba exponerlo a los cuatro vientos.

Este humilde escribidor, entintador de folios blancos, perpetrador de novelas, ensayos y editoriales que viajan en barcos, salido de una pequeña ciudad medio en ruinas que cuatro personas podrían encontrar en el mapa en un primer intento, goza el privilegio de contar con estos amigos que, además, me reconocen alguna virtud profesional y personal como para premiarme con su diálogo.

Luego de conocer a Masako me pregunto si quizás ya hay dos lunas y no he tenido tiempo últimamente para mirar al cielo en las noches. Hoy voy a cerciorarme. Sólo por si acaso…

Comentarios (1)

 

  1. egandalph dice:

    «Asian Stuff, me digo», that’s great! That spanish «me digo», I mean, ‘cause you are right with your presumption about the «asian stuff». You needed to enter into yourself to pause and silence your scope and only appoint to her. It’s clear to me that this intimate «me digo» (in your own language, the only spanish phrase in all your text) is a natural displacement (a note from a symphony) in order to separate that «asian» from that crowded «asian stuff». Well, my friend, I just warn you: this will be the beggining of a beautiful friendship (as in Casablanca’s) and «cuida’o con el perro que muerde calla’o». Love, man, love…

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