La mente conectada. Creatividad práctica
H. G. Quintana | junio 8, 2014
No voy a engañar a nadie diciendo que soy un gran ejemplo de creatividad. No tengo nada social (universal, me pareció algo pretencioso) que pueda enarbolar como triunfo ni logro excitante del que presumir, pero sí tengo algo personal, interior si se quiere, de lo que puedes aprender si estás interesado en estas reflexiones.
Es simple: la suerte existe, pero se construye.
Recién leía varios ensayos sobre literatura (y repasaba otros leídos) y entre todos ellos me desconcertó uno de Franco Moretti (La literatura vista desde lejos), que hablaba sobre formas de analizar la teoría literaria desde una perspectiva completamente diferente dado la deficiente capacidad de un ser humano de leer todo lo publicado; lo cual, no viene al caso, pero me obligó a revisar todas las referencias literarias y estéticas que creo seguras en mi haber.
Este libro de Moretti quizás lo leerán cientos, quizás miles de personas, y quizás unos pocos prestarán atención al hecho que refiero: el desbarajuste mental que crea a los que tenemos un bagaje literario que nos has costado espaldas defectuosas y gafas de culo de botella.
La idea sin embargo es clara; la inspiración para este texto que ahora lees, la idea que me transmite el libro de Moretti, las reflexiones necesarias para ofrecer algo que aprendí a mi vez, no hubieran sido posibles sin dos cosas concretas: mi cerebro funcionando a toda máquina para desbrozar lo que conozco y una idea contraria que me provoca un shock emocional, casi un cataclismo mental.
Steven Johnson, el escritor y divulgador científico, llama a nuestra reflexión sobre este hecho. La suerte, la invención, el camino hacia la creación de cosas ingeniosas, necesarias o llamativas, pasa necesariamente por innovar; y la innovación es creatividad, y la creatividad no es producto de una reflexión apresurada y salida de la nada.
Una digresión personal que sirve como ejemplo. Una gota de agua sobre la roca, la novela con la que hasta hoy más satisfecho me siento, que me acerca a más lectores, fue un golpe de inspiración que escribí en pocas semanas. Cierto que estuve casi seis años dándole vueltas a la forma de escribirla, y que tuve tiempo después para revisarla y reparar en defectos de forma y estilo, pero el golpe primero, el difícil arranque creativo inicial donde encuentras la voz y el estilo, se produjo en un abrir y cerrar de ojos.
Sin embargo, no vino de la nada. La idea de parir una novela con la que un lector aprenda a leer mejor otras novelas y que un aspirante a escritor pueda encontrar herramientas para empezar a hacer su trabajo, era algo que venía pensando durante años, muchos años, quizás más de seis; y aunque hacía otros proyectos y me juraba a mí mismo que nunca volvería a pensar sobre ello, la realidad es que mi mente volvía cada cierto tiempo a espolearme con el tema.
¿Adónde voy, que me pierdo? La creatividad no es inspiración repentina, es producto de muchos años de reflexión soterrada, a veces inevitable e incómoda; llega tras muchos años de escudriño, de abstracción, de abandono y vuelta obligatorios, de esfuerzos mentales y creativos inútiles o de un golpe masivo causado por un comentario intrascendente en una red social o un detalle aparentemente banal de la vida diaria como el vaivén que hace nuestro hijo mientras se columpia en el parque.
“La suerte favorece a la mente conectada” dice Steven Johnson, y la mayoría de los grandes descubrimientos de la humanidad, si lo pensamos con calma, desde la Ley de la gravedad hasta el Iphone, son producto de ello.
No se entienda “mente conectada” con “mente en línea”, aunque también. Porque lo que nos enseña Johnson es que nuestra reflexión, nuestro conocimiento previo del hecho que nos obliga a la creatividad, necesita una idea contraria, un ímpetu frontal, un oponente sagaz que nos irradie el disparador creativo. Newton tuvo su Hooke y Jobs su Gates, porque estaban conectados, porque sus ideas eran producto de una larga inspiración personal que necesitaba cotejo con otro pensamiento universal, y que no necesariamente llega con un competidor perspicaz, sino apenas con el soplo afortunado del elemento que faltaba para concluir nuestra empresa.
Y es ese cotejo ineludible, esa comparación que obliga a repensar lo evidente, y que a muchos les pasa inadvertido, lo que la mente creativa no deja escapar. Viene muy despacio, pero de forma intensiva, gestándose en nuestro interior, esperando el mejor momento para nacer, sea en forma de una teoría que revoluciona el mundo, una obra de arte que conmueve a muchos o un aparato tecnológico que se vuelve inevitable para otros.
¿La suerte? Sí, ¿porqué negarlo? No cabe dudas que existe, pero la suerte llega a quien la busca.
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