Narcos. Lo más difícil de la ficción

| diciembre 18, 2016

La veraz frase literaria, ya convertida en refrán popular, de que vemos la vida según el cristal como que se mira es una de las mejores definiciones de lo que, para el ser humano, significa el mundo de la ficción.

Este poema de Campoamor, titulado Las dos linternas[1], y que es infinitamente menos conocido que la frase antes citada, habla de su posición contraria a la de Diógenes al analizar la naturaleza humana; de cómo ve más bondad y menos cinismo en la gente, y de su confianza en el mejoramiento humano contra la tendencia a ver todo de forma pesimista y oscura.

La polémica por un cartel con el increíble actor Wagner Moura, caracterizado como Pablo Escobar, en la Puerta del sol de Madrid deseando una “blanca navidad” es una extensión de este enfoque de puntos de vista. Más allá de la pertinencia de que esté o no el cartel, en la cual creo que somos bastante adultos para saber lo que es conveniente o no, me trajo de vuelta mis intercambios con alumnos, colegas, y amigos a raíz de esta serie.

Es obvio que la serie es buena, muy buena, quizás con un uso excesivo del narrador en off, pero necesario para explicar ciertos aspectos del argumento que expone. En su favor menciono que tiene una cuidada dirección de actores, un argumento perfectamente concebido y una historia muy bien contada.

El problema –para los gnomos de lo políticamente correcto, dado que yo no veo ninguno– viene cuando te detienes a reparar en las diferencias de apreciación entre el público, referente a si en la serie se retrata bien la naturaleza delincuencial y asesina de Pablo Escobar. Unos ven a un criminal despiadado y capaz de cualquier salvajada por ganar más dinero y tener poder, mientras otros ven a una especie de Quijote bienhechor de los pobres de Antioquia que se enfrenta a los Estados Unidos en una lucha donde la culpabilidad del Norte está fuera de toda duda.

Para ampliar la polémica, Sebastián Marroquín, el hijo del narcotraficante colombiano, hoy en día uno de los principales críticos con lo que ha representado su padre para América, dijo en una entrevista en Onda Cero, en España, que recibía decenas de cartas de jóvenes que quieren convertirse en narcotraficantes luego de ver la serie de Netflix.

¿En qué quedamos? ¿Es la serie una alabanza o una crítica a la vida delincuencial de Pablo Escobar?

Pues aquí entra la frase que inicia este texto y que marca lo mejor y más difícil de la ficción: la capacidad de fabricar un personaje verosímil y perdurable, y no una pantomima de uno real ni una caricatura que desafíe o se acomode por completo a lo políticamente correcto.

Cuando se crea ficción, incluso aquella basada en un personaje real, no se hace sobre hechos reales vividos, sino sobre lo percibido y experimentado por el autor de la ficción; diría más, sobre la percepción de los hechos que tiene cada autor, director o guionista de una de las varias formas en las que se puede hacer ficción.

El detalle funciona para la creación ficcional, pero no deja de tener validez para el consumo de ella. Cuando disfrutamos de una ficción, sea leída o apreciada en imágenes videovisuales, nos quedan impresiones emocionales, resortes y huellas de exaltación o rechazo sobre lo que vemos, dejados por esos hechos en nuestra conciencia.

Es por eso –y menos mal– que todos tenemos opiniones propias, a veces enfrentadas, sobre la calidad de una película, serie o novela. Cada persona ve lo que quiere ver; o mejor, lo que su idiosincrasia, cultura, y formación le permite ver.

La serie no le pasa la mano a Pablo Escobar, hay suficientes elementos en ella para ver la maldad del capo colombiano. Para quien lo quiera ver es evidente en la serie cómo el personaje interpretado por Moura, por una simple decepción y afianzado en un poder sin límites, transita desde el asesinato de un rival incómodo, hasta la concepción de actos terroristas y la matanza indiscriminada de civiles.

De la misma forma se aprecia aquellas virtudes que tuvo el personaje real, desde un trato humano y cercano –también discutible, obviamente– con su familia, hasta sus labores humanitarias con la gente más desfavorecida de su barrio. Podríamos mencionar montones de razones del porqué sus actos caritativos eran premeditados y malvados, pero no niegan su existencia, y la labor de una ficción está en dejarlos plasmados junto a todos los aspectos enfrentados de su personalidad; con aquellas virtudes y defectos que todos tenemos en las nuestras.

Cualquier malvado gana en su círculo más íntimo. Si tuviéramos una máquina del tiempo y colocáramos una videocámara oculta en la cama de Stalin, Napoleón, Hitler o Bin Laden, nos sorprenderían las simplezas, a veces agradables, que probablemente dirían en la intimidad de su alcoba. Narcos hace exactamente eso, colocarnos frente a los claroscuros de un personaje que los tuvo, desde una distancia objetiva y suficiente para no dejarse vencer por lo políticamente correcto ni por la alabanza desmedida. Nos presenta un personaje creíble y cercano a lo que podría haber sido, tanto en su quehacer criminal, como en sus actos más desprendidos.

Estar a favor o en contra del Pablo Escobar de Netflix no disminuye la calidad de la serie, más bien la engrandece; y, muy al contrario, aporta mucha información sobre quien se coloca a favor o en contra del Pablo Escobar que puso bombas en aviones con civiles.

Ya decía Campoamor que, entre dos posiciones enfrentadas:

¿Cuál mentirá de los dos?

¿Quién es en pintar más fiel

las obras que Dios creó?

El cinismo dirá que él;

la virtud dirá que yo.

Y es que en el mundo traidor

nada hay verdad ni mentira:

todo es según el color

del cristal con que se mira.

 

[1] Ramón de Campoamor. “Las dos linternas”, en: Doloras y humoradas. Barcelona, Maucci, 1905. Disponible en Cervantes virtual: http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/doloras-y-humoradas–0/html/ff0e762a-82b1-11df-acc7-002185ce6064_4.html#I_64_

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