Usos y definiciones de la anagnórisis
H. G. Quintana | abril 9, 2010
Toda historia literaria necesita el descubrimiento, por parte del personaje principal, de algún elemento que cambia su destino en el relato. Un ejemplo a vuelapluma:
María, la esposa de Pedro, vive en un idilio amoroso total. Está tan enamorada de su esposo que se considera la mujer más feliz de la tierra. Un día descubre, al azar, una mancha de carmín en la camisa con que ha venido Pedro anoche de su trabajo.
A partir de ese momento cambia la perspectiva de su visión, hay aquí una especie de descubrimiento que la lleva a su vez a la duda o el reconocimiento de que Pedro le ha podido ser infiel.
Este momento es vital en toda historia de ficción y el primero en marcar este descubrimiento fue, lógicamente, Aristóteles en su Poética.
La anagnórisis –así la llamó– es reconocimiento, descubrimiento de una situación vital, y muchas veces fuera de su control, por parte de los personajes.
Por lo general, dentro de un relato se dan diferentes momentos en que los personajes se vuelven conscientes de algo que se les ha mantenido oculto. Pero estos pequeños momentos no son exactamente los que Aristóteles conceptualizó.
La anagnórisis es el momento esencial de reconocimiento del protagonista, hasta ese instante su vida era de una manera, ahora cambiará inevitablemente, podrá seguir pasivo o fingirá que nada ha cambiado, pero en el fondo no es la misma persona.
De alguna manera un texto de ficción es también un descubrimiento para el lector, que inicia su decursar literario en una especie de ingenuidad porque algo se le oculta, pero el escritor, si quiere lograr un buen texto, debe hacer que el lector lo descubra antes que la historia termine pero no antes de que sea necesario.
Este misterio o hecho escondido para el protagonista es otro de los fundamentos que mantiene viva la atención del lector; y lo es sobre todo porque hace progresar la historia.
Un ejemplo de este momento se encuentra en el magnífico cuento «Los muertos»de James Joyce incluido en su libro Dublineses. Gabriel Conroy es un escritor de cierto renombre que asiste con Gretta, su esposa, a una especie de convite en la casa de unas amistades.
Gretta está muy callada durante toda la noche hasta que uno de los invitados se sienta al piano y canta una canción que le trae el recuerdo de un antiguo amor que murió por ella. Para Gretta hay en este momento un descubrimiento, aunque los lectores son ajenos a ello.
Joyce tuvo la agudeza de esconder este detalle hasta que Gabriel y Gretta han regresado a la casa de ambos. Gretta, entre llantos, le confiesa a su esposo el motivo de su tristeza y para Gabriel sucede entonces el descubrimiento que es a la vez la anagnórisis del relato.
Para Gabriel este descubrimiento –Joyce lo llama epifanía– trastoca su vida. Ama a su esposa de una manera que no es la que ella quizás aspira, pero en definitiva la ama. El fragmento de la anagnórisis lo describe Joyce así:
«Ella estaba profundamente dormida.
Gabriel, apoyado en el codo, vacío de resentimiento, miró unos instantes su enmarañado cabello y su boca entreabierta, escuchando su profunda respiración. De modo que había habido aquel romance en su vida: un hombre había muerto por ella. Ahora apenas le dolía pensar en el escaso papel que le había tocado desempeñar, como marido, en su vida. La contempló mientras dormía como si ella y él jamás hubieran vivido juntos como marido y mujer. Sus ávidos ojos descansaron en su rostro y en su cabello; y, entonces, pensando en lo que debía de haber sido aquella su primera belleza juvenil, su alma se sintió invadida por una extraña piedad amistosa. No se hubiera dicho ni siquiera a sí mismo que su rostro ya no era hermoso, pero sabía que ya no era el rostro por el que Michael Furey desafió a la muerte.»
Este es uno de los momentos literarios más apreciados por los profesionales de la literatura, que en definitiva es uno de los mejores ejemplos de la importancia de la anagnórisis para lograr un buen efecto en el lector.
Más en: Cómo se escribe una novela. Técnicas de la ficción narrativa
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