Violín Rojo. Historia de una obsesión multiplicada
H. G. Quintana | diciembre 22, 2013
Cada cierto tiempo advierto una recurrencia a las obsesiones. A mi alrededor, sea por un libro, un vídeo o película o alguien que conozco personalmente, advierto obsesiones por doquier.
Recuerdo un comentario de la serie desaparecida Rubicón, donde Will, el curioso analista de datos que trabaja para el gobierno, le dice a su compañera de trabajo que existen dos tipos de miedo: uno que paraliza, no deja avanzar y otro que mueve a seguir adelante no importan las consecuencias.
Una apostilla parecida se puede expresar de las obsesiones. Existen obsesiones que nos llevan a trabajar, a hacer cosas útiles y nos mueven a avanzar aun cuando tenemos decenas de voces invitándonos a descansar y decenas de obstáculos que impiden avanzar.
Otra obsesión no detiene al que la siente, pero puede convertirlos en locos, desequilibrados que los centra en el objetivo y hace olvidar la moralidad de los medios para alcanzarlo.
Quizás, Violín Rojo (The Red Violin o Le violon Rouge) de François Girard, es la historia de un término medio entre ambas. No puedo comentar cuál es la principal obsesión de esta increíble película sin desvelar algo importante, así que me limito a poner proa sobre sus cualidades intentando mantenerme al margen de contar el secreto más importante que encierra; pero va a ser difícil que no desvele algo sin percatarme. Así que si quieres verla, mejor para de leer y regresa luego de disfrutarla.
Alguna vez comenté por aquí la diferencia entre una decisión que nos obliga a la reflexión constante y una obsesión.
A grandes rasgos, un conflicto superficial en la vida diaria se vuelve sugestivo para la ficción por la intensidad con que la enfrenta el personaje. Aprobar un examen no es cuestión de vida o muerte, pero si el personaje se empecina en ello, deja de dormir por estrés, toma píldoras para dormir y otras contra el insomnio, trata mal a su familia y descuida su apariencia personal, su pequeño conflicto se vuelve obsesión y la obsesión le hace ir más allá de lo razonable.
Violín rojo cuenta una de estas obsesiones. Toda la historia comienza en el siglo XVII con Anna, esposa de Niccolo Bussotti, un peculiar fabricante de violines. Anna quiere conocer el futuro de su parto y de su hijo a través de la consulta del Tarot.
Las cinco cartas que Anna escoge están bocabajo sobre la mesa de la bruja y a medida que se van descubriendo asistimos a cinco futuras historias en varios países con un argumento común: un violín de color rojo que ha sido fabricado por Bussotti, obsesionado a su vez con hacer el violín perfecto.
El instrumento, por circunstancias diversas, pasa de mano en mano y como un testigo, como si fuera el narrador, asistimos a las consecuencias que provoca su presencia en las familias a las que llega.
Es una película increíble, plurilingüe, multirracial, llena de referencias estéticas y argumentaciones pasionales. Con una alusión muy directa a las obsesiones que ciegan, que desequilibran, que nos provocan insomnio, amor, odio, actos generosos o egoístas; en resumidas cuentas, hechos normales de la vida que se vuelven extremos por una obsesión particular, que en este caso, muchas veces pasa por poseer el violín rojo.
Como no podía ser diferente, la película tiene una banda sonora espectacular, con música para violín –obviamente– pero no sólo; y un metraje amplísimo –130 minutos– que, sin embargo, no agota.
Desde el momento que adviertes que algo sombrío puede ocultarse tras la historia del violín que angustia a tantos, no puedes parar de preguntarte qué sucederá con el siguiente poseedor.
Si tuviéramos que reprocharle algo a la película sería por qué el director escoge estas historias para contar las múltiples obsesiones y no otras por dónde pasa el violín, pero sería otra película.
De entre todas las historias, las más llamativas, desde mi punto de vista, es la de la mujer amante de la música que debe esconder su amor por el arte y los instrumentos fabricados en Occidente, en medio de la revolución cultural China; la otra historia es la que cierra el filme, de un especialista e historiador que tasa instrumentos para casas de subastas que parece ser el único que valora el violín por algo más que su valor musical o sentimental.
Quizás también podemos preguntarnos el motivo del desbalance del argumento: en unas historias es primordial el motivo inicial de la película que imprime todo el filme, en otras es consumido por el argumento de la historia concreta que cuenta y que el violín pretende determinar.
Como sea, Violín rojo es de esas películas que, con sus mínimos desperfectos que muy pocos advertiremos, no deja impasibles. Es una película increíble, maravillosa, hecha para despertarnos la reflexión, nuestro sentido del amor, del odio, de la bondad, la maldad o simplemente hacernos fijar en nuestro deseo de hacer cosas nuevas; en cómo encarar los sueños y deseos que pueden ser metas normales que alcanzar u obsesiones nocivas que aplacar. Una película que guardaré para volver a disfrutar, esta vez conociendo el dato escondido desde el principio. Sin dudas, me dará nuevos argumentos para reflexionar.
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