Amistad

La amistad es uno de los valores que merece más reconocimiento; probablemente el que más. Todavía queda por ahí quien niega que exista la amistad y otros que por exceso consideran amigo al que acaban de conocer y no distinguen la amistad del arribismo.

Lo verdaderamente cierto es que sigue siendo muy valorada. Baste revisar en cualquier entrevista o cuestionario al famoso de turno que la respuesta a lo que odia es casi de manera invariable, la traición o la mentira, dos defectos incompatibles –sin determinismos ineludibles– con la amistad. Y digo sin determinismos porque podemos recordar la traición y la mentira que Max Brod cometió sobre su amigo Franz Kafka, al prometerle quemar sus manuscritos y luego publicarlos, haciéndole uno de los favores más importantes que se le podían hacer a Kafka: demostrarle al mundo la genialidad de su amigo legándola a la posteridad.

No se le dice amigo a cualquiera, lo saben quiénes los valoran. Es lugar común decir que un amigo no está al pie de nuestra cama al despertar ni da las buenas noches al lavarnos los dientes antes de dormir, pero sí acude presto cuando el ánimo llega a la altura de los zapatos. Por eso hacemos lo que sea para mantenerlos, conservar su hombro que soporta nuestro peso en llanto o queja. En especial cuando los sabemos estoicos ante nuestros defectos, escépticos con las malas lenguas que apuntan a nuestra nuca y optimistas con nuestros logros y alegrías.

Un titular y su resumen que se refieren a la amistad me conmueven: “El mejor amigo del perro. Un hombre lleva cuatro días viviendo en el aeropuerto de Madrid-Barajas mientras espera a que Iberia le devuelva el perro que la compañía extravió durante un trasbordo.”

¿Escogemos a los amigos? Graham Greene se lo preguntaba en El fin del romance (The end of the affair).

Manuel Jesús García, escogió a dos perros. No quiero saber ni me importa cómo se desarrollaba la relación con sus perros, su gesto habla por él. Ha considerado que esperar a que Iberia cumpliera con su obligación de buscar y devolver a su amigo era una pérdida de tiempo. Ha decidido perder la comodidad de su hogar, enfrentarse a la gélida intemperie de diciembre, escuchar el tambor de sus tripas hambrientas y hacer pública su tristeza.

Es difícil ponerse en su piel. “Es sólo un perro”, fue mi primera reacción al saber la noticia, “mueren más niños de hambre en el mundo sin un gesto igual por parte de casi nadie”. Y sin embargo, si bien no soy capaz de comprender lo que alguien puede sentir por un perro, sí puedo dar fe de lo que aprecio la amistad.

En Náufrago (Cast Away) el personaje que interpreta Tom Hanks se inventa un amigo de una pelota de Voleibol marca Wilson. Solo comprendiendo la soledad del personaje, su deseo natural de asociarse con otros humanos, se alcanza a llorar con la escena donde Wilson (la pelota) se aleja de la balsa y desaparece bajo las aguas. Una pelota es simplemente eso: una pelota; para Tom Hanks (o Chuck Noland, su personaje) Wilson era un amigo con el que combatía la soledad. Le contaba sus sueños, sus disgustos, sus anhelos. Wilson era el otro en la relación del hombre y su ser social.

Sí. El hombre es un ser social. Algunos añoramos la soledad si sabemos que tenemos la opción de escogerla, si sólo tuviéramos la soledad pediríamos a gritos un Wilson o un Trus –el nombre del perro perdido en Barajas– para enfrentarla. El sacrificio de Manuel es una de tantas formas de mantener la amistad y ha sido bueno saber que esta historia tuvo un final feliz. El perro fue encontrado deambulando por el pueblo de Barajas. Pero quizás la constancia de Manuel, su deseo irrefrenable de no perder un amigo, el valor de acero que le dio a su amistad con el can nos alientan a muchos. La amistad es eso y algo más que no se puede explicar aquí.

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