¿Qué significa salir de la caverna?

conchitacyrusHace unos días veía una conferencia-debate de título: Que signifie aujourd’hui sortir de la caverne? (¿Qué significa hoy salir de la caverna?) de los profesores universitarios franceses Alexandre Georgandas et Rémi Astruc, que hablaban de un mundo con cierta cercanía a la ficción de Matrix, y los pasos para salir de ella. La verdad, tuve una sensación extrañísima como ser humano.

El tema es importantísimo. El filósofo griego planteó, en su momento, una paradoja que tiene máxima actualidad:

Si un grupo de hombres está obligado toda su vida a mirar la pared de una caverna es casi imposible que alguien les haga creer que, detrás, existe una verdad diferente a la pared que de forma incesante miran.

En el mundo actual, en nuestra sociedad cargada de información, en la que tenemos la sensación de saberlo todo, o al menos tenemos acceso (o la sensación) a cómo intentar saberlo todo, que hacemos mofa de los políticos, que nos parecen cada vez más incapaces y mezquinos, la idea de hablar de salir de la caverna es algo así como descubrir por nosotros mismos de que la verdad que vemos a diario en los medios es un término subjetivo que debemos poner en duda, y es indispensable crear nuestra propia objetividad.

Sin embargo, a medida que escuchaba a los profesores, a medida que avanzaba en el tema y aprobaba o discrepaba de sus argumentos, sentía la conmoción de asistir a un debate improductivo y sin futuro. Tenía la percepción de que aquellos intelectuales, tipos con una cultura más o menos vasta, y cargados de tesis vitales sobre nuestro presente, eran como postes inertes que avisan del inicio de un abismo al final de la carretera y a los que nadie presta atención.

Me gusta citar dos novelas como 1984 y Un mundo feliz donde la realidad ha sido adulterada; sí, novelas, mundo inventado al final; dos ficciones que reflexionan sobre lo que pasaría en un mundo donde el ser humano dejase que triunfe la dictadura del poder desnaturalizado, una sociedad que ha permitido, por apatía, la opresión de la individualidad; ya sea creando una realidad paralela mentirosa pero conveniente o divertirnos tanto para alejarnos de lo que realmente importa.

Quizás la ficción de Huxley no está tan alejada de la realidad actual. El antropólogo español Manuel Delgado sostiene que existe la tele basura para hacernos creer que el resto no lo es.

El talento verdadero está menospreciado. Por desgracia vivimos en un mundo donde el regodeo con la estulticia es más importante que la reflexión inteligente sobre la verdad. Un mundo donde elevamos a categoría de debate esencial sobre los derechos del ser humano, que un mamarracho con barba, y pericia para el disfraz y la imitación, gane un espectáculo mediocre, mientras, al contrario, hacemos pupa de un talento verdadero, capaz de una novela que inicia un estilo literario peculiar, porque defiende ideas políticas desagradables (¡muy desagradables!).

Ambos ejemplos son espectáculo. El talento verdadero se esconde tras una personalidad llamativa, muchas veces rozando la extravagancia, para poder atraer la atención. De nada sirve escribir la novela más innovadora de la literatura, pintar los cuadros más atrayentes de la historia del arte o componer la música más impactante si no hay además algo más que llame la atención, sea dejarse barba y vestirse de mujer, subirse desnuda a una bola de demoler edificios, encasquetarse una langosta en la cabeza como sombrero o defender a un dictador. Lo importante es llamar la atención del respetable, como sea, porque lo contrario es no existir.

Me veo obligado a citar a Mario Vargas Llosa en su ensayo La civilización del espectáculo:

“¿Qué quiere decir civilización del espectáculo? La de un mundo donde el primer lugar en la tabla de valores vigente lo ocupa el entretenimiento, y donde divertirse, escapar del aburrimiento, es la pasión universal.”

En ese mundo vivimos. Da igual que un grupo de filósofos nos avise que estamos muy cerca del mundo de Matrix. Nosotros seguimos al entretenimiento fácil. ¡Qué piensen otros!

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