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Los personajes son la base fundamental de la ficción. Es una frase que no escucharás a menudo, pero que es una realidad como un templo, expresada por Leon Surmelian en su magnífico libro sobre la escritura y que repito de forma constante en clases de escritura. Y esta verdad la supo desde muy pronto, Robert Louis Stevenson cuando escribió su novela El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde. Lo hizo en circunstancias fascinantes y con una solvencia en retratar al ser humano, que todavía hoy impacta cuando se lee la novela por primera vez.
Suelo decir también que los seres humanos somos complejos. Nadie es enteramente bueno o completamente malo. Incluso aquellos que parecen inmaculados y perfectos o los que, por el contrario, son un pozo de maldad y vicios, ambos tipos tienen grises y sombras. Si eres aspirante a escritor y no asimilas esta lógica humana, difícilmente podrás conseguir un texto que satisfaga a una gran cantidad de lectores. Un texto de ficción con una división arbitraria entre personajes negativos y positivos, tiene muchas más posibilidades de fracasar que uno que logra lo contrario, porque sus personajes no parecerán reales.
En Cómo se escribe una novela, en el capítulo referente a la caracterización de los personajes hago referencia a uno de los trucos que usamos en teatro para llegar mejor al público. Es una especie de fórmula que dibuja tres aspectos de la personalidad humana cuando se analiza en la interacción social diaria:
CÓMO APARENTAMOS SER
CÓMO NOS VEN LOS DEMÁS
CÓMO SOMOS EN REALIDAD [1]
Esta eficiente forma de reflexionar sobre los seres humanos permite a un actor (en su momento yo mismo lo fui) interiorizar la caracterización de un personaje y la forma en que este se comunica con el resto de personajes de una obra de teatro, serie o filme.
Su plasmación en personajes de ficción es una de las bases fundamentales de El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde, una de las novelas más sugestivas y mejor escritas de la historia de la literatura. Mejor escrita, no tanto por su lenguaje, como por las impecables técnicas literarias en las que se basó Robert Louis Stevenson para hacerla verosímil y que han terminado por convertirla en un clásico.
El propio autor confiesa en su «Ensayo sobre los sueños», que llevaba mucho tiempo queriendo escribir una historia sobre la “extraña sensación de la duplicidad del hombre”[2]. El primer texto que escribió sobre el tema no lo conocemos más que por sus propias palabras porque lo quemó. Se titulaba The travelling companion, y lo presentó a un editor que no se atrevió a publicarlo porque la consideraba indecente, a pesar de la genialidad de la historia y la escritura.
Stevenson dice que estuvo con la obsesión por varios días, tratando de encontrar una trama que le conviniera al tema que quería abordar y, tan obsesivo se le hizo, que terminó por soñar la historia; o al menos, partes de ella. Al final, según Fanny, la esposa de Stevenson, en una carta a Graham Balfour, el biógrafo más reputado y citado del autor, el primer borrador de la novela fue escrito en un arranque de 3 días:
Louis escribió Jekyll y Hyde con gran rapidez siguiendo las líneas de su sueño. Una madrugada me despertaron sus gritos de horror. Yo, creyendo que había tenido una pesadilla, le desperté. Y me dijo, furioso:
–¿Por qué me has despertado? Estaba soñando una excelente historia de terror.
Le había despertado en la primera escena de transformación. Había tenido en su mente la idea de una historia de doble vida, aunque no era la misma que tuvo en su sueño.[3]
Cuando se refiere Fanny a la escena de la transformación, está describiendo uno de los momentos decisivos de la novela que hoy conocemos en la que Hyde, perseguido por haber cometido algún crimen, se tomaba los polvos y sufría la transformación delante de sus perseguidores. El propio Stevenson confirmó esta historia en su «Ensayo sobre los sueños» y reveló, además, que había soñado con otra escena referente a una ventana que también dejó escrita en la novela.
A Fanny, a quien el autor tenía un gran aprecio en sus opiniones literarias, no le gustó demasiado esa primera redacción de El extraño caso… y le hizo varias críticas sobre la escasa dualidad del personaje principal. Según ella, Stevenson lo quemó y decidió reescribir la obra desde cero. En el segundo intento, profundizó en los temas de la dualidad humana y las tensiones entre la moralidad y el deseo, como ella le había propuesto. Este último texto salió en prácticamente otros tres días de intensa escritura. Según Samuel Lloyd Osbourne, hijo de Fanny, Stevenson escribió 64000 palabras en seis días, a razón de unas mil palabras por día, luego le tomó otras seis semanas revisarlo y corregirlo. Al final el texto que hoy conocemos, la novela final de El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hydeestuvo lista, según Osbourne, en 10 semanas en total.[4]
Durante los siguientes seis meses se vendieron cerca de cuarenta mil copias. Hacia 1901 se estimó que se habían vendido más de 250 000 copias.
La sinopsis ya no tiene ningún misterio. Gabriel John Utterson es un abogado que investiga la extraña relación entre su amigo, el Dr. Henry Jekyll, un reputado científico, y el misántropo Edward Hyde, al que conoce por testigos. Para él, Utterson, es inexplicable esa amistad entre dos seres tan distintos y que no tienen nada que ver entre ambas personalidades. Lo que no sabe Utterson (y esto ya no sé si considerarlo un Spoiler) es que Jekyll ha creado un medicamento que tiene la capacidad de separar la bondad y la maldad en un mismo ser humano; cuando Jekyll bebe esta bebida se convierte en Edward Hyde, un criminal capaz de cualquier atrocidad.
La búsqueda de la explicación para lo que Utterson no entiende, nos lleva como lectores a una trama donde se mezcla el terror con los estudios sicológicos y una exploración de la moral y la ética en el ser humano. La famosa bebida que separa el bien del mal, en principio, no reviste ningún problema hasta que el medicamento empieza a tener un efecto secundario no esperado que trastoca todas nuestras ideas preconcebidas.
TECNICAS LITERARIAS
Como siempre, analicemos, al menos brevemente, el aspecto formal de la novela. Es una de las razones por la cual las grandes novelas lo son. En este caso, el primer truco literario de Stevenson ha sido colocar el punto de vista de la historia en varios narradores testigos, el propio Utterson, el médico de Jekyll y una especie de remate final del propio Dr. Jekyll.
Sucede que Utterson, el abogado, tiene el testamento de Jekyll, y no comprende porqué un hombre tan honorable, deja toda su herencia, en caso de muerte, a un tipo tan detestable como Hyde. La duda lo lleva a descifrar lo que describe el argumento de El extraño caso… y es precisamente que ambos son la misma persona que se desdoblan gracias al medicamento inventado por el doctor.
¿Por qué es tan importante ese punto de vista?
Primero, las dudas que tiene Utterson sobre el conflicto moral y social entre Jekyll y Hyde pasan a ser nuestras, de los lectores y todo lo que va descubriendo es para nosotros como una epifanía. La narración tan cercana al abogado, nos mantiene sugestionados, y refuerza la intriga y la sensación de incertidumbre. El misterio y el suspenso por todo lo que sucede entre Jekyll y Hyde, y esa extraña amistad, nos llega con una fuerza tal que nos impacta cuando descubrimos la verdad.
Lo que me dijo en la hora que siguió no puedo decidirme a escribirlo. He visto lo que he visto, he oído lo que he oído, y tengo el alma deshecha. Sin embargo, ahora que se ha alejado esa visión, me pregunto si en realidad me lo creo y no sé qué responderme.[5]
Sin embargo, la revelación final, cuando se descubre la verdad, no accedemos a ella a través de este narrador personaje que es un testigo y, como todo testigo, podría estar contando la historia con errores y apreciaciones subjetivas. La desvelación final nos llega a través de dos personajes que no dejan lugar a dudas sobre lo que, en realidad, está ocurriendo, Hastie Lanyon, que es el médico de Jekyll, y sabe todo de primera mano, y finalmente, con una confesión final del propio Jekyll, que apuntala el argumento, y de quien no vamos a dudar porque es el personaje a quien le está pasando todo lo que hasta ese momento no sabíamos.
Esta estructura narrativa aparentemente fragmentada no es casual. Intenta hacernos creer como verdadera una historia que, si nos la cuentan testigos por vías de terceros, no podemos creerla porque no está basada en las leyes lógicas que rigen nuestro mundo a través de la ciencia.
Otro de los elementos llamativos de la estructura de El extraño caso de… es la descripción de ambientes que contribuyen a la sensación de misterio y terror que provoca la constante amenaza implícita en la figura de Hyde. Hablamos de una niebla espesa y constante, las calles oscuras y apenas visibles, y los espacios claustrofóbicos que evocan un ambiente gótico acorde al terror que sentimos ante la posible presencia del monstruo.
Por cierto, la caracterización de los personajes de esta novela es un elemento que refuerza su ambiente de suspense. Es muy poco común que sepamos sobre los personajes por descripciones narrativas de su aspecto sino más bien a través de acciones propias, vistas por los ojos de un tercero, o por impresiones indirectas de los testigos involucrados en la historia.
El caso de Hyde es magnífico porque siendo el personaje que crea el conflicto lo vemos descrito más a través de las reacciones que él mismo provoca en los demás que por descripciones directas de un narrador. Todo el efecto perturbador que causa su presencia nos llega por testimonios de quienes lo ven, y cuantos más testigos nos cuentan ese efecto perturbador, más nos convencemos de que algo alarmante hay en el personaje.
RECEPCIÓN
Hoy en día la idea de la duplicidad entre bien y mal en un mismo ser humano está muy imbricada en la cultura popular. Muy pocos se sorprenderían si le dijeran que una persona es un Jekyll y un Hyde. Con respecto a esto Vladimir Nabokov recomienda, antes de adentrarse en la novela, olvidar todo lo que crees que sabes sobre ella, porque ni es una historia de fantasmas ni una novela de detectives; va más allá. Esto es algo que no me canso de repetir sobre muchos clásicos de la literatura y que encaja como un guante para El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde: actualmente sabemos tanto sobre el tema, tanto nos hemos imbuido en el argumento, que muchos creen que conocen su historia sin jamás haber abierto el libro.
Pero cuando la novela se publicó en 1886, lo que sabía sobre el tema eran algunos trabajos innovadores sobre el subconsciente y los impulsos reprimidos iniciados por Freud, Charcot y otros psicoanalistas, que se publicaban en revistas, y que llegaron a ser leídos por Stevenson, presumiblemente, a través de Fanny, quien estaba suscrita a ese tipo de publicaciones periódicas.
Fue, casi con seguridad, el autor edimburgués el primero que llevó el tema a la ficción y, ¡vaya si fue rentable! El impacto en los lectores y después, en estudiosos sobre la identidad, la moralidad y los impulsos reprimidos, caló de manera profunda, provocó que la novela tuviera un éxito inmediato y generó gran debate, tanto a favor como en contra, por su tratamiento innovador estos temas. Stevenson había logrado, además, captar las zozobras de la sociedad victoriana en un relato que combinaba elementos de thriller, ciencia ficción y terror psicológico.
Una historia de fantasmas que había soñado su autor trascendió el género gótico para convertirse en un estudio psicológico profundo sobre la naturaleza humana, y gran parte de esa mirada, se la debe Stevenson a Fanny, su esposa, que no había visto esa exploración psicológica en la primera versión de la novela.
Una reseña anónima en The Times elogiaba el libro: «Nada de lo que el Sr. Stevenson ha escrito hasta ahora nos ha impresionado tan fuertemente con la versatilidad de su genio tan original», y concluía con la petición de que la historia «debe ser leída como un estudio acabado en el arte de la literatura fantástica».[6]
Stephen King, en Danza macabra, incluye a la historia de Jekyll y Hyde, junto a Frankenstein y Drácula, en los cimientos de la historia moderna de terror.
…estos tres tienen algo especial. Son los cimientos sobre los que se levanta un enorme rascacielos de libros y películas, esos romances góticos del siglo XX que denominamos «la historia moderna de horror». Más que eso, en el centro de cada uno de ellos se alza (o se arrastra) un monstruo que ha ido a unirse y a ensanchar lo que Burt Hatlen llama «la laguna de los mitos», ese conjunto de literatura de ficción en el que todos nosotros, incluso los no lectores y aquellos que nunca van al cine, nos hemos bañado comunalmente.[7]
El escritor G. K. Chesterton defiende la novela de sus detractores, haciendo hincapié en el carácter dual de su personaje principal:
Stevenson se sale de su camino para destacar el hecho de que Jekyll, como tal Jekyll, no era en modo alguno perfecto, sino más bien una buena persona dañada moralmente. Tenía un «aire taimado» a pesar de su hermosa presencia, y era nervioso y reservado, aunque no malévolo. Jekyll no es el hombre bueno; Jekyll es el hombre corriente mixto y moderadamente humano cuyo carácter ha comenzado a sufrir los efectos de alguna droga o pasión nociva. Ahora bien, lo que le consume es la costumbre de ser Hyde; y es aquí donde se halla la excelente moraleja de Stevenson, una moraleja tan superior como opuesta a la que popularmente se le atribuye.[8]
Insisto, hoy en día ya no es una novedad. La idea de esa dualidad de la personalidad, la subrepticia moralidad que implica tener varias personalidades, o incluso vicios o drogas que influyen en un ser humano está infinitamente afincado en la sociedad y en el arte, desde las múltiples obras de teatro y películas que se han realizado sobre esta obra y sobre el tema desde 1886, hasta el filme Split de M. Night Shyamalan.
La propia novela tiene tantas versiones cinematográficas que es imposible mencionarlas todas. Quizás merece la pena recordar las primeras, desde la silente de 1912 hasta las versiones de 1931 y 1941, esta última protagonizada por Spencer Tracy e Ingrid Bergman y que mantienen una perspectiva fiable sobre la novela original sin lecturas excesivamente renovadoras, como luego ha pasado con las posteriores versiones.
Como remate final, les quiero trasladar a los que me siguen por los trucos de escritura, un comentario que hace el propio Stevenson sobre la inspiración de su obra.
…les diré que son mis elfos, que Dios los bendiga: ellos me hacen la mitad del trabajo cuando yo estoy medio dormido y con toda probabilidad me hacen también el resto cuando, medio despierto, estoy convencido de que lo estoy haciendo yo mismo. Esa parte que se lleva a cabo mientras estoy durmiendo es la parte de los elfos, no hay duda alguna al respecto. Pero lo que se hace cuando estoy despierto y en el mundo no es necesariamente de mi autoría, pues todo demuestra que la mano de los elfos también está presente en esa parte. Y hay una cuestión que me preocupa sobremanera, porque mi yo, lo que yo llamo mi ego consciente, (…) no es ningún contador de historias, sino una criatura de a pie, tan terrenal como el quesero o como el propio queso, un realista metido en el día a día hasta las orejas. De manera que, de cualquier modo, toda la ficción que he publicado debería ser obra exclusivamente de un elfo, de algún familiar, de algún colaborador invisible al que mantengo encerrado en un desván oscuro mientras yo me llevo las alabanzas y él apenas un trozo del pastel, y eso porque no tengo modo de evitarlo. Soy un excelente consejero, algo así como el criado de Molière; estiro y aflojo; lo visto todo con las mejores palabras y frases que puedo encontrar o componer; y cuando ya está todo listo, preparo el manuscrito y pago por registrarlo.[9]
Si se fijan hay aquí algo que suelo repetir a menudo sobre la creación literaria, y es que llega por tantas formas, vías y caminos, que es imposible encasillarla en los entresijos de la intertextualidad.
[1] H. G. Quintana, Cómo se escribe una novela, 3a ed. (Córdoba: Berenice, 2013), p. 44.
[2] Robert Louis Stevenson. En: «A Chapter on Dreams». The strange case of Dr Jekyll and Mr Hyde: and other tales of terror, Penguin classics (Camberwell, Victoria: Penguin Books Australia Ltd, 2002), 141.
[3] Fanny Van de Grift. En: Claire Harman, Robert Louis Stevenson: a biography (London: Harper Perennial, 2005), 295.
[4] Ibid., 296.
[5] Stevenson, The strange case of Dr Jekyll and Mr Hyde, 54.
[6] J. R. Hammond, A Robert Louis Stevenson companion: a guide to the novels, essays and short stories, Macmillan literary companions (New York, N.Y.: Macmillan, 1984), 115.
[7] Stephen King’s Danse macabre (London: Futura, 1982), 66.
[8] G. K. Chesterton, El color de España y otros ensayos, Literatura universal (Sevilla) (Valencia de la Concepción, Sevilla: Espuela de Plata, 2007).