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Seguramente recuerdas que más de una vez he dicho que nunca creas que conoces la historia que se cuenta en una obra literaria que no has leído. Se refiere, en especial, a que determinados clásicos han desbordado tanto los marcos en los que nacieron que hoy en día es imposible evitar saber algo sobre ellos, incluso, aunque ni seas lector.
Si le preguntas al más iletrado, quizás a un corredor de bolsa que se haya pasado la vida entre números y artículos económicos, sobre Drácula, Moby Dick y Sherlock Holmes es raro que al menos no te digan que hablamos de un vampiro, una ballena y un detective. El fenómeno es parecido al que sucede en algunos países (yo recuerdo Cuba) donde ir por la calle es suficiente para estar al día de las canciones que están de moda en la radio porque todo el mundo las pone a todo volumen desde sus casas.
Si nos fiamos de esto, pocas novelas han dejado una huella tan profunda en la literatura y la cultura popular como Frankenstein o el moderno Prometeo, de Mary Shelley. Publicada en 1818, esta obra, probablemente, no solo marcó, aunque algunos lo discuten, el inicio de la ciencia ficción, sino que también abordó temas filosóficos y morales que siguen siendo relevantes en la actualidad.
Y es interesante que esto haya sucedido con Frankenstein o el moderno Prometeo porque su narración es, a ratos, descuidada, su caracterización de algunos personajes es esquemática y tiene una deficiente verosimilitud en algunas escenas donde la casualidad juega un papel tan importante que termina por molestar a los que nos gustan las historias redondas y sin excesivas manchas.
Pero esto no ha evitado que se siga leyendo y que hasta el mecánico menos leído de un pueblo desconectado del mundo sepa quien es el monstruo de Frankenstein, aunque no tenga ni idea que el nombre es del doctor que creó a la criatura en la novela, y no de la criatura misma.
Hoy en día, en política, o en otros aspectos no es raro utilizar el nombre de la novela para ejemplificar que algo está hecho de retazos, mal y de forma chapucera, lo que demuestra, que muchas veces, para llegar al público, es más importante la fuerza emotiva de la historia que se narra que la perfección técnica que la compone.
Pero si esto es cierto, ¿qué es lo que hace a Frankenstein única? ¿Por qué tantos lectores vuelven a ella como referente? Intentemos averiguarlo.
Como se ha repetido centenas, miles de veces y seguramente ya sabes, la génesis de Frankenstein se remonta al verano de 1816, cuando una jovencita de 19 años que se llamaba Mary Shelley, su esposo Percy Shelley, Lord Byron y John Polidori se reunieron en la Villa Diodati, a orillas del lago de Ginebra. En medio de un clima inusualmente tormentoso causado por la erupción del volcán Tambora, el grupo decidió desafiarse a escribir historias de terror.[1]
Mary Shelley, según cuenta Stephen King en su Danse Macabre, influenciada por las discusiones sobre galvanismo y el poder de la electricidad para reanimar tejidos muertos, tuvo una pesadilla en la que vio a un joven científico creando una criatura viva a partir de restos humanos. Esta visión se convirtió en la semilla de Frankenstein, una historia que creció rápidamente en su imaginación hasta convertirse en la novela que conocemos hoy.
La historia de Frankenstein, tan malinterpretada, versa alrededor de un deseo, pero un deseo que deriva en obsesión. Esta es la de un científico con su obra, pero para crear una buena novela valdría cualquier otra obsesión que impida al ser humano actuar razonablemente dentro de cierta lógica humana; esa irracionalidad estudiada en algunas ramas de la Neurociencia, en la que un ser humano es incapaz de refrenar sus impulsos y verificar los errores de su actuación y su conducta social.
Si lo analizamos con detalle podemos identificar al menos dos historias principales, la de Víctor Frankenstein, el médico obseso y, por otro lado, la de la criatura a la que él da origen y que en la novela nos llega siempre como monstruo, bestia y otros sobrenombres que condicionan nuestra percepción durante toda la primera mitad del libro. Esto, que parece ser circunstancial, es un elemento vital de la obra.
Debemos tener en cuenta que la historia está contada en primera persona por el propio doctor que ha dado vida a un cadáver. Nosotros, como lectores estamos obligados a creer lo que nos dice como testigo y protagonista único de su propia historia, pero también nos contamina sus impresiones personales sobre su creación.
Fijémonos en algo curioso. Casi hasta la mitad del libro –doscientas páginas en la edición española de Punto de Lectura– hay solamente dos referencias visuales –tomemos este polémico adjetivo para la literatura– a la criatura creada por el doctor Frankenstein: cuando es creado y despierta por primera vez mientras el doctor lo describe horrorizado[2] y otra en apenas un párrafo, como una sombra difusa a través de brumas, corriendo imperceptiblemente por las laderas de las montañas[3].
El resto son comentarios del propio Frankenstein refiriéndose a él de diferentes maneras, pero no hay jamás una presencia física en alguna escena del supuesto monstruo. Sin embargo, la segunda parte de la novela la acapara por completo la criatura. ¿Por qué?
En ello está el objetivo principal de la obra y su argumento más sólido más allá de la simple historia de terror para entretenimiento de amigos. Basta hacer mención a la más que citada frase de Shelley en el prólogo: “A medida que la obra iba tomando forma otros motivos fueron añadiéndose a los iniciales”.[4]
Lo que en un primer momento iba a ser una sencilla y atractiva historia de terror dio una vuelta de tuerca importante y termina siendo una llamada de atención sobre aspectos oscuros de la naturaleza humana: nuestras obsesiones, la forma en que éstas nos abordan, la intolerancia hacia lo extraño, y quizás más que nada la duplicidad inherente al ser humano, que encierra en sí mismo las más honrosas acciones o es capaz de los más abyectos episodios. Este elemento está evidenciado en casi todos los personajes que tienen algo de importancia en esta historia: el doctor, su criatura y hasta el muchacho adorable que responde al nombre de Félix y que la criatura idealiza mientras lo observa desde su escondrijo.
Esto es aún mayor en la segunda parte de la novela en la que nuestra visión del supuesto monstruo cambia por completo. Llegamos a profesar cierta simpatía por su triste historia de rechazos por parte de los seres humanos. El mismo Víctor Frankenstein tiene esa sensación de lástima y culpabilidad hacia su creación cuando oye su relato de lo vivido desde que se escapa de su laboratorio improvisado hasta que se encuentra con él. Llegamos, si no a perdonar, al menos a comprender la actitud malévola que tiene la criatura luego de recibir la incomprensión del hombre hacia su aspecto.
La reacción de la criatura es, sin ninguna duda, desmedida. Su deseo de venganza lo lleva a asesinar al hermano del doctor Frankenstein y culpar de esa muerte a Justine, una muchacha pobre acogida por la familia Frankenstein y también muy querida por el doctor. Pero luego también asesina a la esposa del doctor, Elizabeth, cuando éste se niega ante su petición de crear una nueva criatura, esta vez del sexo opuesto, para que lo acompañara en su soledad.
Es aquí donde está subyacente el subtítulo de la novela: el nuevo Prometeo, el creado que se rebela a su creador, la criatura que se niega a cumplir el mandato de su Dios, la obra que se vuelve contra su autor. Se ha intentado incluso demostrar una especie de advertencia sobre los peligros de la investigación científica sin una sólida formación moral, y aún más un enfrentamiento entre la moral y la ciencia.
Pero no busques una división de la novela de Frankenstein en dos partes reales. Esta aparente fortuita división es únicamente de la línea argumental. La novela, si la analizamos desde el punto de vista estructural, no está dividida así en Parte Uno y Parte Dos; hablamos en realidad, en su conjunto, de un diario y varias cartas del hombre a quien Frankenstein relata su creación. Todo lo que nos llega es a través de ese diario con palabras de su autor y que se aproximan a las que dijo el doctor en la realidad (dado que tienen la subjetividad de lo escrito en un diario), que a su vez cuenta lo que recuerda que le dijo la criatura.
Toda la historia está presentada a través de esas múltiples capas narrativas con varios puntos de vista. Es casi como una caja china o una Matrioshka, salvo que hay un solo texto que cuenta verdaderamente en toda la novela, el diario del capitán Robert Walton. Comienza con las cartas de Robert Walton a su hermana, quien relata los eventos que le cuenta Víctor Frankenstein. A su vez, Frankenstein nos transmite la historia de la Criatura.
Este recurso no es nuevo, ya lo hemos visto en Drácula o El extraño caso del doctor Jekyll y Míster Hyde. La idea es que cuando una historia que parece increíble, que no se guía por las leyes “corrientes” que gobiernan la realidad que nos rodea, se cuenta por varios personajes que se contradicen o se corrigen entre sí, proporciona distintas perspectivas de una misma verdad y se afianza la verosimilitud, mientras se profundiza en la psicología de los personajes.
Entre las tantas virtudes que se comentan de la novela se hace gran énfasis en la intertextualidad y referencias literarias a El paraíso perdido, de John Milton, La metamorfosis, de Ovidio y la mitología de Prometeo. Me salto esas particularidades bastante aburridas, aunque pueden ayudarte si las conoces, que encontrarás en cualquier sitio de Internet.
Lo mismo con todo lo referente a su “Estilo gótico y elementos de terror” que son repetidas en decenas o centenares de novelas posteriores que imitan o tratan de refutar la novela de Shelley en su ambientación oscura y sobrenatural con escenarios solitarios, tormentas y castillos desolados, característica del género gótico.
Donde sí quiero detenerme, y no por simple gusto o placer estético, es en la fuerte reflexión filosófica y moral que comporta Frankenstein o el moderno Prometeo. La novela aborda con profunda eficacia cuestiones que hoy en día no hemos resuelto como humanidad: los límites del conocimiento humano, la responsabilidad de la innovación o creación en la ciencia, que hoy en día no deja de tener vigencia cuando se habla de células madres, Inteligencia artificial, y otros avances científicos del campo de la salud humana o en general.
Existe aquí, además, un perspicaz y muy sutil acercamiento a la alienación, a la soledad al rechazo por parte de los demás, por ser diferente. La Criatura, a pesar de haber sido creado como un ser artificial, experimenta emociones humanas y enfrenta el rechazo y la soledad, lo que lo convierte en un personaje trágico y complejo, muy alejado de lo que hemos visto en la mayoría de las adaptaciones cinematográficas, y que han tergiversado, mucho o en parte, lo que planteó Shelley en su novela original.
Brian Aldiss, quien tan impactado quedó por la obra de Shelley hasta el punto de hacer él mismo una versión propia de la historia de Frankenstein nos dijo en su Historia de la ciencia ficción que:
…decir que la ciencia ficción comenzó con Frankenstein (1818) de Mary Shelley es, en cierto modo, una verdad de la Edad de Piedra. (…) Sin embargo, teniendo en cuenta que ningún género es puro, Frankenstein es algo más que un mero lugar conveniente en el que comenzar la historia.[5]
Y nos deja esta idea que no debe ser tomada a la ligera:
Aunque la novela social se considera la forma literaria dominante del siglo XIX, su doppelganger, el gótico, la acompañó en silencio, desde Frankenstein a principios de siglo hasta Drácula a finales. De hecho, las figuras arquetípicas que surgieron de esas novelas son ahora familiares en todo el mundo; Oliver Twist, Madame Bovary y Anna Karenina disfrutan de una existencia más tenue, más allá de sus respectivos volúmenes, que Frankenstein y el Conde Drácula.[6]
Y Stephen King, al que ya nadie se atrevería a negar como uno de los autores más reconocibles e impactantes de la literatura, no sólo de la de terror, cuando habla de Drácula, El extraño caso del doctor y de Míster Hyde y de esta novela, a lo que él considera como la trilogía inevitable del terror moderno nos dice:
Frankenstein, el más famoso de los tres libros, fue escrito por una muchacha de diecinueve años y, aunque es el mejor escrito de los tres, es el menos leído, y su autora nunca volvería a escribir con tanta rapidez, tan bien, con tanto éxito…, o con tanta audacia.[7]
Desde su publicación, Frankenstein o el moderno Prometeo ha sido objeto de innumerables adaptaciones en teatro, cine y televisión. La primera de las versiones, realizada por James Whale en 1931[8], es quizás la más conocida de las que intenta acercarse al original. La imagen de la Criatura, inmortalizada por Boris Karloff en el cine, se ha convertido en un símbolo de la cultura popular que sirve hasta para la publicidad.
El resto de las adaptaciones de esta novela es una consecución de historias (re)creadas, (re)inventadas, (re)adaptadas en el mito, pero donde no existe el más pequeño contacto con la novela de Shelley. Le crean novias, hijas, lo enfrentan a otras criaturas como vampiros y hombres lobo, pero muy desviadas del tono y la argumentación del texto escrito. Quizás la que mejor se acepta, sin dejar de reconocer su alejamiento del original, es la realizada en 1974, por Mel Brooks, el irreverente director que formó parte de Monty Pyton, y que la recrea en un ácido tono de comedia negra, que la convierte en una exquisita parodia[9].
Sin embargo, la obra cinematográfica que rescata el mito original, que vuelve sobre él y reinstaura algo de la cordura que dio origen a la historia, es la que se titula Frankenstein de Mary Shelley, dirigida en 1993 por el atrevido actor y director Kenneth Branagh, quien se reserva para sí el papel del doctor Frankenstein[10].
Más allá de su impacto estético y narrativo, la novela sigue siendo relevante en debates sobre bioética, inteligencia artificial y el poder de la ciencia. En un mundo donde la manipulación genética y la creación de vida artificial son cada vez más tangibles, la advertencia de Mary Shelley sobre la responsabilidad del creador resuena con fuerza. Frankenstein no es solo una historia de terror; es una exploración profunda de la condición humana, la soledad y la responsabilidad del conocimiento. Mary Shelley, con su aguda visión y talento narrativo, dio vida a una obra que, dos siglos después, sigue siendo tan inquietante como en su primera publicación. Su legado perdura, recordándonos que la creación y el poder conllevan una gran responsabilidad.
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[1] Stephen King, Stephen King’s Danse macabre (London: Futura, 1985), 77 y 78.
[2] Mary Wollstonecraft Shelley y Diana Gibson, Frankenstein (Madrid, España: Edimat Libros, 2000), 122.
[3] Ibid., 156.
[4] Ibid., Prólogo.
[5] Brian Wilson Aldiss y David Wingrove, Trillion Year Spree. The History of Science Fiction (Londres: Victor Gollancz, 1986), 18.
[6] Ibid., 16.
[7] King, Stephen King’s Danse macabre, 65.
[8] Frankenstein, Drama, Terror, Ciencia ficción (Universal Pictures, 1932).
[9] Young Frankenstein, Comedia (Gruskoff/Venture Films, Crossbow Productions, Jouer Limited, 1976).
[10] Mary Shelley’s Frankestein Frankenstein de Mary Shelley (Madrid: Columbia Tristar Home Video, 1998).