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Una vez, de muchas, estuve en un debate interesante sobre la felicidad. Sin entrar en detalles fue un desacuerdo de trabajo respecto a un texto que debíamos decidir si publicar que trataba de un personaje con problemas mentales. En ese momento derivamos a ese debate en un grupo muy inteligente entre ateos, agnósticos y católicos que teníamos posturas diferentes sobre si ser consciente, o no, de las circunstancias adversas, nos hace a las personas más felices.
Mi postura no ha variado desde entonces. Creo que cuanto más conoces, cuanto más sabes, cuanto más te informas, puedes ser menos feliz, aunque creo que la defiendo con menos entusiasmo, quizás por experiencia, quizás por cinismo, quizás por desencanto, o simplemente que soy más sabio con los años.
Y reconozco que el debate no tiene una respuesta fácil porque ni la propia Filosofía es capaz de responderlo de forma definitiva. Desde Plutarco diciendo que “…una vida con la ignorancia de los propios males es la más libre de penas.”[1] hasta John Stuart Mill que cree que es “mejor ser Sócrates insatisfecho que un necio satisfecho”[2], porque el que conoce ambas condiciones valora más la vida consciente, aunque duela.
Ya he referido alguna vez a la famosa paradoja de la Caverna de Platón, en el Libro VII de La República. Recuerden, unos individuos que llevan toda su vida dentro de una caverna mirando sombras en una pared, y ese es todo su mundo. Pero pasa que un día uno sale de la caverna y descubre que el mundo es otro, un disidente que descubre la verdad, que la realidad no son las sombras, sino las figuras que están en la luz, a la salida de la gruta. La obsesión de este disidente que descubre la verdad y que intenta que sus compañeros la descubran también, lo lleva a la frustración porque los demás creen que se lo inventa todo, y ellos prefieren seguir en las tinieblas, que es todo lo que siempre han conocido y es lo que creen real.
No es el único universo escrito que plantea paradojas entre las circunstancias y la felicidad. El relato El país de los ciegos, de H. G. Wells, tiene una magnífica alegoría cuando una persona sin problemas de visión llega a un lugar donde ser ciego es la norma y cree que allí será el más capaz y el más feliz porque encuentra el amor con una chica, y termina decepcionado porque los demás lo consideran un idiota cuya facultad de visión es percibida como imaginación absurda y desbordada, un disminuido al que todo le sale mal y termina escapando ante la posibilidad de que le hagan una operación de quitarle los ojos para que fuera una “persona normal” para “ascenderlo de su servidumbre y su inferioridad al nivel de ciudadano ciego”.
No pocas corrientes de la filosofía y hoy de la psicología, advierten que si bien saber más, ser consciente de las adversidades no te hace más feliz, sí te da las herramientas necesarias para tomar mejores decisiones para sí serlo. En todo esto soy más de Stuart Mill.
…los seres cuya capacidad de gozar es baja, tienen mayores probabilidades de satisfacerla totalmente; y un ser dotado superiormente siempre sentirá que, tal como está constituido el mundo, toda la felicidad a que puede aspirar será imperfecta. Pero puede aprender a soportar sus imperfecciones, si son de algún modo soportables. (…) Es mejor ser un hombre insatisfecho que un cerdo satisfecho, es mejor ser Sócrates insatisfecho, que un loco satisfecho.[3]
Todas estas reflexiones me vinieron porque en estos días me entra información por todos lados sobre Personaje secundario. La oscura trastienda de la edición, de Enrique Murillo y hay algunos aspectos del libro y del tema que quiero compartir.
En sus memorias y varias entrevistas que ha dado, el editor, además de ricas anécdotas en las que fue figura clave, explica muchos elementos que un escritor debería conocer del mundo editorial, más concretamente del mercado español que, aunque no sea tu primera opción para publicar es uno de los más importantes del mundo por volumen de negocio y al que deberías poder aspirar alguna vez si te dedicas a esto de llenar hojas con ideas de ficción.
Dentro de tantos hechos paradójicos de su trabajo, Enrique Murillo comenta que en su trabajo rechazó dos manuscritos que luego han sido exitazos: La sombra del viento, de Carlos Ruiz Zafón y El infinito en un junco, de Irene Vallejo. Pero si por algo está siendo llamativo y supercitado el libro de Enrique Murillo es por lo que describe en el subtítulo: La oscura trastienda de la edición, donde habla de la parte menos pulcra (para ser educados y no decir barbaridades ni palabrotas) de la profesión de editor y la que me hizo entrar en estas reflexiones que comparto contigo. En si somos todos conscientes de las ventajas e inconvenientes de nuestra profesión.
Y hablo de todo lo que está más allá de la inspiración, de la investigación, del conocimiento de las herramientas de nuestro oficio. Hablo de los mecanismos que influyen (y en muchos casos determinan) en que tu obra cumpla su objetivo primero: ser conocida por el lector, que seas autor publicado, que llegue a las librerías y compita con la última biografía del mal político de turno o las novelitas de reinas rojas y casas vacías. ¿Eres consciente de estos obstáculos?
Los escritores, salvo excepciones, no conocemos estas cosas, y si las conocemos, no hablamos públicamente de ellas, los impedimentos, las negativas, los rechazos, los destrozos emocionales que producen los aspectos no creativos, o no tan directamente creativos, con la creación de nuestra obra, y que (seamos sinceros) no podemos controlar.
Quizás el más importante es acceder a las editoriales que, por lo general, lo que recibimos son cartas de rechazo. Cuando te llega una carta donde rechazan tu manuscrito (si es que tienes la suerte de que te respondan), cuando te dicen que no publicarán tu libro, si eres una persona normal es inevitable que te cuestiones tu profesión. Te preguntas muy en serio si a lo mejor es que no vales para la literatura.
No es secreto que algunos escritores cuelgan las cartas de rechazo en sus cuatro paredes creativas para que les encolerice y llegar un día a impugnar los rechazos. Las impugnaciones a la obra propia molestan; a mí me han entristecido, pero no he guardado ninguna carta de rechazo, aunque las recuerdo todas, o al menos el motivo por el que me han rechazado, algunos, por cierto, fueron reales. A la larga termino por sentir un impulso que me lleva a mejorar la obra rechazada y a ser mejor escritor.
He contado alguna vez que el primer texto de ficción que me atreví a mostrar públicamente (hace muchos años, mejor no te digo cuantos) fue calificado como una mierda, pero también me dijeron que los errores que se apreciaban eran por falta de oficio, pero que sí sabía contar historias. No era extraño dado que leía ficción desde niño y de manera intuitiva había aprendido a conducir al lector desde el “había una vez” hasta el “fueron felices y comieron perdices”.
En lugar de abandonar el oficio, que seguramente muchos hicieron ante el primer rechazo, yo me esforcé y aprendí sobre las herramientas del oficio. Y me percaté que podía mejorar. Y todos podemos hacerlo, mejorar nuestra escritura, porque escribir es un aprendizaje constante, pero eso no garantiza que desconozcas otros aspectos, más allá de la propia escritura, de la literatura.
Es importante que seamos conscientes de que el rechazo es parte de la norma, de la profesión. Como escritor recibirás rechazos y como editor te equivocarás dejando pasar textos que podrían ser el próximo exitazo de ventas. Es así, no somos divinos ni infalibles. Y de la misma manera debes ser consciente de esos aspectos externos a la escritura que habla Murillo en sus memorias: de fraude en los premios, contabilidad doble que permite pagar menos a los autores y corrupción en la industria editorial. Y esto está pasando con autores reconocidos, que tienen abogados y agentes que los defienden y velan por sus intereses. Imagina lo que podrían hacer contigo y conmigo.
Y aquí entra la reflexión inicial de ser más o menos feliz conociendo las circunstancias que nos impiden alcanzarla. Me podrías preguntar; ¿para qué me sirve saber que mi obra, esa que escribo en solitario en mi despacho, o en mi cuarto, o en la biblioteca, puede no llegar nunca al público porque existe un absurdo y maquiavélico mecanismo extraliterario que me aleja de las editoriales, de las librerías?
Y quizás tienes razón. Quizás sea mejor no saber nada de eso que cuenta Murillo en Personaje Secundario. A lo mejor lo perfecto es ser el ignorante feliz que envía al premio literario de turno o su manuscrito no registrado en los derechos de autor, a que sea analizado por una editorial que no lo leerá, sin tener idea de todos estos mecanismos que parecen trabajar contra él. Y a lo mejor tengo suerte y un día logro convencer a alguien y llegar a la editorial.
Pero mi postura es la del infeliz que conoce. Prefiero ser consciente de los obstáculos para ser capaz de tomar mejores decisiones porque, incluso lograr rebasar, con mucha suerte, todas esas fronteras no nos garantizan el éxito, ni la estabilidad económica ni profesional.
Respecto a este fenómeno es algo que ya muchos están advirtiendo. No todo lo que se publica, se vende y se premia en las grandes editoriales, tiene un baremo de calidad literaria. Que sí, que entre tanta paja encuentras libros que merecen el lugar que ocupan, como el propio libro de Irene Vallejo y algunas novelas que te entretienen si no eres muy exigente, pero también se hace publicidad por determinados libros que uno se pregunta dónde estaban los que deciden la calidad literaria cuando los premiaron o decidieron publicarlos.
Los que estamos, o hemos estado, en ambos lados del mercado, es decir, escribiendo y decidiendo, somos conscientes del problema. He hablado o leído a editores, profesores de escritura, agentes, escritores que advierten que lo que pasa por su manos podría ser muy buenos, pero no entran en la fórmula que el 80% de las editoriales quieren llevar las librerías. La marginalidad en la literatura, advierten estos profesionales, ha cambiado.
Uno de ellos, el escritor y profesor Ronaldo Menéndez advierte que, durante décadas, los escritores marginales fueron aquellos que, aun dentro del mercado literario, producían obras incómodas, desobedientes a las modas. Muchos llevaban vidas irreverentes, en algunos casos has autodestructivas, y representaban una nota discordante frente al canon. Eran autores que rompían esquemas desde la forma, desde el contenido y también desde su propia presencia pública.
Pues tanto él como otros tantos estamos insinuando que la marginalidad literaria se ha desplazado. Los escritores marginales no son los que vemos protagonizando escándalos o ganando premios de forma polémica y vendiendo libros de frases breves y sencillas y narrativa simplona para paladares marranillos, sino quienes, desde talleres literarios y grupos de escritura trabajan su escritura con profundidad, publican en editoriales muy pequeñas o se autopublican, alejados de las modas editoriales.
Son profesionales que no necesariamente califican en el canon, que leen mucho, que reciben negativas constantes a sus obras, o los síes que reciben no les aportan algo más valioso que lo que ya tienen, y se valen de sus redes sociales y los nuevos modos de comercialización alternativos del libro. ¿Y por qué? Porque su calidad literaria, incluso mejor que muchos de los que están entre los más vendidos, incluso entre la gran mayoría de publicados, no encajan en las etiquetas de mercado que hoy rigen el grueso del mundo editorial.
Una industria editorial que, según algunas fuentes el 80% de ese mercado está en manos de cuatro, quizás, cinco, conglomerados editoriales, que deciden lo que pasa o no pasa a las librerías, lo que sale o no sale en las televisiones, las revistas culturales.
Si pudiéramos preguntar a la mayoría, a ti mismo te pregunto, qué escogerían entre escribir bien o vender muchos libros, la mayoría preferiría ser un superventas, pero sucede que eso no lo puede garantizar nadie.
Yo podría intentar, probablemente tú también, escribir como algunos superventas españoles con esas frases simples y cortas y haciendo finales de suspenso en cada capitulillo (los llamados cliffhangers). Hacerlo no es difícil, de hecho es lo más fácil, si te empeñas, pero eso no nos garantizaría ser igual de superventas, y ya que estamos, tampoco te garantiza que te acepten en la editorial que sueñas publicar, porque ese éxito y esa aceptación, dependen de un montón de factores y mecanismos que no puedes controlar y que dependen de entrar en ciertos mecanismos que muchas veces están fuera del ámbito literario.
Lo que sí puedo controlar, y tú también, es escribir bien, tener una narrativa atractiva, lo más original posible, con una estructura sólida y personajes bien caracterizados; tampoco nos garantiza ser un superventas, pero sí ser mejores escritores. Ten paciencia, tu momento llegará, y si no llega pronto, imagina lo divertido que te lo pasas aprendiendo mientras creas mundos. Mientras tanto, usa las herramientas que tienes a mano para hacer llegar tu obra al lector. Que las circunstancias pueden impedirte ser feliz, pero al menos no te impidan tomar las mejores decisiones.
[1] Plutarco, «Escrito de consolación a Apolonio». En: Obras morales y de costumbres, Biblioteca clásica Gredos (Madrid: Gredos, 1986), 64.
[2] John Stuart Mill, El utilitarismo ; Un sistema de la lógica, 3a ed. (Madrid: Alianza Editorial, 2014), 66.
[3] Ibid.