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Todos sabemos que la semana pasada se entregó el premio Planeta, ya sea que sigues algo esta farándula cultural y literaria, que leas los diarios o que trates de estar informado, es imposible que hayas podido evitar saber que el premio recayó en Juan del Val, un tertuliano de la tele, muy polemista, que de cuando en cuando escribe novela y al parecer, tan mal no lo hace. Pero hay polémica; y el problema de la concesión del premio Planeta a Juan del Val no es Juan del Val, es El propio premio Planeta.
He leído no menos de 20 artículos sobre el hecho de que un tertuliano de la tele haya ganado el máximo galardón de las letras hispanas; la mayoría haciendo mofa del hecho, pero me llama la atención que muchos de estos textos se centran en aspectos que no van al meollo del asunto.
El propio Juan del Val, inteligente y listo como pocos, tipo que me cae muy bien, incluso cuando se pasa de frenada, desvía la atención del corazón del problema cuando dice:
«Se escribe para la gente, no para una supuesta élite intelectual. Considerar que comercial y calidad son conceptos opuestos, siempre distintos, es faltarle el respeto a la gente. De la gente vivimos todos los que estamos aquí. Deberíamos escribir para la gente.»
En el debate, por tanto, nos hemos dirigido la mayoría, como si de corderillos guiados por un pastor, hacia la aptitud del oficio de escritor. La idea es que nos colocan a los escritores en la disyuntiva de escoger si debemos escribir para llenar las arcas del mercado o hacer literatura como otra expresión del arte; dicho de forma más directa, que se debe dejar de hablar de ser comercial y se debe dirigir lo que escribimos a la masa lectora que consume libros vendibles y detesta los libros cultivados que implican un reto intelectual.
Y este es un debate ficticio, no desde el punto de vista editorial, pero sí desde el punto de vista de los galardones y premios literarios que se entregan en España.
Primero, como el propio Juan del Val reconoce, ser vendible no te condena a ser un mal escritor; y al mismo tiempo, ser un gran escritor, aquel que acomete la empresa de construir mundos literarios que desafían las mentes más eruditas, no te condenan a no ser un gran bestseller.
¿Ejemplos?
El nombre de la Rosa, de Umberto Eco; El Perfume, de Patrick Süskind; Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, 1984, de George Orwell, y hasta 1Q84, de Murakami.
Escribir para la gente, ¿Qué significa? ¿Para qué gente?
¿El empresario que lee ensayos políticos porque las novelas son cosas de hombres vestidos de rosa? ¿La ama de casa que añora abandonar su vida entre 4 paredes para ser exitosa en la empresa en la compra el rímel? ¿El corredor de bolsa que sólo lee libros financieros que le indican los pasos a seguir y le prometen el éxito que a él le falta? ¿La mujer de carrera exitosa con 40 años y soltera que añora una vida amorosa tranquila y estable?
Puedes segmentar eso que llaman la gente todo lo que quieras, no darás con un objetivo que se llame “escribir para la gente”, pero el argumento sí tiene un tono de superioridad moral cuando, quizás, sin proponérselo, rechaza libros no comerciales que son de literatura cultivada, obras excelentes de arte, y que merece la pena que sean leídos, por decenas de motivos.
Una pequeña digresión a este respecto.
He trabajado como editor y cuando tienes esa experiencia comprendes que hay libros de género que podrían ser vendibles, y si tienes la suerte de dar con uno o varios de estos del tipo, Cómo cuidar tu salud mental cultivando helechos, debes cuidarlos y mimarlos como oro, porque son los que permiten que luego tengas una novela impresionante, cargada de filosofía y una prosa magistral que, en principio, no van a leer muchos empresarios, amas de casa, mujer exitosa o corredor de bolsa, pero que podría ser un clásico en el futuro.
Y esto lo hacen los grandes grupos editoriales, casi desde que deciden publicar alguno de los miles de libros que reciben al año; crean sellos de corte comercial y otros más literarios, y el propio libro físico orienta al lector hacia la ficción literaria o la ficción de género.
Como editor, a veces te das de bruces con ese libro que cuando no haya en las librerías ni reinas rojas, ni autores con apellidos con construcciones de la Edad Media, ni Granadas oscuras ni ninguna otra ciudad del mismo color, ni libros que prometen cuidar tu microbiota con alimentos insípidos, seguirán estando en el boca a boca y en las librerías y en las bibliotecas porque generaciones posteriores a las que los vieron nacer, seguirán sintiendo y encontrando en ellos algo de sí mismos.
Y como profesional del mundo de la edición, a veces, debes cumplir esa misión: proteger libros de literatura exigente, cultivada, de inestimables obras de ficción literaria, con la venta de ficción de género hecha para satisfacer necesidades perentorias, con los autores comerciales aupados por un público masivo.
Juan del Val, que insisto, es un tipo que me cae muy bien, comparto más de una idea con él, y me parece muy inteligente que haya logrado deslizar el profundo pensamiento intelectual de su mente al discurso populachero de las grandes masas. Pues él ha dicho también: “No se puede cuestionar un Premio Planeta a una novela cuando ésta aún no ha salido”.
Y en esta pequeña mentirijilla, voy a entrar ya al meollo del asunto.
El problema no es la gran literatura y la ficción de género, adonde tontamente nos ha llevado el debate de la opinión pública, el verdadero asunto es: ¿Cuál es el destino de la literatura cultivada si los premios que la promueven, protegen y permiten su existencia, dejan de hacerlo para validar la ficción de género?
Y uno menos universal: ¿Qué está pasando que un premio destinado a la literatura universal en español entregados por un grupo de empresas que pertenecen a un mismo grupo macro empresarial, se entrega dos años consecutivos a excelentes trabajadores de una de sus empresas, pero cuya carrera y calidad literaria podrían ser cuestionadas, no así que son famosas figuras televisivas?
Nadie podrá decir que hay tongo, nadie podrá asegurar que intentan promover a su propio grupo empresarial, porque hay un proceso de presentación de las novelas al premio Planeta que supuestamente garantiza la imparcialidad y el anonimato de los autores que entran en la lidia.
Pero en verdad, los que conocemos ese mundo sabemos perfectamente los trucos que existen para que el jurado sepa quién eres y a qué grupo perteneces. Tampoco es que a ningún miembro del jurado le vayan a dar directrices sobre lo que deben votar o no, pero también es sabido que, en muchos eventos, galardones, premios, que te llamen a dictar sentencia en ese tipo de arbitrios literarios, conllevan unas normas no escritas que todos asumen.
Por eso, el problema no es tanto la paradoja entre literatura cultivada y ficción de género, ni siquiera entre libros populares y libros para élites, el verdadero inconveniente es que aquellos predios que alguna vez estaban destinados para la literatura, ahora se están llenando de una gran masa de hacedores de ficción de género y, como consecuencia, se está matando la literatura madura y responsable, la que obliga a reflexionar, la que implica un reto intelectual para el lector.
Muchos lectores, quizás, yo incluido, recordamos con nostalgia cuando el más alto premio de las letras en español se otorgaba a escritores literarios: Eduardo Mendoza, Juan José Millás, Antonio Muñoz Molina, Juan Marsé y hasta Mario Vargas Llosa y Camilo José Cela que consiguieron también el premio Nobel de literatura.
Había una máxima en tiempos inmemoriales que decía: Si es el Planeta, será bueno. Esos tiempos han cambiado. El premio Planeta es un premio comercial, con lo de positivo y negativo que eso implica. Hoy en día es un criterio utilizado por muchas personas no iniciadas en la literatura para elegir un libro que regalar a un amigo o conocido que lee. Y si el autor es famoso, ¡mil sobre hojuelas! Si eres escritor, conseguir El Planeta, y ya que estamos, no pocos de los grandes premios literarios españoles actuales, es adivinar el misterio de un laberinto infernal dentro de una caja china con características de Matrioshkas, que es mejor no pensar en resolver; y si te empeñas, ¡adelante y buena suerte!
Consejo personal: Escribe lo que quieras, lo que te guste, quizás aquello que te gustaría leer (que es un excelente método que sigo en mis textos). Si escribes literatura y eres comercial, ¡Felicidades! Son muy pocos los que logran ese estatus. Si eres escritor de género y vendes bien, hasta el punto de vivir de tus ventas, que deje de preocuparte si la farándula cultural de élite no te preste atención. Si eres escritor de literatura cultivada y el público pasa sin detenerse al lado de tus libros y los premios ni te miran de soslayo, escribe igual.
No pienses en el lector, en los premios, en el reconocimiento, la fama, ni ninguna de esas cosas por las que escribimos; céntrate en disfrutar tu creación, en ser el Dios de los mundos que creas, en retratar el alma humana, de tus congéneres, de ti mismo, pon a tus personajes en situaciones complejas que tú mismo no has vivido, pero que, en algún lugar del mundo, en un sitio inesperado, alguien pensará que escribiste de él. Tú diviértete creando esos mundos, un día esos mundos atraparan un náufrago, que cuando salga de tu isla, podría llevar la buena nueva de una isla que nadie conoce, y tu soledad se verá perturbada. Así vamos.