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En cierto sentido, la visión del mundo que tenía el Partido se imponía con éxito a gente incapaz de entenderla. Se les podía convencer de que aceptaran las más flagrantes violaciones de la realidad, porque nunca llegaban a entender del todo la enormidad de lo que se les pedía… (George Orwell, 1984)
Existen una buena cantidad de libros y películas que nos remiten a un futuro humano basado en la uniformidad de la sociedad y la política. Pero ojo, una homogeneidad, tan amplia y sin distinciones, que termina siendo una distopía asfixiante. Quizás el ejemplo recurrente es Matrix, con un futuro gobernado por máquinas que nos crean una realidad virtual asequible basada en otra realidad más dura e intencionalmente ocultada, pero los irreductibles como yo preferimos ir a los libros, en especial 1984, de George Orwell y Un mundo feliz, de Aldous Huxley.
Me gusta citar estas dos novelas de realidad adulterada; sí, novelas, mundos inventados y ficcionales que reflexionan sobre lo que pasaría en un mundo donde el ser humano ha permitido que triunfe la dictadura de un poder desnaturalizado, sociedades que han consentido, por apatía o miedo, la opresión de la individualidad; ya sea creando una realidad paralela mentirosa y conveniente o por el método de divertirnos tanto para alejarnos de lo que realmente importa.
En ambas novelas reina la “felicidad” de una sociedad sin clases ni diferencias entre los individuos, una felicidad degenerada, la dictadura de un poder que establece la prosperidad y la igualdad por decreto, y que están, en verdad, alejadas de toda realidad posible. Hablamos de dos sociedades que se han dejado llevar a la represión de la individualidad; una, por ocultar o tergiversar la información creando una realidad paralela conveniente para el poder, y la otra, por darnos tanta información que llegamos a la parálisis por elección, es decir, que ofreciendo tanto donde escoger, dejamos de preocuparnos por las cosas importantes.
Algunos creen que es un verdadero enigma que ambas novelas se hayan convertido en clásicos dado que sus bases fundamentales, la materia prima que da origen a sus universos, son de consumo muy particular.
En 1984el escritor británico George Orwell previó, medio siglo antes de la fecha que da título a su obra, esa sociedad despóticamente igualitaria, debido al insólito poder totalitario ejercido por un Gran hermano que no permite el disenso y que retrató la barbarie existente en la Unión Soviética, país en el cual se basó para crear ese universo distópico. Huxley tuvo como base su propia formación filosófica, y una inquietud propia por la importancia desmedida del mundo tecnológico en todo tipo de sociedades, no sólo la comunista.
Para alguien que haya sufrido una dictadura, una tiranía, o cualquier otro tipo de gobierno despótico, como es mi caso con la Cuba que existe desde 1953 hasta hoy, tiene sentido verse retratado en esta sociedad donde no existe el individuo, sino la colectividad, un poder del pueblo al que debe sacrificarse todo lo que sea contrario; y si algo contrario se intenta imponer, se le reprime. Pero para quien haya vivido en un país democrático, que no haya tenido más censura que la que impone la ley y que puede expresar lo que le viene en gana sin que le toquen a la puerta de su casa a las 3 de la madrugada, es bastante insólito que estas novelas los hayan convencido hasta convertirlas en clásicos literarios.
Sin embargo, ambas novelas son aceptadas, por todo tipo de lectores de ideologías contrarias sin importarles el origen de la sociedad que retratan, sea una comunista o una liberal extrema. ¿Por qué?
Tengo una teoría. Hablamos de dos grandes escritores, cuyas historias retratan un universo propio, que reflejan la “realidad real” de las sociedades que ambos intentaban criticar, pero también se alzan sobre esas dos “realidades reales” para crear un cosmos simbólico que sirve a todo tipo de sociedad despótica, sea de una u otra ideología. 1984 y Un mundo feliz, crean dos realidades propias, diferentes de la “realidad real”, pero que nos obligan a reflexionar sobre ella.
No son tan diferentes en esto, pero existen elementos mínimos que las separan.
Actualmente se suele decir que, tan preocupados estábamos porque no llegara a nuestras casas la realidad de 1984, que en este siglo XXI estamos viviendo en el “mundo feliz” de Huxley; una sociedad donde no hacía falta un Gran hermano, sino saturar al ciudadano de tanta información, que terminará por paralizarse y no prestar atención o prestársela a otras cosas.
En 1984 la instauración del totalitarismo se imponía por el temor a un castigo del disidente. Tanto Winston como Julia, como todos sus contemporáneos, saben que deben cumplir ciertas reglas de las que no deben apartarse, porque el alejamiento implica condena.
Huxley, por su parte, se percata de que existe en las sociedades modernas una forma más efectiva de sometimiento a través del premio a la conducta adecuada; y así lo lleva a su novela, y luego lo expone en las notas que escribió en 1958 sobre su libro:
A la luz de lo que hemos aprendido recientemente acerca del comportamiento animal en general y del comportamiento humano en particular, se ha hecho manifiesto que la regulación mediante el castigo del comportamiento indeseable es menos efectiva, a la larga, que la regulación mediante el apoyo con recompensas al comportamiento deseable… (cap. 1)
En 1958, con la información que tenía Huxley, esto era evidente para él, pero a la luz de hoy se puede decir que las dos novelas, no se alejan tanto, más bien se complementan y con igual vigencia. Es verdad que existe esta forma diferente de aplicar el totalitarismo castigando al disidente o premiando el comportamiento aceptable, pero los métodos que usa el Estado en ambas, son formas más o menos vivas, más o menos aplicadas, en ciertos espacios de las sociedades que vivimos hoy en algunas partes del mundo.
1984 no ha perdido, por tanto, ni un ápice de actualidad y lo podemos ver ejemplificado cuando se impone la idea de impedir el pensamiento propio. No pienses, el Estado lo hace por ti, que es incuestionable cuando vemos en la novela las absurdas teorías de la eliminación del lenguaje para crear una Neolengua, más directa, más económica que permita, “reducir el alcance del pensamiento”, como expresa el personaje Syme, que también termina por decir:
Al final conseguiremos que el crimen del pensamiento sea literalmente imposible, porque no habrá palabras con las que expresarlo. Todos los conceptos necesarios se expresarán exactamente con una palabra cuyo significado estará rígidamente definido y cuyos significados subsidiarios se habrán borrado y olvidado. (…) Cada año habrá menos palabras y el rango de la conciencia será cada vez más pequeño. Por descontado que ahora tampoco hay razón o excusa para los crímenes mentales. Todo es cuestión de autodisciplina y control de la realidad. Pero al final no hará falta ni siquiera eso. La Revolución se habrá completado cuando el lenguaje sea perfecto. (cap. 5)
Otro ejemplo de 1984 y que nos puede despertar a nuestra realidad del siglo XXI (y que es también base fundamental Un mundo feliz) es la saturación del ciudadano a base de la información, que se aprecia muy claramente cuando el Ministerio de la abundancia, expresa su alegría por el sobrecumplimiento de “todos los artículos de producción”, noticia que les llega a través del personaje Parsons quien agradece “la vida nueva y feliz” (expresión que se repite varias veces) y empieza a aportar un montón de datos que el protagonista Winston reconoce no comprender al decir que “era incapaz de entender las cifras, pero sabía que, de un modo u otro, eran un motivo de satisfacción”.
Y vuelve a pensar Winston:
La telepantalla seguía vertiendo estadísticas increíbles. En comparación con el año pasado había más comida, más ropa, más casas, más muebles, más utensilios de cocina, más combustible, más barcos, más helicópteros, más libros y más recién nacidos… más de todo, excepto enfermedad, delitos y locura. Año tras año y minuto a minuto, todo aumentaba vertiginosamente. (cap. 5)
Para aquellos que no hayan leído alguna o ninguna de las dos novelas es un verdadero lujo adentrarse por primera vez en sus páginas y degustar, como un gourmet ante un primer plato, esos mundos ficticios donde los disidentes o quienes se alejan de las normas, no desaparecen, sino que nunca han existido y con maquinarias de poder tan eficaces que logran que sucesos que hace cuatro años eran la realidad del día a día, sean olvidados por el ciudadano o no se interesen por la realidad porque en verdad “la visión del mundo que tenía el Partido se imponía con éxito a gente incapaz de entenderla…”