Aferrado a los clásicos. «La montaña mágica» (Thomas Mann)

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blankEscribo este texto con algo de desasosiego. Soy consciente de que con este artículo hago divulgación para nadie, o casi nadie, porque estamos ante la presencia de uno de esos libros cuyas virtudes son inversamente proporcionales a la velocidad y la agitación con la que vivimos en el siglo XXI. De la misma forma, la novela más famosa de Mann exige una considerable cultura y reflexión analítica, dos elementos contrarios al ajetreo informático y el bullicio de red social que vivimos actualmente.

Pero si alguna virtud tengo, que pueda reconocer, es que soy capaz de mantener mi pasión profesional a pesar de que pueda ser criticado o que nadie le preste atención. Así que, si eres de los pocos que mantiene el elogio de la paciencia, a pesar de la agitación incontrolable del mundo actual, gracias, y espero que pueda ayudarte a valorar una de las novelas más totales de la historia de la literatura.

¿De qué hablamos cuando hablamos de una novela total?

Voy a citar varias novelas que se mencionan bajo esta definición y seguramente no será necesario ni que te dé más explicaciones de lo que hablamos:

El Quijote, Miguel de Cervantes; Moby Dick, de Hermann Melville; La comedia humana, Honoré de Balzac; En búsqueda del tiempo perdido, de Marcel Proust; La guerra y la paz, de Leon Tolstoi; Los miserables, de Victor Hugo; El juego de los abalorios, de Hermann Hesse; Ulises, de James Joyce; Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez; La guerra del fin del mundo, de Mario Vargas Llosa.

Hay otra buena cantidad, pero es imposible citarlas todas. Aunque seguramente ya has visto que las semeja un concepto que hizo popular el escritor Mario Vargas Llosa, cuando reseñando Tirant lo Blanc expresó:

Una «novela total». Novela de caballerías fantástica, histórica, militar, social, erótica, psicológica: todas esas cosas a la vez y ninguna de ellas exclusivamente, ni más ni menos que la realidad. Múltiple, admite diferentes y antagónicas lecturas y su naturaleza varía según el punto de vista que se elija para ordenar su caos. Objeto verbal que comunica la misma impresión de pluralidad que lo real, es, como la realidad, acto y sueño, objetividad y subjetividad, razón y maravilla. En esto consiste el «realismo total», la suplantación de Dios.[1]

Y también apuntala su definición calificándola como:

…ficción como realidad autosuficiente, la desaparición del narrador del mundo de lo narrado. La novela total es una representación de la realidad a condición de ser una creación autónoma, un objeto dotado de vida propia.[2]

Son novelas que, incluso basadas en hechos reales o históricos, crean un mundo propio, único e introspectivo, en torno a su propio argumento. Miran a ese argumento desde diferentes puntos de vista, quizás con relatos de historias pequeñas, pero que, al unirlas, ofrecen una narración completa y extensa, y aportan una visión total que crea la impresión en el lector de que en la novela terminada existe un mundo único, propio y existente para esa novela, más allá de la realidad.

Cuando llegó a mis manos La montaña mágica, de Thomas Mann, no sabía que estaba bajo esta premisa de la novela total, porque la estudié como la mayoría de los académicos, como un gran monumento de la literatura universal, un fenómeno literario propio de una época y un entorno socio histórico y geográfico, pero alejado de sus virtudes técnicas y formales. La cuestión es que cuando me dediqué, algunos años más tarde a la literatura como creación, la leí desde el punto de vista del escritor que trata de instruirse sobre técnicas y estructuras narrativas, que busca aprender a contar mejor lo que escribe, y aquí la novela alcanzó un nuevo valor.

Thomas Mann concibió y escribió La montaña mágica (Der Zauberberg) a lo largo de un proceso complejo que abarcó más de una década, influenciado tanto por sucesos personales como por el contexto histórico de Europa a principios del siglo XX. En los personales está la visita que realizó, en 1912, a un sanatorio en Davos, Suiza, cuando su esposa, Katia Pringsheim, fue ingresada para tratarse de una afección pulmonar. Durante las visitas a Katia, Mann se familiarizó con la atmósfera de los sanatorios de montaña, un entorno apartado del mundo cotidiano que marcó profundamente su imaginación. No hay secretos aquí, el propio autor lo ha expresado en sus comentarios a la novela:

Hacía aproximadamente diez días que había llegado cuando contraje, a causa del frío y de la humedad reinantes en el balcón, un catarro de las vías respiratorias superiores. El director, que, como pueden imaginarse, se parece en ciertos detalles externos a mi consejero Behrens, golpeó mi pecho y constató con extraordinaria celeridad cierta amortiguación, como suele denominarse, un punto enfermo en mi pulmón que, de haber sido yo Hans Castorp, tal vez habría dado a mi vida un rumbo enteramente distinto. El médico me aseguró que sería sensato que permaneciera allá arriba durante medio año sometiéndome a una cura y, de haber seguido su consejo, ¿quién sabe?, tal vez ahora seguiría allí. Pero preferí escribir La montaña mágica haciendo uso de las impresiones que acumulé durante las breves tres semanas que permanecí allí…[3]

En su estadía en Davos, Mann se sintió intrigado por la vida en el sanatorio, donde las rutinas, los pacientes y el aislamiento generaban un microcosmos peculiar. Esto despertó su interés por explorar temas como el tiempo, la enfermedad y la muerte en ese entorno simbólicamente saturado.

Al principio, planeaba que La montaña mágica fuera una novela corta o un relato satírico, pensado en una especie de “contraparte cómica” de su obra anterior, Muerte en Venecia (1912). Pero como sucede algunas veces en el proceso creativo, la novela sufrió una escritura intermitente a lo largo de 12 años, entre 1913 y 1924.

Durante la Primera Guerra Mundial, por motivos personales y profesionales, interrumpió la redacción. En ese momento Mann combinaba la escritura (en especial de temas políticos y antibelicistas) con su vida familiar, viajes y otros compromisos, lo que explica la dilación, que no abandono, porque al terminar la guerra la retomó. Sin embargo, el proyecto se fue ampliando en alcance y complejidad debido a los eventos históricos y al propio desarrollo de sus ideas filosóficas y literarias. Cuando el libro por fin pudo publicarse a finales de septiembre de 1924 eran más de mil páginas, y contrariamente a lo que podría pensarse, tuvo una acogida y un éxito abrumador.[4]

La sinopsis es simple, tanto que por más que la repita, no te dirá nada útil, ni te aportará información valiosa sobre lo que cuenta. Hans Castorp, un joven de veintitrés años realiza un viaje desde Hamburgo hasta Davos, en los Alpes suizos, para visitar a su primo Joachim Ziemssen, muy enfermo de tuberculosis, y trata de recuperarse en el Sanatorio Internacional Berghof.

Hans enferma también y, casi contra su voluntad, o mejor, sin esperarlo, se acomoda al ritmo pausado y narcotizante de la vida del sanatorio. Le suceden más hechos: se enamora por primera vez y asiste con pasión a las discusiones entre dos hombres que representan dos concepciones irreconciliables de la vida: el liberal de ideología masona Settembrini, un italiano algo idealista y buena gente; y Naphta, un ex jesuita, cuya inteligencia e inmensa cultura no le impiden ser un admirador de todo tipo de totalitarismos.

Como seguramente puedes apreciar, lo que cuenta La montaña mágica no tiene realmente demasiados altos vuelos como historia de ficción. ¿Entonces por qué tanto éxito? ¿Por qué es un clásico? ¿Y por qué aún guarda valor literario?

Voy a evitarte todo tipo de bondades filosóficas que verás escritas en cualquier texto sobre su plasmación de las ideas de Nietzsche, Schopenhauer, Freud y Goethe sobre el tiempo y la muerte, Todo eso, se lo encuentras fácilmente en todo tipo de alabanzas a la novela, o se lo preguntas a ChatGPT que, si no te engaña, te dará alguna respuesta verosímil. Pero sí quiero hacer hincapié en lo mejor que tiene de todo lo que se habla de sus virtudes.

Lo primero que debes entender es que no todas las obras de arte cumplen una única función; y especialmente en el mundo de la ficción, hay muchas maneras de apreciar una novela o un relato. La historia de La montaña mágica está en sus diálogos, las actitudes y reflexiones de los personajes.

He leído algunos escritores, incluso algunos famosos, que sustentan la idea de que la novela de Thomas Mann tiene no pocos capítulos tediosos que uno debe saltarse. No voy a calificar a quien esto expresa, pero sí diré que dicho criterio explica mucho de la concepción de la novela que tienen los críticos que consideran que en todas las novelas sobran cosas.

Pero, más allá de esta incoherente e irracional idea de la novela, en toda creación ficcional de cierta extensión, existe una organización entre escenas y resúmenes que cumplen una función, incluso neurocientífica, hacia el lector. Una novela completamente escrita en resúmenes o, por el contrario, escrita enteramente en escenas, aburre y agota.[5] El buen escritor debe ser capaz de hacer que los capítulos transitivos sean lo más atractivos posibles para el lector, y Thomas Mann lo logra, en especial, para lectores pacientes y competentes.

Saltarse capítulos de La Montaña mágica es disparatado y atenta de forma directa contra una de las grandes virtudes del modo de escribir de Thomas Mann: detener el reloj de forma simbólica, sujetar las riendas del tiempo narrativo, al mismo tiempo que extiende el estado de conciencia del protagonista y del lector. Ahí es donde gana fuerza La montaña mágica, en las reflexiones que nos ofrece en ese perspicaz estado de conciencia durante tiempo dilatado.

Para entenderlo mejor debes leer la novela y asimilarás como la vida en el sanatorio, con su monotonía y repetición, puede simbolizar una suspensión temporal que permite reflexionar sobre la vida y la muerte. La misma distribución de sus capítulos nos lleva a ello. El tiempo de siete años que cubre la novela se distribuye en el texto alemán de la siguiente manera: [6]

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No es la única novela que logra de forma tan eficaz hacer del tiempo uno de sus protagonistas. Encontrarás también esa virtud en En busca del tiempo perdido, de Proust, y en Ulises, de Joyce, aunque, en la novela de Mann existe un fuerte sentimiento filosófico y social que trasciende lo individual para devenir un tratado seductor sobre el ser humano total y se convierte en todo un símbolo de la crisis de la conciencia europea que lleva de golpe a la Primera Guerra Mundial. En este y otros sentidos, La montaña mágica, aunque es una novela del siglo XX, es la culminación de la narrativa tal y como la concibieron los grandes novelistas realistas del siglo anterior.

Temas como la enfermedad y la muerte, la fragilidad humana y las tensiones culturales y espirituales de Europa se muestran durante el aprendizaje de este joven de 23 años Hans Castorp, que ingresa al sanatorio para visitar a su primo y termina quedándose siete años. Su transformación refleja un proceso de autodescubrimiento y un viaje intelectual que incluye debates ideológicos entre personajes que representan diferentes corrientes de pensamiento y lo instruyen a la vez que lo cambian como ser humano.

El escritor Cesare Pavese o Gyorgy Lukács, el filósofo húngaro, por no citar más que un par de ejemplos especialmente distinguidos, tuvieron a Mann por el mayor novelista del siglo XX y, aunque es un criterio debatible en un siglo donde están Joseph Conrad, Stefan Zweig, Vargas Llosa, García Márquez, Marcel Proust o Albert Camus (en mi caso prefiero a Hermann Hesse), existen muchos argumentos para sostener esta opinión.

La pregunta que muchos se harían en este siglo XXI impaciente y frenético, y donde todo, o casi todo, se puede encontrar haciendo clic con un ratón o dando unos cuantos toques en la pantalla de un smartphone sería: ¿Y para qué me sirven todas esas virtudes que tiene La montaña mágica y que acabas de contarnos?

Yo diría, su profundidad, su extraordinaria habilidad para convertir el pensamiento más abstracto en material novelesco, su maravilloso sentido del tiempo narrativo, su capacidad para dar vida a una riquísima galería de personajes, su maestría al utilizar elementos simbólicos e integrarlos en el relato sin romper el equilibrio, que la consagraron enseguida como un clásico, utilizando este término en su acepción más viva y menos académica.

Pero la mejor respuesta se la dejo a Harold Bloom, el autor de El canon occidental:

Lo que primordialmente ofrece hoy la maravillosa historia de Mann no es ironía ni parodia, sino la visión afectuosa de una realidad desaparecida, de una alta cultura europea que ya no existe; la cultura de Goethe y de Freud. El lector del año 2000 debe experimentar La montaña mágica como novela histórica, monumento de un humanismo perdido. [7]

Por último, quiero remarcar lo que más me impactó de La montaña mágica que curiosamente, algún que otro escritor(a) considera que son los capítulos más prescindibles. Me refiero a los diálogos entre Lodovico Settembrini y Leo Naphta. Como ya expliqué son conversaciones entre dos personas muy diferentes: escritor progresista y liberal, uno; exjesuita y conservador con una cultura abismal, el otro; dos concepciones de la vida, el arte, la política, completamente diferentes, dos dogmas sobre lo que aprecian, que viene de lo que han vivido y, sin embargo, son capaces de estar de acuerdo en cosas que jamás te imaginas.

En Cuba, donde leí la novela por primera vez, país donde todos expresan públicamente lo mismo –aunque haya ideas diferentes que nadie, o muy pocos, expresan– encontrar estos diálogos eran una especie de respiración, de aprendizaje, de muestra de que se pueden tener opiniones diferentes y ser capaces de argumentar de manera inteligente y llegar juntos a la verdad. Settembrini y Naphta, son dos de los personajes más fascinantes de la literatura del siglo XX, y sus diálogos encierran toda una escuela de pensamiento –o incluso, dos, o varias– que nos lleva hasta el memorable y muy emocionante final que no voy a contarte.

Una vez escuché algo sobre La montaña mágica que hice mío y amplié a toda la obra de Thomas Mann y es que cada palabra de esta y otras novelas escritas por el alemán son un milagro y un noviciado.

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[1] Mario Vargas Llosa, Carta de batalla por Tirant lo Blanc, 1. ed., Biblioteca breve (Barcelona: Seix Barral, 1991), 26.

[2] Ibid., 30.

[3] Thomas MANN, Introducción aLa montaña mágica. Conferencia dictada a los estudiantes de la Universidad de Pricenton (USA) el 10 de mayo de 1939. https://ddooss.org/textos/documentos/introduccion-a-la-montana-magica

[4] Hermann Kurzke y A. Leslie Willson, Thomas Mann: life as a work of art: a biography (Princeton: Princeton University Press, 2002), 298, http://catdir.loc.gov/catdir/samples/prin031/2002023665.html.

[5] H. G. Quintana, Cómo se escribe una novela, 3a ed., Manuales (Berenice) (Córdoba: Berenice, 2013), 129.

[6] Hermann J. Weigand, The magic mountain: a study of Thomas Mann’s novel ’Der Zauberberg, University of North Carolina studies in the Germanic languages and literatures (Chapel Hill: University of North Carolina Press, 1964), 15.

[7] Harold Bloom, How to read and why, First Touchstone Edition. (New York: Published by Simon & Schuster, 2001), 189.

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