El mundo es grande y los dados, ¿existen?

Uno de los debates más interesantes que recuerdo haber vivido es sobre el papel del azar y el destino en la vida de un ser humano. ¿Es definitivo el azar en el futuro que decidimos o todo está determinado por una fuerza extraña y ajena? ¿O quizás no existe tanto ese designio predeterminado que muchos apreciamos como un ente foráneo, ni tanto juego de azar, y es en realidad nuestra propia voluntad quien traza el camino adecuado?

El mundo es grande y la felicidad se esconde en cualquier esquina (Svetat e golyam i spasenie debne otvsyakade), del director Stephan Komandarev, es una película búlgara que intenta responder a este debate. Con un título tan explicativo y previsible (incluso en el original se llama igual) no entiendo cómo se me ocurrió acercarme a una película tan rara. Quizás, porque no siempre se tiene acceso a algunas filmografías de países sin gran presencia en los circuitos comerciales, y eso pesó más en mi ánimo, junto a una sinopsis llamativa.

En el entorno de la Bulgaria comunista de los años 70 y 80, esta película narra la historia de Sashko (interpretado por Carlo Ljubek) y su relación con su abuelo Bai Dan (Miki Manojlovic) en la búsqueda de la felicidad a través de la recuperación de los recuerdos perdidos, de las evocaciones de la niñez en un personaje que sufre amnesia temporal.

La historia transcurre en dos tiempos, un pasado donde la dictadura comunista y su afán por gobernar hasta lo que piensan los ciudadanos obliga a la familia de Sashko al exilio hacia Alemania, dejando en Bulgaria a sus abuelos. El presente es una especie de travesía a lo Road Movie donde el abuelo viaja hasta Alemania a buscar al nieto que ha sufrido un accidente y hacen el trayecto a la inversa, desandando el camino, y mientras lo desandan, hurgan en los recuerdos, en el pasado donde puede hallarse alguna felicidad escondida bajo la circunstancialidad de un sistema que la escamotea.

El personaje del abuelo es quizás el más interesante. Casi todos recordamos en nuestra vida a un familiar que se sale de la norma. Aquel personaje que cuando llega lo cambia todo, que no se toma en serio los golpes de la vida, o cuando menos, los minimiza con su manera tan peculiar de enfrentarlos, siempre riendo, haciendo de las barreras pasos de nivel, de la tristeza un preludio de la risa, de la muerte un motivo para la vida.

Si algo tiene de criticable la película, además de un título tan mejorable, es que de tanto responder a las preguntas deja escaso margen para la reflexión imaginativa. A veces, los consumidores exigentes, queremos que nos obliguen a pensar las soluciones y Komandarev prefirió responderlas antes que dejarnos al azar, como hubiera sido preferible, lo cual provoca que algunas situaciones que podían haber sido más explotadas creando un fuerte contraste para el debate, se solucionan por la vía más rápida.

Como siempre digo, este defecto puede ser una manera personal que tengo de meterle la razón a todo; apenas un impedimento propio, porque en general es una película muy recomendable, llena de alegorías sobre el mundo y el ser humano, usa un juego, el backgammon, como metáfora de vida; un juego de azar que intenta semejarse a la vida misma donde la casualidad juega un papel fundamental, pero no determina nuestro futuro. Me apropio de la frase que le deja el abuelo a Sashko mientras le habla sobre la vida: «El destino es un dado en tu mano y lo que suceda después depende de tu suerte y de tu habilidad”.

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