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Los profesionales de la Historia, dividen (dividimos) el pasado del hombre en cinco grandes bloques para intentar someterla a las leyes estrictas de su estudio como disciplina científica. Hablamos de la Prehistoria (desde que se conoce la existencia del hombre hasta la aparición de la escritura), Historia antigua (desde la aparición de las primeras ciudades hasta el 476 D.C), Historia de la Edad Media (desde el 476 hasta el 1453), Historia Moderna (desde 1453 hasta 1789) y, por último, la Historia Contemporánea (desde 1789 hasta la actualidad).
Cada división entre uno y otro período tiene como base un hecho histórico de gran trascendencia para la humanidad que ya no fue la misma que antes de este, en especial desde el punto de vista socioeconómico porque creó una nueva forma de basar la creación de riqueza, y con ella las formas políticas de controlarla. Desde que se tienen noticias de la primera vez que el hombre decidió crear un grupo que iba más allá de la familia para subsistir, hasta la Revolución Francesa, algunos de estos hechos han cambiado al mundo como se le conocía.
El ángel sombrío es una novela de amor que sucede en el entorno terrible y doloroso de uno de estos hechos, el año 1453, una de las fechas dispuestas como el fin de la Edad Media. Algunos historiadores, que no andan del todo descaminados, toman como base de este cambio el año 1492, cuando Colón llegó a América, pero este es un debate que no nos interesa.
¿Qué sucedió en 1453? El gran imperio romano (o lo que quedaba de él), la cuna de la civilización moderna, el orbe clásico al cual debemos la base de nuestro mundo occidental, desapareció como imperio a través de la caída de su capital, la ciudad de Constantinopla. Cercada por los otomanos y consumida por una crisis interna a la que se miraba con una dignidad desusada, Constantinopla (que pasó a ser Estambul luego de su rendición) fue invadida por las tropas otomanas comandadas por Mehmed II dando por terminado el Imperio Bizantino, y con ello un nuevo reparto de las relaciones económicas y de poder del mundo hasta entonces conocido.
Bajo el personaje de Johannes Angelos, y con la impronta y el éxito que traía de su novela histórica anterior, además de una puntillosa investigación histórica, el escritor finés Mika Waltari se adentra en una de sus novelas menos conocidas. Escrita en forma de diario por este Johannes, francés de origen griego, que se dedica con una entrega inexplicable a la defensa de una ciudad que sabe destinada a caer en manos del enemigo.
Fácil de leer, a veces cruda, incómoda y desesperada por esa predestinación inamovible al fracaso a la que se aboca una ciudad; otras veces plagada de páginas de una belleza consistente, una atmósfera muy shakesperiana, con una ternura que a veces parece rozar el melodrama, salvándose por muy poco de ella, pero en cualquier caso una novela imposible de soslayar. Con un estilo que convive sin molestar entre esa prosa directa, despiadada y grave para describir la crueldad que trae una guerra, con otro que en pocas líneas nos detalla con una fuerte sensibilidad y belleza plástica la pasión de un amor casi adolescente y trastornado.
El trazado de los personajes es muy destacable. Los grandes personajes de la literatura son, casi sin excepciones, seres de los cuáles es difícil dilucidar la bondad o la maldad en determinados momentos de su crecimiento, y varios de los secundarios de El ángel sombríoson parte de esa gran familia literaria. Con muchos matices, en especial los secundarios, que los hace difíciles de juzgar en términos morales o éticos.
La fascinación de Waltari por los momentos de transición histórica se refleja en su meticulosa descripción del asalto final:
Al aproximarse a la muralla, las culebrinas y arcabuceros turcos abrieron fuego, al tiempo que una nube de flechas caía silbando sobre nosotros. Cientos de escaleras de asalto se apoyaron simultáneamente contra nuestro terraplén provisional, y luego, en medio de alaridos de terror e invocaciones a Alá, se abatió la primera oleada humana. Pero las escalas fueron volcadas y el enemigo al pie de la muralla recibió una lluvia de flechas, pez hirviente y plomo fundido. El fragor del combate era tan ensordecedor que pronto no pudimos oír nada. Los turcos atacaban a lo largo de toda la muralla que daba al campo y toda su artillería comenzó también a sonar hacia el puerto y el mar.[1]
Esta escena encapsula perfectamente el tipo de drama histórico que atraía al autor: momentos de gran intensidad donde confluyen lo individual y lo colectivo.
El autor incluye detalles específicos sobre armaduras de caballeros que “tiene tales cerrojos ocultos y su acero es tan duro, que es imposible herir a su portador aun cuando haya sido derribado de su caballo”, o comparaciones técnicas entre armas como mosquetes y ballestas.
Waltari no escatima en mostrar la crudeza de la guerra… con un realismo estremecedor, describiendo cómo “el aire olía a sangre y excrementos” o “los perros lamían la sangre y roían los cuerpos”. Este crudo realismo forma parte integral de su visión literaria, en la que la historia no es un telón de fondo pintoresco sino una realidad visceral y a menudo terrible.
Oí varios gritos de aviso y me arrojé al suelo al mismo tiempo que los turcos disparaban conjuntamente todas las piezas de su artillería en una infernal andanada. El viento pronto barrió las negras nubes de humo. Cuando el estrépito y los gritos se extinguieron advertí que Giustiniani había sido derribado y estaba sentado en tierra. En un lado de su coraza vi un boquete del tamaño de mi puño, causado por una bala de plomo que lo había alcanzado diagonalmente por la espalda. En un instante su rostro se tornó gris, huyendo de él toda vitalidad; a pesar de su cabello y barba recién teñidos parecía un anciano. Escupió una bocanada de sangre.
—Han dado en el blanco —dijo—. Éste es mi fin.[2]
Para transmitir la intensidad del momento histórico, Waltari optó por una estructura narrativa en forma de diario. El ángel sombrío es el diario de Giovanni Angelos durante el sitio de Constantinopla y está estructurado con «acotaciones más o menos diarias desde finales del año 1452 hasta la fecha del 29 de mayo de 1453.
Ya conocemos la fuerza argumental del diario en la narrativa desde Drácula hasta Las amistades peligrosas. Este formato permite a Waltari combinar la inmediatez de los eventos históricos con la perspectiva íntima del protagonista. La novela comienza el 12 de diciembre de 1452, cuando Giovanni Angelos, un hombre de cuarenta años «quien había conocido mucho y vivido varias vidas», es testigo de la firma del tratado de unión entre las Iglesias oriental y occidental. Este momento inicial marca el comienzo de una cuenta regresiva hacia la caída de la ciudad.
Algunos críticos consideran que esta novela es la obra maestra de Mika Waltari, autor que siempre estará marcado por Sinuhé, el egipcio. Existen similitudes entre ambas, en especial por Sinuhé y Johannes, protagonistas de ambas novelas, aunque secundarios de la historia que viven. Sin embargo, son ambos personajes literarios de una excesiva conciencia del momento en que viven, con una capacidad de análisis anticipatorio casi digno de un adivino.
Justo es decir que casi todas las novelas del género histórico terminan por caer en este detalle. La mayoría de las novelas históricas crean un personaje demasiado involucrado en las circunstancias históricas de las que forman parte, pero no sería posible de otra forma para poder llegar a trazar un amplio espectro de la época a la que pretenden representar.
Pero las novelas de Waltari, como ya he dicho trascienden al personaje, al final cada frase de sus novelas son pesquisas y reflexiones del carácter humano, de la relación del hombre frente al poder, al amor, a los semejantes.
Con esta novela, Waltari trascendió su ya amplia obra literaria desde Sinuhé, el egipcio dejando obras de una fuerte marcada tendencia histórica. Escribió muchas novelas hasta reconocérsele veintinueve publicadas, y no todas del género histórico, pero ninguna de ellas tuvo trascendencia como las que sí lo son. El etrusco, Marco el Romano, El peregrino (que es la que precede a El ángel sombrío) todas están ya en la memoria colectiva como novelas que pasarán sin grandes contratiempos de una generación a otra. ¿A qué más puede aspirar un escritor?
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[1] Mika Waltari, The Dark Angel, [Traducido por Naomi Walford] (London: Putnam & Co., 1953), 331-332.
[2] Ibid., 334.