Aferrado a los clásicos: «Drácula» (Bram Stoker)

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Vamos a entrar en una de esas novelas que, de tan famosa, muchos suelen creer que la conocen. Ya sea porque hay vídeos como este que repiten detalles muy conocidos, y a los que voy a intentar pasar por encima (para no repetirnos) o porque han visto algunas de versiones cinematográficas que, incluso las más fieles son incapaces de transmitir la grandeza de la novela original.

Hay tres casos muy conocidos, aunque no son los únicos, donde esta sobreinformación sociocultural hace que los lectores demos por sobreentendida una historia: Moby Dick, de Herman Melville, Frankenstein o El nuevo Prometeo, de Mary Shelley, y de la que te hablo hoy, Drácula, de Bram Stoker.

El caso de Dráculaes sugerente, por el intento de su autor de hacernos verosímil una historia absolutamente fantástica; imposible de creer por razones médicas (beber sangre no da la vida), físicas (el cuerpo humano no puede alterar su composición molecular sin autoprovocarse la muerte), históricas, (no hay certezas de ninguna figura histórica que conduzca al personaje literario) y aquí podemos hacer una lista bien amplia de acientíficas barbaridades y disparates antinaturales.

Sin embargo, Stoker ha logrado introducirnos lentamente en una historia que ya lleva siglos de seguidores y lectores, nos ha puesto las cartas sobre una mesa y nos ha convocado a un juego al que accedemos gustosos y sin cuestionar ni una de las premisas fundamentales que sustentan su argumento. Y todo con mentiras, pero ¡aaah, qué mentiras tan verosímiles!

Aquí es importante anotar que no fue hasta 1893, cuando la novela de Stoker pasó a formar parte de los clásicos de la literatura de la Universidad de Oxford, en que dejó de ser una de tantas novelas sensacionalistas para lectores no eruditos. Hoy en día esa mezcla de ser aclamada por la crítica y el público lector, casi de forma unánime, la tiene un número muy contado de novelas y el personaje del vampiro ha salido de las páginas de la novela para ser protagonista y/o antagonista cinematográfico, figurante de comics y novelas gráficas, inspiración de series de televisión, carne de publicidad, materia de dramaturgia para el teatro, mito para grupos cerrados, inspiración de sectas, etc., etc.

¿Cómo ha pasado esto? Es investigación para explicar en otros medios, pero sí podemos desbrozar cómo hizo Bram Stoker en su novela para cautivarnos por varios siglos.

Primero habría que dejar en claro que la vinculación entre la figura histórica de Vlad Draculea (o Vlad el empalador) con el personaje literario de Stoker, y que muchos repiten como loros, es bastante difusa. Algo se intuye apenas por unas anotaciones poco claras en los diarios de Stoker, que recogieron Radu Florescu y Raymond T McNally en su obra, , Dracula, Prince of many faces: his life and times.[1]

Y quizás se ha extendido esta idea por algunas referencias que Stoker, en la novela y por boca del propio conde Drácula, hace a los orígenes de su personaje en la lucha contra los otomanos:

¿No fue uno de los míos el que atravesó el Danubio para batir al turco en su propio suelo? ¡Sí, fue un Drácula! ¡Maldito sea el hermano indigno que vendió acto seguido el pueblo a los turcos, haciendo pesar sobre el mismo la vergüenza de la esclavitud! ¡Fue este mismo Drácula el que legó su ardor patriótico a uno de sus descendientes que, más tarde, cruzó de nuevo el río con sus tropas para invadir Turquía! Y que, tras haber tenido que replegarse, volvió varias veces a la carga, solo, y dejando detrás el campo de batalla, donde yacían sus soldados, sabedor de que al fin él solo triunfaría. (…) Nuevamente, cuando después de la batalla de Molhacs, conseguimos rechazar el yugo húngaro, nosotros, los Drácula, estuvimos otra vez entre los caudillos que lograron tal victoria.[2]

Más adelante el controvertido -y bien concebido- personaje de Van Helsing, nos hace un pequeñísimo boceto de Drácula, que pretende ser histórico, mientras trazan un plan para enfrentarse al vampiro. Sin embargo, este bosquejo apenas informa el supuesto nombre original del conde, Voivoda de Drácula, y corrobora información ficcional que ya sabíamos: su lucha contra los otomanos.

Fuera de ello no parece existir el más mínimo punto de similitud entre el personaje histórico de Vlad el empalador y el personaje literario de Voivoda de Drácula. Ahora bien, Bram Stoker tuvo el genio de citar, en la novela, el nombre ficticio del historiador que aporta la información sobre su personaje: “Arminius de la universidad de Budapest”, al que Van Helsing llama muy amigo suyo y que, se suele argumentar tiene el mismo nombre de un amigo del propio Stoker: Arminius Vambéry, aunque este punto está por confirmar.

Se han escrito y se siguen haciendo montones de páginas vinculando al personaje histórico y al literario, lo que demuestra, entre otras cosas, el poder de seducción que ha ejercido durante siglos la mentira creada por Stoker. ¿A qué más puede aspirar un escritor?

El otro gran logro para la verosimilitud de la novela es su estructura basada en textos que pretenden ser verídicos y, por tanto, ofrecen gran certeza de la realidad. En Drácula se usan varias opciones posibles para hacernos llegar la historia e intentar convencernos de ella: diarios de múltiples personajes, epistolarios entre varios de ellos, recortes de diferentes diarios y revistas (Dailygrapho The Pall Mall Gazette)y hasta registros fonográficos de voz, que en la época en que transcurre la novela es un invento muy novedoso; hablamos de un período entre 1889 –año de la comercialización del fonógrafo– y 1897, año de la publicación de la novela en forma de supuestos diarios y demás textos.

Todo ello afianza la idea de que los hechos que estamos leyendo tienen algo de veraz.

Sólo por esto, ya es una clase magistral de tratamiento de la verosimilitud en la novela. Pero no se queda ahí.

En la novela Drácula tenemos el recurso técnico del dato escondido, ¡y es fundamental! Un lector actual de la novela, conocedor de las diferentes versiones cinematográficas y por otros medios de la historia de Drácula y todo lo referente a los vampiros, puede llegar a pasar por alto este recurso, aun cuando es uno de los elementos más importantes que afianzan la verosimilitud de la novela.

Bram Stoker tuvo la relevante idea de usar esta técnica como una forma que podía evitar un posible rechazo por parte de lectores con fobias a historias fantásticas. En las primeras páginas ya se sugiere cierta idea terrorífica alrededor de este personaje. Jonathan Harker, el abogado que llega al gris castillo del conde, siente miedo y repulsión por muchas de las cosas tenebrosas que suceden en el recinto, nosotros como lectores podemos acercarnos a ese temor a través de suficientes elementos que instauran esa atmósfera de terror –un paisaje gélido y solitario, la noche de Walpurgis que provoca terror a los campesinos con los que se cruza Harker y que le instan a abandonar su objetivo de entrar al castillo, los sucesos extraños con los lobos, los extraños hábitos y cambios inesperados del carácter del conde, la atmósfera general del oscuro castillo entre mujeres lascivas pero sombrías, etc.– pero de la misma forma que Harker no alcanzamos a identificar del todo lo que se esconde alrededor de este tenebroso personaje. Cuando concluye esta primera parte del diario de Jonathan podemos hacernos una idea de la peligrosidad del conde y sus poderes oscuros y ocultos, pero no lo sabemos a ciencia cierta.

Nótese, sin embargo, que no existe nuevamente referencia alguna al conde durante gran parte de la novela. En la historia se realiza un cambio de punto de vista espacial y temporal desde los lóbregos campos de Transilvania hacia Londres, se centra en el otro lado implicado en el argumento, Mina, la esposa de Harker, sus conocidos, amigos y personas implicadas en los sucesos que luego vivirá.

Parecería que Stoker intentó hacernos olvidar todo lo referente a Drácula luego de habérnoslo presentado. Las únicas referencias a aquel mundo tenebroso de Transilvania están en los deseos de Mina por saber de su esposo, pero apenas tenemos nada que nos haga volver a pensar en el oscuro personaje. Y, sin embargo, hay montones de hechos en apariencia casuales que, en realidad, giran alrededor de Drácula sin que como lectores podamos vincularlos: el encallamiento de un barco, la extraña actitud de un paciente de un manicomio llamado Renfield, un lobo que escapa del Zoológico, la extraña muerte de Lucy (la amiga de Mina), los niños que hablan de la dama de sangre, etc.

De hecho, el primer contacto visual –que se nos permita este polémico término– del lector con una materialización de la figura de Drácula está en una figura oscura que Mina parece ver en la oscuridad junto a su amiga Lucy quien ha sufrido una salida noctámbula y una posible alucinación. En ese momento no sabemos si está vinculada con el conde:

Durante unos instantes nada distinguí, pues una nube inmensa mantenía a la tierra en tinieblas. Sin embargo, la Luna no tardó en salir de nuevo, iluminando las ruinas de la Abadía primero y después la iglesia y el cementerio. Fuesen cuales fuesen mis sentimientos, de esperanza, alivio o temor, no quedaron defraudados, ya que allí, en nuestro banco alumbrado por la luna argentífera, se hallaba una figura blanca como la nieve, medio acostada. La siguiente nube, impelida por el fuerte viento, cubrió demasiado pronto a la Luna para que yo pudiera divisar algo más, pero tuve la sensación de que algo sombrío se hallaba de pie detrás del banco, inclinándose sobre la blanca figura. No supe si se trataba de un hombre o una bestia.[3]

Más tarde, la próxima aparición del engendro es en una visita de Drácula a Mina Harker y, sin embargo, se nos narra por Mina como si fuera un sueño que describe en las páginas de su diario, concretamente el día 1 de octubre. Es justo decir que ya aquí sabemos a qué peligros se enfrentan los protagonistas, aunque el elemento de misterio se mantiene con muy buen criterio por parte del autor.

Pero, ¿por qué Stoker disimula de que todo ello es consecuencia de Drácula? La respuesta probablemente la tienen los millones de lectores de la novela. El disimulo de este dato escondido nos mantiene durante casi todo el libro con la tensión que produce el desconocimiento. Nada asusta –y atrae– más que lo desconocido; y con ello juega el autor para provocarnos terror y, de paso, que intentemos sacar nuestras propias conclusiones sobre la forma en que las primeras páginas se vinculan con estos hechos extraordinarios.

Esta manera implícita de acercarnos a la maldad del conde eleva el nivel de sugerencia hasta alturas magistrales haciendo a su vez que la frontera del terror se mantenga también muy alta. Podemos inferir que algo oscuro que no identificamos se cierne sobre los personajes, pero no podemos explicarnos qué.

Esta manera de mantener al lector en cotas bajas de conocimiento se logra desde el punto de vista técnico y formal de una manera simple: obligando al lector al mismo tipo de omnisciencia limitada al que están sometidos los personajes, sabemos lo mismo que el personaje que (supuestamente) ha escrito su diario o carta. Y aunque intuimos y avanzamos hipótesis sobre lo que puede suceder no sabemos que lo que causa el mal es el vampirismo, y esto es muy avanzado el libro.

Insisto en la idea de que todo ello es un logro de Stoker para su época. El lector actual no es (no puede ser) ajeno al vampirismo. Estamos excesivamente contaminados por la información actual que circula por todos lados sobre Drácula o el vampirismo, al conocer casi completamente las miles de historias de ficción que existen sobre ello, y a menos que seamos muy puntillosos, podríamos no ser conscientes de este alto nivel de eficacia del recurso escogido por el autor.

Cuéntame qué tal te pareció Drácula, cuando la leíste. Y si no la has leído, espero que este texto te haya motivado a hacerlo, porque esa novela es más, mucho más, que todo lo que crees que sabes sobre ella.

[1] Radu Florescu y Raymond T McNally, Dracula, Prince of many faces: his life and times (Boston, Mass.; London: Little, Brown, 2005).

[2] Bram Stoker, Drácula: la novela original, 3a ed. en esta colección., Jet de Plaza & Janés (Barcelona: Plaza & Janes, 1993), 57.

[3] Ibid., 130.

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