20 años. Aguántame el cubata

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blankSituaciones extravagantes. ¿Te ha pasado alguna vez que, por curiosidad, azares del destino o simple placer, has estado en situaciones que podrías considerar raras para ti? Probablemente. Yo también.

Un niño retraído, y luego, adolescente no menos tímido, jamás se habría metido en el grupo de teatro Apeiron, de la facultad de Filosofía e Historia de la Universidad de La Habana para interpretar a la anciana de Cuando la abuela olvida lo que está contando, de Senel Paz. Todavía mi profesora de filosofía se debe estar preguntando cómo aquel que tartamudeaba en clases se transformaba en una vieja protestona.

Un escritor que prefiere pasar inadvertido jamás se hubiese subido a un escenario a hacer coro en Que te trague la tierra, con el grupo Tendencia, sí un éxito de Heavy Metal. Por cierto, Kiko, su director, jamás ha entendido cómo le bloqueaba la guitarra.

Un opositor al gobierno cubano, si bien no activo políticamente, quizás hubiera puesto trabas a servir de guía para la estatua de un prócer cubano; pero un busto de Antonio Maceo que está en la ciudad de Pinar del Río, fue producto de este disidente pasando horas sentado en una silla como modelo.

Hay otra decena de cosas extrañas, como haber disparado y conducido un BMP, vehículo de combate algo más pequeño que un tanque ruso, haber vendido pan con tomate para sobrevivir, bailar salsa durante horas con un grupo de timba cubana en un lugar llamado La tropical, y etc. Y, sin embargo, nada se compara con la situación más extravagante de todas, cuando el 22 de junio de 2002, cargaba a mis espaldas las cuatro pertenencias que tenía, más que nada libros y revistas, para irme a España.

Aun no estaba seguro de que viviría en Europa, pero lo que parecía una simple salida para probar suerte, se han convertido, justamente hoy, 22 de junio de 2022 (¡casi capicúa), en 20 años de la situación más excepcional que haya vivido nunca. ¿Un exilio? Quizás, o lo más parecido a eso.

La realidad de este viaje de 20 años empezó con una invitación de dos amigos, Matilde y Joaquín, y la complicidad de otros, que conspiraron para que una editorial cordobesa me abriera las puertas de la publicación de un libro. Preguntas que me hacen.

No. No ha sido fácil. Vivir lejos de tu familia, fuera de tu entorno, de la gente que comprende las marcas de tus raíces, lejos de tu público natural como profesional y comenzar de cero en un lugar donde lo hecho previamente no cuenta, o cuenta apenas. No, no ha sido fácil, pero no me quejo porque sí ha sido provechoso.

Cuando salí de Cuba, profesionalmente no tenía excesivas quejas. Un salario como editor de una revista de arte y literatura, libros y artículos publicados, y una esperanza de que en algún momento las cosas podían ser mejores en publicaciones y logros literarios. Pero, no era feliz.

Sin posesiones materiales ni opciones de tenerlas, mi salario era un pacto de recibir algo que no vale por hacer algo que me gustaba. Con ansias de expresar mucho que no se podía (aún no se puede expresar) mi vida estaba abocada al alcoholismo o la prisión.

Sólo por eso, por haberme salvado de una potencial depresión alcohólica o de la cárcel, doy gracias por la suerte que he tenido de vivir esta situación extravagante de vagar veinte años lejos de mis raíces naturales.

Pero además de salvarme, he avanzado y mejorado en situaciones que jamás imaginé: publicar mis libros en España, que esos libros se conozcan desde Colombia hasta Japón, haber dado clases en una universidad francesa durante varios años, tener dos hijos maravillosos: español y española; ella, también francesa con orígenes ítalo-cubanos.

Me hablan de SUERTE, pero mis amigos cercanos saben que lo mío no es sólo suerte. Me dicen que soy capaz de alinear los caminos para que esta, la suerte, desemboque en destino. Y aunque algo de razón tienen, sigo creyendo que muchas veces, cuando he necesitado una mano en la espalda o un puntapié en la espinilla, las he recibido; y ambas; ayudas y críticas, me han ayudado a crecer.

Estas dos décadas me han hecho más independiente, más excéntrico (pintoresco o trastornado, si prefieres), pero mejor profesional, muy inconforme con lo obtenido porque son pruebas vencidas, intransigente con aquellos del “eso no se puede” o “eso no lo podrás hacer”. Y aunque asumo mis límites (como casi todos, o como la mayoría juiciosa), no reconozco esas fronteras como muros, sino como más obstáculos que salvar.

Existe una frase española para alabar y criticar a los que se atreven cuando los demás dicen que algo no se puede. Probablemente gran parte de mi vida en estos veinte años tienen que ver con esa frase: aguántame el cubata. Es decir, en medio de esta borrachera te voy a demostrar que hago lo que dices que es imposible. No es una guía, pero sí un aliciente.

Porque mi borrachera es creativa, inquieta, inconforme. Cuando siento que me aburro, que me atasco, que me estoy volviendo perezoso, se me ocurre algo que, siempre, inevitablemente, viene alguien a decirte que no se puede.

Así que brindo por estos veinte años de la extravagancia de vivir lejos de los que te vieron crecer y repito: ¿Dices que no se puede? ¡Aguántame el cubata!

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