Aferrado a los clásicos. Retrato del artista adolescente (Joyce)

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blankNo existe, probablemente un autor más odiado y menos leído por los escritores noveles, y por algunos ya consagrados. El nombre de James Joyce (y especialmente su novela Ulises, y luego Finnegans Wake, que algunos han traducido como El despertar de Finnegan) va unido, en la mente de muchos a la pedantería, la literatura intelectualoide y la técnica literaria inservible. Y es probable que en algo tienen razón los críticos, pero gran error cometería quien dejándose llevar por estos, no intente conocer y aprender los recursos técnicos ficcionales que Joyce dejó para la posteridad, muy en especial, para los que hacemos literatura de ficción.

Sus cuentos o relatos reunidos en Dubliners (Dublineses o Gente de Dublín) son exquisitos, con una capacidad para transmitir información a través del dato escondido por elipsis como pocos autores han logrado en la historia de la literatura, técnica que repitió en su primera novela A Portrait of the Artist as a Young man (Retrato del artista adolescente) es obligatoria para quienes intentan adentrarse al oficio.

Retrato del artista adolescente comenzó en 1904 como una novela que se llamaba Stephen el héroe, escrita en tercera persona con un narrador omnisciente, pero que, aparentemente, nunca terminó. La obsesión por el tema del artista y la verdad que este posee y transmite, sin embargo, no lo abandonó y por la misma fecha intentó publicar un ensayo titulado A portrait of the Artist (Un retrato del artista) rondando el mismo tema. La intención siempre era la misma, escribir sobre el oficio de la escritura y la posición del artista en su entorno y el momento en que vive.

Tras haber recibido varios rechazos a la publicación de dicho ensayo o la novela inicial, Joyce, sin perder el aliento ni las ganas, terminó por combinar el ensayo y el primer manuscrito de ficción que había comenzado en 1904, y mezclando el narrador omnisciente con un estilo indirecto libre, dando origen a la novela que hoy conocemos como Retrato del artista adolescente, y que fue publicada por entregas en la revista The Egoist, entre 1914 y 1915, y como libro en el año 1916.

La leyenda en torno a esta novela dice que Joyce había arrojado su manuscrito al fuego agotado de tantas negativas a su publicación y que fue rescatado por su esposa Nora o por su hermana Eileen, según las versiones más conocidas. Quizás nunca sabremos si esto es cierto o no, pero lo que sí sabemos es que la reescritura de Joyce, mezclando los dos textos, fue muy alabado por los amigos y colegas que lo leyeron antes de ser publicado: Italo Svevo), escritor italiano gran amigo de Joyce, Ezra Pound, poeta y gran defensor de la obra de Joyce.

El texto que hoy leemos como edición definitiva es de 1964 tras haber tenido múltiples correcciones y adiciones de Joyce en 1916 y 1924. El éxito fue inmediato y tuvo alabanzas de famosos como Ezra Pound, W. B. Yeats, T. S. Eliot, Dora Marsden y H. G. Wells y fue considerada, por la Modern Library en tercer lugar entre las más grandes novelas en habla inglesa del siglo XX.

El retrato del artista adolescente es considerada por la mayoría de los críticos como una novela de aprendizaje. Cuenta el período de formación del protagonista narrador, Stephen Dédalus, probablemente alter ego del propio James Joyce. Desde el punto de vista narrativo este protagonista nos adentra en los momentos claves de su vida, nos cuenta cómo los asume, qué importancia tienen en su historia y qué responsabilidad implican para él. Lo vemos tomar postura frente a la familia, la religión, los amigos, la política, y cómo ante todo lo más importante sigue siendo la verdad del artista.

En El retrato del artista adolescente  Joyce aborda algo que pasó a la modernidad: el artista, joven o no, debe hablar del artista, su verdad, su dedicación, el trabajo que conlleva ser escritor, en su caso, pero que equivaldría para el pintor el músico, etc. Y por si no fuese suficiente, la novela está plagada de minuciosas y eficaces anotaciones estéticas que, además, se aplican a la escritura propia y ayudan a comprender la posición del artista.

Pero, si por algo es importante Retrato del artista adolescente, es por la vasta influencia que ha logrado entre los novelistas de todo el mundo y los recursos técnicos que nos ha aportado. Desde su estructura narrativa, donde muchas veces prescinde del narrador a través del estilo indirecto libre, y haciendo que su novela sea mucho más cercana a la realidad; hasta esa magnífica técnica literaria de la epifanía, es decir, un momento de descubrimiento psicológico del protagonista que lo cambia, modifica su punto de vista sobre las cosas, y nos cambia a nosotros como lectores.

A quienes no le gustan los Spoilers, aquí viene uno gordo, pero que conocerlo no cambia en esencia cómo recibimos los lectores la fortaleza de la novela. En una escena cerca del mar, Stephen tiene la epifanía de lo que en verdad quiere ser o de lo que realmente ya es: un proscrito social, un ser libre de vínculos que rompe con todo el pasado que antes describimos. Lo interesante es que para él, esas ataduras no eran, nunca fueron, desagradables; simplemente que su propia decisión de asumir la escritura, lo aleja de ellas y es un riesgo que quiere asumir porque lo acerca a la libertad que pretende como artista:

Solo. Libre, feliz, al lado del corazón salvaje de la vida. Estaba solo y se sentía lleno de voluntad, con el corazón salvaje, solo en un desierto de aire libre y de agua amarga, entre la cosecha marina de algas y de conchas; solo en la luz velada y gris del sol, entre formas gayas, claras de niños y de doncellitas, entre gritos infantiles y voces de muchachas…

…Se apartó súbitamente de ella y echó a andar playa adelante. Tenía las mejillas encendidas; el cuerpo como una brasa, le temblaban los miembros. Y avanzó adelante, adelante, adelante, playa afuera, cantándole un canto salvaje al mar, voceando para saludar el advenimiento de la vida, cuyo llamamiento acababa de recibir.[1]

Esta posición se reafirma al final de la novela con la famosa conversación con su amigo Cranly, y que cierra para Stephen el conflicto entre lo que es y lo que quiere ser:

Cuando el alma de un hombre nace en este país, se encuentra con unas redes arrojadas para retenerla, para impedirle la huida. Me estás hablando de nacionalidad, de lengua, de religión. Estas son las redes de las que yo he de procurar escaparme.[2]

(…)

-Mira, Cranly –dijo-. Me has preguntado qué es lo que haría y qué es lo que no haría. Te voy a decir lo que haré. No serviré por más tiempo a aquello en lo que no creo, llámese mi hogar, mi patria o mi religión. Y trataré de expresarme de algún modo tanto en vida y arte, tan libremente como me sea posible, usando para mi defensa las solas armas que me permito usar: silencio, destierro y astucia.[3]

[1] James Joyce y Dámaso Alonso, Retrato del artista adolescente, 3a ed., Libro de bolsillo (Madrid: Alianza Editorial, 2012), 186-187.

[2] Ibid., 222.

[3] Ibid., 273.

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