Ser artista. Vender hielo en el año de la nevera

Soy, de forma genérica, algo que los demás consideran artista. No pinto (Dios me libre, con mis manazas), no hago música (sería un meloso insoportable), ni cine (este se me daría bien, creo), no tengo capacidades manuales que me permitan esculpir, hacer buenos montajes (no la porquería que se presenta en muchas galerías actuales) moldear el yeso o trabajar la cera.

El único talento que puedo poseer –si es que lo tengo y que lo entreno a diario para alcanzarlo alguna vez– es el de llenar folios, colocar unas palabras detrás de otras para que tú, que ahora me lees, puedas emocionarte o escandalizarte con algo que previamente me fascinó o perturbó a mí. A veces lo logro, a veces no, y como no sé hacer otra cosa, no me queda otra que seguir intentándolo, incansable, sin pausa, una y otra vez.

¿Lo hago por amor al arte? Sí y no. Lo hago porque me gusta y porque no sé hacer otra cosa, aunque preferiría vivir sólo de ello. ¿Gano dinero suficiente para vivir del arte? Pues no gano mucho, pero sé que alguna vez lo haré de forma adecuada. Por eso no cejo, por eso no me oirás quejarme, ni sentirás que exijo a nadie a pagarme por escoger lo que hago, ni chantajeo emocionalmente con mi escasez de liquidez, ni pido limosnas por lo que hago.

Soy artista, o eso dicen.  Otros me separan en una categoría diferente, la de escritor.  En cualquier caso, saco de mí, con algo que llaman arte, algo que los demás pueden disfrutar, si les gusta, o darme la espalda si creen que soy un tipo sin talento o les disgustan mis ideas u obsesiones.

¿Y a qué viene todo esto? Porque me conmueve una moda muy extendida en la actualidad, en especial en artistas o escritores (algunos con cierta fama y seguidores incondicionales) que creen que por el hecho de existir, únicamente por el hecho de ser creadores de una parte esencial de la alimentación del ser humano (la espiritual) tienen derecho a ser mantenidos a toda costa.

Da igual si la paguita que creen que merecen vienen del Estado, de una alcaldía o de un banco, lo importante es que son artistas, y a los artistas hay que cuidarlos. Se consideran CULTURA, con mayúsculas, sin remiendos ni medias tintas, da igual si crean una obra maestra del cine de autor que si colocan una posta de vaca sobre el logotipo de Bankia en una exposición del MOMA. Todos creen tener derecho a ser subvencionados, a ganar dinero.

Creo que fue Christian Engström, el líder del Partido Pirata Sueco (organización con la cual no me siento precisamente cómodo ni cercano), que dijo muy sabiamente refiriéndose a la música: “Los músicos no tienen derecho a ganar dinero, tienen derecho a intentar ganar dinero, como todo el mundo”. Yo lo extendería a todos los artistas, escritores, intelectuales y creadores de todo tipo de obras y/o engendros artísticos o literarios, donde me incluyo.

¿Quién dijo que ganar dinero sea fácil? ¿Qué negocio es fácil? Antes que artista, o quizá a la par, soy liberal, de los convencidos, de los que no se fían de forma natural de los Estados, pero preferimos cambiarlos desde el orden establecido, de los que creemos en la capacidad innata del individuo para crear riqueza, para sobrevivir en medios hostiles, para inventar modos de salir adelante, de autosuperarse y encontrar soluciones cuando todo parece perdido.

Fue el mismo Engström quien nos recordó en una entrevista que, cuando surgió la nevera, quebró la industria de venta de hielo, y nadie en su sano juicio renunció a tener una en su casa para que sobrevivieran los vendedores de hielo. Es la vida misma, injusta, pero natural, más vale acostumbrarse a ello.

Muchos creen que no corren buenos tiempos para vivir del arte. Como vivir del hielo en el año de la invención de la nevera o como venderle hielo a un esquimal; casi una quimera. No es fácil como no lo es vivir de una panadería, una tienda de informática, cuidar inválidos, limpiar retretes, y otro montón de profesiones y empleos. Así es la vida para todos, artistas o no. Vivir del arte es incluso más difícil porque (esto seguro) es más factible vender un pan o un par de zapatos que un libro, o un óleo, pero son negocios con productos diferentes aunque con un mismo fin: vivir de las ventas.

Una persona vive en un medio social, un entorno natural que lo condiciona, puede hacer muchas cosas para cambiarlo, pero de forma general, debe saber que ese entorno tiene leyes, casi siempre justas (si vives en democracia), que condicionan su actuación. Y es en ese medio donde debe plantearse qué hacer para poder romper la determinación, las riendas impuestas de vivir en él.

Sí, la vida del artista es eventual, no tiene sueldo periódico (que no seguro) como un trabajador por cuenta ajena, vive al día, pasando trabajo para llegar a fin de mes. ¡Mira por donde, como casi todo el mundo! Su talento está en hacer lo que sabe hacer y tratar de venderlo de la mejor manera posible o encontrar quien lo haga por él. No hay que pagarle por existir, sólo por ser artista.

No soy partidario de subvencionar a nadie, excepto a quien no puede valerse por sí mismo. Si tuviéramos que sentirnos obligados a subvencionar a alguien, si tuviéramos que pagarle a alguien por su trabajo con nuestros impuestos, antes que a los representantes de la cultura, optaría por lo médicos, por las enfermeras, incluso los maestros.

Los artistas, escritores, creadores de cultura en general no tenemos derecho a vivir de nuestras obras, el verdadero derecho que tenemos es a INTENTAR vivir de ellas. Si no se consigue, si las ventas no acompañan, si los premios jugosos son siempre para otros, si nadie va a las presentaciones de nuestras creaciones, tenemos otro derecho: seguir intentándolo, incansable, sin pausa, una y otra vez, sin quejas, sin presiones a nadie para comprar nuestras creaciones, y si no se tiene esa perseverancia, siempre es mejor una retirada a tiempo, apuntarse a las listas del desempleo y buscar un trabajo remunerado que permita vivir sin grandes sobresaltos: como el resto del mundo.

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