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Hacer humor es difícil. Hacer humor dentro de la tragedia, aún más. La premisa sale alguna que otra vez en el filme Sing Sing para recordarnos algo que muchas veces perdemos de vista en el día a día: que, ante las adversidades, hay que esbozar una sonrisa de esperanza.
El director Greg Kwedar se ha atrevido con una de esas historias amables que intentan (y logran) hacernos acogedor lo desapacible, y lo hace enfrentándonos al prejuicio. Un grupo de presidiarios con altas penas desafían sus temores, sus problemas, sus fardos diarios, ¡haciendo teatro!, representando a Shakespeare, August Wilson o Lyman Frank Baum.
Hay risa, llanto, conflicto, miedo… Piénsalo, interpretar personajes de ficción, cuando llevas una vida dura, compleja, cuando vienes de los bajos fondos, cuando tu vida ha sido el trapicheo, la violencia de las calles, la cultura de la muerte. A poco que seas algo sensible, no podrás evitar la montaña rusa emocional que implica ver a los personajes vivir en sus contradicciones.
Si aun funciona el detector de mierda que llevo tras años de disfrutar y analizar estructuras de ficción, tanto en literatura como en cine, esta película va a tener varias nominaciones a diferentes premios: quizás Mejor película, Mejor actor protagonista, Mejor actor secundario, y puede que alguna sobre guion. Y si este increíble filme no está entre las nominadas a los Oscars a mejor película, hay que dejar de creer en los premios.
Las actuaciones son todas convincentes. Colman Domingo se mete en la piel de este escritor-actor que a ratos te hace reír, por momentos te obliga a llorar, pero siempre reflexionas con sus gestos, sus ideas, sus frases. El caso de Clarence Maclin es sorprendente, lo escuchas hablar con el dejo reconocible del slang de los barrios negros pobres y no te crees que se pondrá el traje de Hamlet, pero lo hace, te sorprende y te convence. Y muy atractivo hace Sean San José al personaje de Mike Mike, que te roba desde las primeras apariciones en la pantalla.
No haré un gran recuento de las escenas de la película, porque experimentar las emociones que produce debe ser algo que cada cual debe vivir a su manera, pero no quiero dejar de apuntar dos elementos que me han sobre motivado del argumento.
El primero es el momento en que, en un ejercicio actoral, el director de teatro les pide que vayan mentalmente a su momento más feliz y lo cuenten. Las frases, los recuerdos, los soplos emocionales que cada uno de los actores-reos cuenta lo que ve, lo que siente, lo que le conmueve o le asusta, es un momento que dejará a más de uno con ganas de volver a ver la escena.
El otro momento es cuando Divine Eye (Clarence Maclin) sale a intentar exponer su diálogo de Hamlet y sus propios compañeros lo sacan del bloqueo actoral. Aquí te impacta, desde el compañerismo entre ellos, hasta la capacidad de un ser humano para incorporar su propia vida a un personaje, que termina por hacer públicamente una expiación propia del actor a través de los ojos de ese personaje, mejorando su propia vida.
Por no darle una pátina de perfección (que no tiene) a la película me hubiera gustado que Greg Kwedar hubiera apostado por filmar a la manera tradicional del plano contraplano con cámara fija y no con una cámara al hombro, porque creo que le hubiera dado más realce a los diálogos en las escenas, pero entiendo que el truco, en este caso, permite al espectador no desviarse del argumento de que no estás en una clase normal de teatro, sino dentro de una prisión, con todos los inconvenientes que ello conlleva para los personajes.
Y ahora, lo más sorprendente: cuando llegas a los créditos finales te dan la bofetada con que muchos de los actores se interpretan a sí mismos, porque eran (algunos aún lo son) reos en la institución. Y te enteras que existe una organización que se llama Rehabilitation Through the Arts (RTA), que ha logrado sacar lo mejor del ser humano en condiciones adversas. RTA dice que pretende “liberar el potencial de las personas encarceladas a través del poder transformador de las artes”. Para que luego digan que el arte no cambia el mundo.