Por Roberto Osa
He visto la película Anticristo, de Lars Von Trier, un director peculiar que siempre me ha gustado, pero esta vez me dejó con una desazón indescriptible. Una película inclasificable, intencionada y banalmente transgresora, con una historia melodramática concebida para provocar reacciones emocionales concretas en el espectador pero sin fundamentación con el argumento, y con una ambigüedad de interpretación que no da pie a una reflexión argumentada. No me atrevería a decir que es una mierda por respeto al equipo de filmación, pero las ganas ahí quedan. (Hector García Quintana)
Anoche, mientras dormía, recibí una visita inesperada. Estaba sumido en un profundo sueño cuando, de repente, una mano fría me zarandeó hasta despertarme. Cuál fue mi espanto al descubrir que la mano que me sacudía pertenecía al mismísimo Lars Von Trier.
Salté de la cama como si fuera el propio demonio el que me había privado de mi relajado descanso. Bien es cierto que entre el señor Von Trier y Satán existen algunas similitudes; de hecho hay quien piensa que el bueno de Lars es el diablo hecho hombre.
Yo, que hace unos días tuve la suerte o desgracia de ver Anticristo, su última película, me quedé paralizado ante tan inesperado visitante. Como no sabía qué decir, y me parecía feo echarlo de casa, sutilmente intenté hacerle ver que su presencia no era de mi agrado, y más a esas horas de la noche.
–Lars, macho, esto es allanamiento de morada –le dije yo como si lo conociera de toda la vida.
–Anda, cállate, que no sabes ni lo que es eso. Lo que pasa es que has visto mucho cine americano y las frases hechas te salen solas –me decía el muy moderno–. Vengo a pedirte explicaciones; me ha dicho un pajarito que te vas cachondeando de mi por ahí porque en mi película sale un zorro hablando.
–¿Te lo ha dicho un pajarito? Un pajarito que habla, claro. Como el zorro de tu peli…
El caos reina, el zorro dixit
–Menos cachondeo –decía Lars– a ti lo que te pasa es que no entiendes mi cine, eres demasiado limitado. Estás anclado en las formalidades.
Yo opté por entrar en su juego:
–Muy bien Lars, puede que tengas razón en lo de que soy limitadito, hasta en lo de las formalidades. Y dado mi poco recorrido mental, ¿me puedes explicar lo del clítoris?
–Sal de las formalidades y lo entenderás –me dijo el muy guasón, ante lo cual no tuve otra opción que contestar.
–Mira Lars, te has presentado aquí sin avisar, me despiertas, me pones la cabeza como un bombo… Yo mañana madrugo, las formalidades, ya sabes. ¿Por qué no te vas a barrer el desierto? O mejor, cómprate una calavera y la peinas, que eso no es nada formal. Por cierto, Anticristo me parece una mierda, campeón.
Intenté suavizar mi comentario añadiendo lo de campeón al final, pero el pobre Lars casi se pone a hacer pucheros, así que decidí pedirle disculpas.
–Perdona, hombre. Si te sirve para sentirte mejor, tengo algunos amigos que no viven muy lejos que seguro que te suben el ánimo. Les encanta tu película de principio a fin, incluida la amputación del clítoris y el zorro parlanchín.
–Gracias, hombre. Pero no te preocupes por mí, si en el fondo lo que me gusta es que me den palos. Bueno, me voy a seguir impartiendo justicia en favor de mi peli. Hasta nunca.
Y después de decir esto, el amigo Lars saltó por la ventana. Porque para qué salir por la puerta pudiendo salir por la ventana. Yo me volví a acostar. Esa noche soñé con un zorro que era mudo y llevaba al cuello un pizarrín, como Gabino Diego en Ay, Carmela.
Así que ya sabéis: si os visita el señor Von Trier, os molesta mientras dormís y luego sale por la ventana, por favor, no se lo tengáis en cuenta; es sólo que al muchacho no le gustan las formalidades.
Tomado de: el ojo ajeno, blog de Roberto Osa.