Hace más de 5 años que una compañera de trabajo, historiadora, me aconsejó que leyera Los pilares de la tierra, de Ken Follet. Me lo recomendó porque aquellos que hemos ejercido y estudiado la historia nos sorprenderíamos de la capacidad del autor para historiar con la ficción.
Renuente, pero medio presionado por darle mi opinión que tanto me pedía, me metí en las páginas del libro y fue una experiencia dispar. Al preguntarme le dije: “Será una excelente película, pero como novela deja mucho que desear”.
Hoy, más de 5 años después, me he tomado el tiempo para ver los 8 capítulos de la serie en idioma original –que es como vale la pena verla– y, con escasos detalles, creo que tuve razón entonces.
Los pilares…, de Follet, no es mal libro. Es entretenido, bien contado y con suficiente gancho para mantenernos en vilo durante toda la historia y querer saber más sobre ella.
No olvido que las interrogantes que se abrían en un capítulo no demoraban en resolverse en el siguiente, pero sin dejar de abrir otros que obligaban al lector a pasar la página para conocer el final de toda esta historia de amores, traiciones y luchas por el poder.
Sin embargo, el propio afán de Ken Follet por mantener el interés del lector, hizo que al final, su novela quedara endeble, inverosímil y poco ajustada a la historia.
Los pilares de la tierra es una novela poco histórica y mucho una novela de aventuras, con situaciones inverosímiles donde la casualidad juega un papel determinante en muchos de los conflictos que se presentan. Y no es que la casualidad no sea un argumento en la vida, dado que muchas veces la casualidad nos ha abierto una puerta a proyectos y personas interesantes; pero en la ficción, sea novela, cine, teatro, televisión, la casualidad debe ser manejada con suficiente tacto como para que el consumidor de esa ficción, si es mínimamente exigente, no se sienta estafado.
No es la única estafa para lectores exigentes. Es una novela reiterativa, llena de explicaciones innecesarias y con argumentaciones que molestan el decursar de la historia, porque obliga al lector a detenerse en una parrafada del narrador que nada aporta a la historia que cuenta.
Sin embargo, dada la acogida de la novela por el público, estas reiteraciones y casualidades, pueden ser soportables. Y todavía más en el arte de la imagen en movimiento donde es ciertamente perdonable el uso poco moderado de la casualidad. Quizás por ello la serie Los Pilares de la tierra (The Pillars Of The Earth), termina siendo más creíble como historia que la novela de Follet.
Sergio Mimica-Gezzan, el director –o quizás los propios productores Ridley y Tony Scott– optaron por no ser absolutamente fieles al libro, lo cual ha sido un acierto, y se centraron únicamente en aquellos elementos que afianzan el interés por la obsesión de un hombre con su misión: construir una catedral como nunca antes se había construido.
En definitiva, muchas de las situaciones casuales y poco verosímiles de la novela de Follet se podaron sin piedad, para dejar una serie mucho más creíble, entretenida y aceptable que el original.
A los que les gusten las aventuras con un cierto tono de Historia –poca Historia, la verdad, pero bastante bien ambientada y creíble– les recomiendo esta serie, incluso el libro, de Follet y ya que se meten, que sigan con dos de las mejores novelas históricas que jamás se hayan escrito: Sinuhé, el egipcio, de Mika Waltari y Quo Vadis, de Henryk Sienkiewicz. Ya me lo agradecerán.