Somos unos mentecatos abducidos por la corrección moral. El tema de las palabras o las malas palabras –o el taco, que llamamos en España– siempre me ha llamado la atención como una de las muestras más absurdas de nuestro interés irracional por mantener una moral pacata y retrógrada que, al final y por desgracia, todo lo empitona.
Nos escandalizamos un mundo si alguien usa la palabra polla (léase pinga, aparato, bicho, rabo, tolete, morronga, pito o verga según el país y la zona del uso del español) o coño (léase papaya, chocho, bollo, panocha, concha) pero nada si usa pene o vagina. Ponemos el grito en el cielo si alguien habla de los cojones (o la falta de ellos), pero apenas si decimos media palabra si nos hablan de los testículos.
Por lo tanto, lo que nos escandaliza en realidad no es el significante, es decir, aquello a lo que se refiere la palabra (sea para meter o para recibir lo que nos meten), sino la palabra en sí misma, es decir el significado. ¿No os parece absurdo?
Si ya era absurdo, ahora nos convertimos en esclavos de lo políticamente correcto y si criticamos a un gitano por robar somos racistas; si a un extranjero lo mandamos a casa por lo mismo, xenófobos; si a una mujer por ser profesionalmente incapaz, misóginos; y así hasta el infinito.
Arturo Pérez Reverte ha usado una palabra del español (Mierda) para criticar a un ministro de la socialdemocracia española que es un mierda, pero no por llorar al abandonar su cargo, sino por usar ese cargo, que debería ser –al menos un poquito– objetivo, para defender o, cuando menos, justificar dictaduras, movimientos terroristas o sistemas dudosamente democráticos, y todo sin esconder la chaqueta.
El exministro de Relaciones Exteriores de España, Miguel Ángel Moratinos, es un nostálgico de la Cuba de Castro, partidario de la Venezuela de Hugo Chávez y pretendía ser mediador en el conflicto palestino israelí con una cufiya en la cabeza. Por esto es un mierda y no por llorar al irse de un cargo que siempre le quedó grande.
Lo llamativo es que casi todas las críticas que le llueven al creador del Capitán Alatriste le caen por criticar a un ministro socialista, no a un mal ministro. Al escritor le llaman facha, españolista y otros etcéteras que siempre se usan para machacar a los que no son seguidores de Carlos Marx y Dolores Ibarruri.
El colmo es cuando las etiquetas de esta corrección política se convierten en motivos de tontería pública, como con la gilipollez (léase tontería, mentecatez, simpleza, necedad, sandez, bobada, gansada, majadería) del Alcalde de Valladolid, Javier León de la Riva, miembro del Partido Popular que insinuó algo sexual con los morros (léase labios, que por cierto, ya me gustaría a mí que alguien pensara en mí o en mis morros de esa forma) de una Ministra socialista llamada Leire Pajín (no sé por qué pensó en sus morros con ese apellido, tan jugoso).
Y no olvidemos al actor y director de teatro Pepe Rubianes con su ínclita referencia a España: “A mí, la unidad de España me suda la polla por delante y por detrás, que se metan a España en el puto culo, a ver si les explota dentro y les quedan los huevos colgando del campanario; que vayan a cagar a la puta playa con la puta España, que llevo desde que nací con la puta España, vayan a la mierda ya con el país ese y dejen de tocar los cojones”.
Y tampoco a Pedro Castro, el actual presidente socialista de la Federación Española de Municipios y Provincias que dijo una vez a los votantes que no son de izquierdas “¿Por qué hay tanto tonto de los cojones que todavía vota a la derecha?”. Una frase interesante si no hacemos caso de la cacofonía que la enmierda toda.
Por cierto, Ni Pepe Rubianes pidió disculpas, ni Pedro Castro lo ha hecho todavía. Aparte de dos o tres medios de la derecha, no escuché a nadie poner el grito en el cielo por estos dos hechos. Parece que la corrección política y la moral del medioevo va por barrios.