Nunca entenderé por qué hay ciudadanos, en especial jóvenes (aunque no sólo) que se lanzan a las calles para enfrentarse a la policía mientras rompen vidrieras y queman contenedores de basura.
Es algo que se sale de la norma, que nos obliga a tomar partido aún cuando veamos los excesos de las fuerzas del orden a la hora de pacificar estas manifestaciones.
Sin embargo hay algo en que los grupos antisistema y yo estamos de acuerdo y es en el deseo de que no exista el estado. Me explico:
El estado es un organismo creado por el ser humano para organizar la sociedad. Al principio de su creación como ente moderno, por allá por la Roma anterior a los césares, los ciudadanos (aquellos que no eran esclavos) tenían un poder inmenso para revocar las leyes del estado. Hoy en día el estado es una intromisión excesiva en nuestras vidas, un poder casi omnímodo que nos da y nos quita casi sin que podamos hacer nada o muy poco para evitarlo si lo ha decidido una mayoría virtual.
Es un poder que aceptamos, un mal necesario para evitar ciertos desmanes por manos propias entre los ciudadanos, en especial en la administración de la justicia, pero también en las decisiones financieras y sociales.
La diferencia entre un antisistema y yo es que aquel no acepta ese mal necesario y toma parte activa por eliminarlo, generalmente de manera violenta. Por mi parte entiendo que debe existir el estado, es inevitable ya que hay temas en los que los ciudadanos debemos delegar la organización de la sociedad sin perjuicio de nuestras libertades.
Pero como liberal prefiero limitar su poder todo lo que permita el sentido común, es decir quitarle atribuciones lo más que podamos, en especial desde el punto de vista económico.
Basta ver como los ciudadanos durante estos últimos 30 años (quizás más) le hemos dado unas facultades al estado, que gobierna incluso, aquello en lo que nadie le ha pedido opinión, y sin embargo, los ciudadanos no hacemos nada por evitarlo.
¿Quién le ha pedido al estado que vele por el ecologismo de las hamburguesas, nuestro consumo de tabaco, nuestras conversaciones telefónicas, la obesidad de nuestros hijos y la forma en que gastamos nuestro dinero?
Si quisiéramos que el estado hiciera en realidad aquello para lo cual delegamos en él, sus atribuciones deben ser muy bien aprobadas y limitadas por los que elegimos a sus integrantes. Sabemos que en el mundo actual existen situaciones complicadas donde es difícil no darle atribuciones al estado, aunque algunos creemos que los ciudadanos sí podemos hacerlo mejor que este ente fagocitador de nuestras libertades y nuestro dinero.
Uno de estos temas es el binomio seguridad frente a libertad. Algunos están dispuestos a perder algo de su libertad por tener más seguridad, digamos, a la hora de viajar en avión. Otros no aceptan de ninguna manera que su libertad se vea constreñida por la intromisión del estado, que al final, se toma más atribuciones de las que le damos.
Es un tema polémico, cargado de situaciones de difícil solución y donde es fácil hacer demagogia.
Pero en cualquier caso es importante que existe una sociedad civil fuerte, consciente de sus derechos y dispuesta a enfrentarse de forma legal al estado. Sólo así podemos evitar que un día despertemos con la escalofriante noticia de que durante tres años han estado escuchando nuestras conversaciones sin orden judicial o de que un niño sea retirado a sus padres porque está gordo.