No soy poeta, nunca he escrito poesía. No poseo la necesaria abstracción para dedicarle a un verso. Y algunos que lean esta frase dirán: ¿qué rayos tiene que ver la poesía con la física? ¿Qué manera es esta de empezar un texto sobre ciencia e intelectuales confesando que no se es poeta?
Tiene que ver. Tengo un amigo que es Físico; me refiero a graduado de Física en una universidad, de los que explican fenómenos que nunca entiendo como la Mecánica cuántica o la Asimetría de los bariones. Este amigo es capaz de las más increíbles abstracciones científicas para argumentarme fenómenos que cuando me los comenta me quedo pensando quién rayos le metió esas ideas en la cabeza.
Es un talento de la programación, de los que hacen e inventan programas para que te sea más fácil organizar la base de datos de una biblioteca, crear programas para las más disímiles tareas que puedas imaginar desde un pc y por supuesto montar una página web, como esta desde la que lees este texto.
Pues a la vez es capaz de escribir poesía, de abstraerse de la realidad, montar un verso sobre sobre otro hasta dejar escritos poemarios como Fragmentos del ojo, publicado por la fundación Jorge Guillén.
Pero, ¿realmente es tan raro? ¿Es tan extraño que alguien que está apegado a la ciencia, a la materialidad, al mundo de las células, de los neutrones y protones, que tiene una explicación lógico-científica para casi todo lo que existe pueda abstraerse hasta escribir de las cosas más etéreas e inexplicables?
En una conferencia dictada en 1956, titulada Las dos culturas, el físico y novelista inglés Charles Percy Snow dividió al mundo del pensamiento intelectual en dos bandos enfrentados advirtiendo que Occidente declinaría alguna vez por la absurda separación entre Ciencia y humanidades. Dijo concretamente:
“Los científicos creen que los intelectuales literarios carecen por completo de visión anticipadora, que viven singularmente desentendidos de sus hermanos los hombres, que son en un profundo sentido anti-intelectuales, anhelosos de reducir tanto el arte como el pensamiento al momento existencial.”
“Cuando los no científicos oyen hablar de científicos que no han leído nunca una obra importante de la literatura, sueltan una risita entre burlona y compasiva. Los desestiman como especialistas ignorantes. Una o dos veces me he visto provocado y he preguntado [a los no científicos] cuántos de ellos eran capaces de enunciar el Segundo Principio de la Termodinámica. La respuesta fue glacial; fue también negativa. Y sin embargo lo que les preguntaba es más o menos el equivalente científico de «¿Ha leído usted alguna obra de Shakespeare?”
Creo que durante mucho tiempo fue así. Por algún motivo, aquella tendencia de los grandes científicos de la antigüedad como Aristóteles o Platón, que podían abarcar todas las ramas de la ciencia y ser grandes escritores y humanistas, cayó en desuso. Probablemente haya sido una consecuencia de la Edad Media, donde hubo un medio divorcio inexplicable con el mundo de la antigüedad en cuanto a desarrollo científico e intelectual se refiere; y también producto de la especialización, del hecho de que los pensadores se dedicaron a dominar una materia concreta en lugar de conocer varias.
Esta especialización fue necesaria para el impetuoso desarrollo del mundo en los últimos cien a trescientos años, pero provocó esa absurda división en la que los científicos creían que los intelectuales eran incapaces de la necesaria abstracción para explicar fenómenos de la vida material, y los intelectuales de humanidades que los científicos estaban desautorizados para disfrutar con las metáforas de un poema de Kavafis.
Creo que esto no es un problema actualmente. Seguramente habrá (los hay) científicos que no se han leído El Quijote, como existen intelectuales de humanidades que no saben una línea sobre el origen del hombre. Lo peor no es la falta de conocimiento sino cerrar nuestra voluntad a conocer algo. Es necio quien no quiere saber, no quién no sabe y quiere saber.
Sin embargo, el mundo actual, con la globalización, está haciendo menos visible esa frontera. Hay magníficos científicos que son a su vez, geniales comunicadores, y están escribiendo libros sobre temas tan oscuros para muchos como el funcionamiento del cerebro o la física cuántica, y lo hacen de forma sencilla, pero con solvencia.
Gente como Martin Seligman, Stephen Hawking, Carl Sagan, Stephen Jay Gould han escrito libros científicos que puede leer cualquier neófito en ciencia, pero además algunos llegan a la ficción para dejar textos más o menos interesantes, como la novela Contacto, de Carl Sagan. Hay libros de autoyuda, novelas, poemarios y biografías escritos por científicos -o intelectuales humanistas no científicos- que no son ajenos a muchos fenómenos científicos que están obsesionando al mundo actual. El teorema del loro, de Denis Guedj, es uno de los más llamativos.
Creo sinceramente que la globalización, Internet, las redes sociales y la propia ampliación sin precedentes del conocimiento que estamos viviendo están rompiendo esa tendencia, porque el conocimiento está llegando a más gente y de forma más rápida, a la vez que condiciona al lector pasivo, ese que no sabe de estéticas literarias o científicas y sólo lee por placer.
Lo importante es que tanto unos como otros no pierdan aquella mirada curiosa que ya dejó escrito Walt Whitman en su poema Cuando escuché al docto astrónomo:
Cuando escuché al docto astrónomo,
cuando me presentaron en columnas
las pruebas y guarismos,
cuando me mostraron las tablas y diagramas
para medir, sumar y dividir,
cuando escuché al astrónomo discurrir
con gran aplauso de la sala,
qué pronto me sentí inexplicablemente
hastiado,
hasta que me escabullí de mi asiento y
me fui a caminar solo,
en el húmedo y místico aire nocturno,
mirando de rato en rato,
en silencio perfecto a las estrellas.
Por aquí iban las cosas. Al menos podemos decir que Charles Percy Snow no tuvo la razón, y que ya no nos sentimos hastiados cuando el docto astrónomo presenta sus pruebas y guarismos.