Me pregunta una amiga: ¿Cómo haces para defender que alguien con quien no estás de acuerdo en nada como algunos socialdemócratas o comunistas o fascistas, gente a la que no te une nada como los nacionalistas de cualquier procedencia, no sean objeto de gente que les agrede por las calles? ¿O cómo te sientes mal porque ideas como el socialismo o el fascismo, tan iguales en su esencia totalitaria, no sean objeto de censura por parte del estado mientras no violen las leyes?
Iba a improvisar una respuesta que pareciera inteligente; algo así como: soy un amante de las ideas y no de las imposiciones (incluso imposiciones que estén a favor de las cosas que defiendo), o que viví demasiados años viendo como las manifestaciones –por más que defiendan ideas bonitas e imposibles como el fin por decreto de la pobreza y un sistema más igualitario por la fuerza para todas las personas– terminan por ser impedidas como para, también yo, restringir y limitar las libertades de otros ciudadanos a expresar las ideas que defienden.
Pero lo único que me vino a la cabeza del por qué soy así fue una respuesta de Ernest Hemingway en una entrevista de George Plinton, en la que el gran escritor norteamericano dijo:
“El don más esencial para un buen escritor es tener un Detector de Mierda Incorporado, a prueba de golpes. Ese es el radar de un escritor. Y todos los grandes escritores lo han tenido.”
Evidentemente, por más que trabajo a diario no soy un gran escritor, apenas un obrero que junta palabras de forma más o menos eficaz luego de llevar mucho tiempo ejercitándolo, pero de lo que sí estoy seguro es que tengo ese bendito detector de mierda incorporado (DMI, que lo es también de pepitas de oro) que me salva de muchas distracciones innecesarias en la vida.
A veces, muchas veces, no sé por qué, algo me echa atrás. No tengo explicaciones, no tengo argumentos todavía, sólo una especie de olfato (algunos lo llaman intuición) para detectar excrementos en lo que veo, un DMI que me avisa que hay algo absurdo o que no encaja del todo con lo que me venden.
Es el que me permite distinguir de una ojeada a cubanos, gente como yo, compatriotas de una isla del Caribe azotada por una dictadura, quienes viviendo ahora en una democracia aprueban las agresiones y los tumultos (remedos de actos de repudio a la cubana) contra figuras públicas que no les gustan pero elegidas democráticamente, y jamás levantan (ni levantaron) su voz contra los Castro.
Es cuando leo la sinopsis de una película, o veo su tráiler y, sin disfrutarla todavía, apresuro algunos argumentos, que luego, la mayoría de las veces, se confirman cuando decido ir a verla.
Es cuando una novela me transmite desde las primeras diez páginas una idea que luego apenas me hace disfrutarla porque intuyo el final, porque su estructura es enrevesada y estúpida, porque sus personajes son caricaturas, porque son reiterativas y explicativas hasta el maltrato intelectual. Y sí, termino la novela decepcionado como ya intuí al leer las primeras diez páginas.
Es cuando prefiero mantenerme alejado de algunos trabajos, proyectos o personas a los que muchos se acercarían sin siquiera dudarlo, porque algo en mi interior me está alertando de que hay aviesas intenciones que al final se confirman en otros que no tuvieron el bendito detector para alertarles.
Es el mismo DMI que me hace elogiar, sin saber leer un pentagrama, la calidad estética de una canción con una letra infame; que me eleva a los cielos entre los buenos versos de un mal poema, sin saber de composición ni métrica poética; que me permite adivinar un trazo inteligente en una pintura que me ofende el intelecto; que me permite elogiar las circunstanciales medidas democráticas y de respeto de los derechos humanos (si los hubiera) de quien milita en un partido o una ideología de marcada historia y carácter totalitario; que me permite adivinar los defectos de un gobierno entre las virtudes de su sistema sociopolítico; que me ayuda a mirar qué me une a la gente con la que nada tengo en común, antes que alejarlas por lo que nos separa.
Es verdad que casi siempre el DMI me avisa de la mierda ajena, pero no siempre de la propia, por eso intento mantener alguna objetividad, algún sentido común, algún radar despierto ante las cosas que empiezo o termino. Intento que no me llene la alegría porque reprimen un comunista, un fascista, o un antisistema que respetan las leyes, porque luego pueden ir a por periodistas, escritores, músicos, o quien quiera que piense de forma independiente.
Me alegra si a alguien le gusta lo que hago, pero intento reprimir mi ego cuando me alaban un texto o me alzan a los cielos por un hecho. Me mantengo alerta para que el DMI haga la función de equilibrio, de necesaria mesura intelectual para evitar que mi siguiente texto creativo pase sin el filtro que me alerta. El DMI que separa el oro de la arena, la mentira de la verdad, las buenas intenciones de la mezquindad.
Ahí está mi respuesta: ¿por qué? Por mi bendito Detector de Mierda Incorporado.