Confieso. Probablemente no hayas visto ángeles en el cielo. Seres creados por una imagen adorable de nosotros, en esta tierra donde no existe la posibilidad de crearse una imagen diferente de nosotros, o de Dios. Seres destinados a mostrarnos la belleza de una gota de agua, o la vida que germina cuando abres tu fuerza a los actos que nos hacen más humanos.
Probablemente te rompas las pupilas buscando seres alados que tienen además, piernas, sentimientos, pasiones, pero no sexo, porque quizás la imagen del sexo sólo está permitida a nuestros ojos culpables, sexo atractivo, inevitable, lleno de una gracia que se mezcla con la inmundicia del mundo donde estamos, y ausente de aquel adónde vamos.
Probablemente sientas que te impido un sueño, ese donde los ángeles te salvan de tus inhumanidades, tus malos pasos y temores, y aún peor, que te sumo en las tinieblas de una mala pesadilla. Debes pensar que te hago como a Joey, aquel personaje de Canción de amor (parca traducción de My Own Love Song), negro, y medio soñador que veía ángeles en la luna.
Te dejo, como a Joey, en un profundo temor, sumido en las penumbras de una frase:
“No hay nada allí, Joey. O quizás haya, pero no quiero pensar que existen cosas que no vemos. No es alentador. Es deprimente. Si tú eres el único que los consigues ver, no lo puedes compartir. Y si no lo puedes compartir, ¿qué puedes ganar con eso?”
Y acaso sea deprimente ver ángeles y no poder compartirlos. Acaso puede ser verdad que no precisamos de ángeles, ni de fantasmas, ni de magias; acaso no necesitamos casas abandonadas, puentes derruidos, fantasmas de cabeza en un techo con telarañas.
¿Pero qué hago si veo los ángeles y no puedo compartirlos contigo porque no los ves? ¿Qué hago si en una novela de Salgari descubrí uno con el que fui a Mompracem a luchar junto a Sandokán? ¿De qué manera te convenzo que compartí una película de Kieślowski con uno a mi lado? ¿De dónde saco poder de persuasión para que creas que estuve horas con otro debatiendo un libro de poemas de Kavafis y una novela de Murakami?
Si de Joey –negro, soñador y loco– se ríen porque ve ángeles, ¿cómo no reírse de mí cuando dije que vivía un sueño donde hojas y palabras que inventé volarían sobre la Puerta del Sol? Hasta que volaron.
Te digo que sí he visto ángeles que me han salvado de mis inhumanidades, mis malos pasos y temores. No preguntes dónde se esconden, pero los he visto. Quiero compartir contigo esos ángeles que me sobrevuelan. Quiero decirte que soy igualmente negro, soñador y loco. No hablo con el aire, como Joey, pero hablo conmigo mismo, a través de una hoja en blanco y palabras que volverán a volar sobre la Puerta del Sol, de la luna o del señor Eiffel, que para el caso da igual. Como Joey veo ángeles alados, en un vaso de leche, en un libro de poemas, en un par de zapatos viejos, en una gota de agua, en un charco que se forma en la calle, en un río que murmura, una canción de Bach, el vuelo de una mariposa, y sobre todo, y especialmente, en la luna.
Así que te confieso. Probablemente no haya ángeles en el cielo. Y acaso es verdad que no precisas ángeles, ni fantasmas ni de magia. Pero, ¿qué hago si los veo? Yo sí veo ángeles en la luna. Quizás compartir es lo que importa. Vamos a compartir la luna. Allí veo seres alados, que con suerte, haré que los veas conmigo.