Elogio de la sencillez

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ricard-defensa-felicidadEs difícil explicar los entresijos de la creación. ¿Por qué escribo sobre una cosa y no otra? ¿Por qué a veces no me conmueve en absoluto una historia extraordinaria que me cuenta alguien y luego me arranca el alma un hecho intrascendente como la mirada entre dos personas? Jamás lo sabré. La vida tiene esas interrogantes de difícil respuesta que nos hace diferentes entre los seres humanos en la medida en que nos acercamos o alejamos de ellas.

Alguien a quien conocí casualmente, porque coincidimos en un sitio donde yo jamás debí haber estado, y al que fui por curiosidad, se entera de que escribo. Entra en este sitio y lee algo, vuelve a leer, y sigue entusiasmada leyendo para luego enviarme un mail diciendo que escribo para ella, que mi forma de escribir le entra por el cuerpo, la sacude y no la libera, que luego se ve en las calles, en el metro, en un parque pensando en mis reflexiones sobre la vida y el mundo, tal y como lo veo. Y me propone un tema: hablar de las cosas simples, y me recomienda el tema de mismo nombre de “la negra”, Mercedes Sosa.

Sin saber qué decir le agradecí su sinceridad: los elogios me desconciertan; me gustan (para qué negar lo que es evidente) pero me dejan una sensación extraña porque, ¿cómo se le dice a alguien que no eres lo grande que te cree? Luego no se sabe cómo resarcir a quien agradece, nos pone en la tesitura de estar a la altura en que nos colocan cuando en realidad mi única función útil (si es que algo útil tiene manchar folios con palabras) es decir lo que pienso y darle un orden escrito.

Antes, al escribir, me preocupaba por infinitas cuestiones técnicas, que el texto estuviera a la altura intelectual de aquellos con los que me codeaba, gente con mucho –o algo– de talento y una vasta cultura, exigentes con lo que se dice y de la forma en la que se dice, y que cuanto más elaborado y técnico fuera el texto, más elogios y premios obtendría. Ahora me da igual.

Me da igual si lo que escribo gusta o disgusta, me da exactamente igual si alguien o un grupo que se siente elegido por Dios para juzgar lo que los demás deciden sobre su vida, se siente bien o mal por mi forma de ordenar los textos, por los temas que escojo, por mi forma de orientar mi profesión, si alguien cree que he dejado de ser escritor para ser un gilipollas integral.

Escribo como me da la gana, como me dicta el alma, como me sangran las heridas, como me duelen las tripas. Si eso gusta: ¡genial!, y si disgusta, casi que también: ¡genial! Si alguien tiene tiempo para leerme y luego decir que soy el peor imbécil conocido, he logrado un lector más, y seguramente alguno más que se sienta atraído por él.

Durante mucho tiempo escuché el tema de “la negra” como me propuso esta conocida. Me fascina, me deja sin palabras, yo mismo he dejado constancia antes en algún texto de pequeñas cosas que a nadie importan y que a mí me han arrancado reflexiones. La canción de las simples cosas tiene una de esas letras que te recuerdan que por mucho que alto vueles, las cosas más sencillas son las que te dejan llegar al corazón de aquellos a los que no conoces, las que te dejan entrar en la intimidad del alma, de quien te abre una puerta a la que no tienes derecho.

Y sin embargo nada me hacía tomar el sendero de reflexionar sobre ello. ¿Por qué? No lo sabía, y creo que ahora puedo descifrarlo. Hablar de simplicidad me dejaba sin argumentos, porque el idioma español, aquel que alguien identificaba para hablar con Dios, tiene esta maravillosa y desconcertante arma de lo impredecible, la inmensa fuente del juego con las palabras que permite una amplitud de registros que me falta en otras lenguas.

Simplicidad y sencillez son, de alguna manera, sinónimos, y sin embargo, no son al final lo mismo. Porque se puede ser sencillo y no ser simple, por más que la simplicidad traiga –no siempre, es verdad– la sencillez.

Dice el genial Matthieu Ricard en su obra En defensa de la felicidad:

“Tener una mente sencilla no es ser simple. Al contrario, la sencillez de la mente va acompañada de lucidez. Como el agua clara que permite ver el fondo del lago, la sencillez permite ver la naturaleza de la mente detrás del velo de los pensamientos errabundos.”

Esta es la idea que ha movido muchas de las mentes más influyentes de la historia del mundo. Incluso las mentes viles, aquellas que han intentado cambiar para mal, han tenido la sencillez como arma. Por suerte, son más importantes aquellos que han llegado a utilizarla para cosas sensibles.

A ti que lees: ¡bienvenido a la sencillez de la palabra! Bienvenido a la capacidad de ordenar lo dicho o lo escrito con palabras directas, sin circunloquios ni oropeles, pero tratando de decir cosas que lleguen a los más hondo de tu ser y del mío. Nadie me lo va a impedir.

Escucha a “la negra”, lo dice mejor que yo.

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