Amar sin remedio

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blankTanto se ha escrito, y tantas veces de forma directa y certera, que a veces podemos tener una afirmación y su contraria como la única verdad sobre el amor; e incluso convencernos en primera instancia cuando la leemos o escuchamos.

“Amor cuerdo no es amorâ€, decía José Martí en sus Versos Sencillos. Leemos y pensamos que en verdad cuando se ama, algo de loco tiene saltar algunas barreras morales y éticas que hasta entonces no nos atrevíamos. He conocido personas que reniegan del amor a los que luego he visto haciendo el ridículo por obtener la aprobación de una pareja.

Pero luego viene un psicólogo serio y nos dice que “el alma gemela es un invento de los astrólogosâ€, lo que nos recuerda que amar con locura es de desequilibrados, no de personas normales, porque en verdad, es de desequilibrados querer morir por causas ajenas.

Y es que el amor es un sentimiento que asume, como tantas emociones y estados de ánimo humanos, la subjetividad como única verdad. Hay en él implicados muchos aspectos propios que difieren de una persona a otra como si fueran contrarios, la educación, las barreras morales, los gustos, los límites personales, incluso la química o la física, y sobre todo, en especial: el sexo.

¿Y cómo, entonces, podemos tener certezas sobre el amor si lo que para mí es vital y único puede ser la muerte para otro parecido? Pues no las hay. No existen verdades universales que sirvan para el amor. Y por si fuera poco la ciencia no tiene claro para qué sirve esta cosa de necesitar pareja más allá de la reproducción. Es decir, la reproducción, perpetuar la especie, como demuestran no pocas especies –el hombre y el resto de los mamíferos no estamos en esta categoría (quizás debiera decir, por suerte)–, se puede realizar sin necesidad de tener dos ejemplares de parejas diferentes; es la llamada partenogénesis. ¿Entonces para qué rayos, además de la reproducción, nos han dado esta fatigosa necesidad de exploración del otro para encontrar pareja?

La búsqueda de pareja es agotadora. Requiere energías extra, rituales de apareamiento, aquiescencia del otro, esfuerzo físico, y si fuera poco, el extraño proceso de fecundación que, incluso los científicos más sensatos consideran casi un milagro, por el especial entorno que se dar para llegar a ello.

Sin embargo, hay una explicación bastante lógica e interesante para esto. Si bien es verdad que el amor (y por extensión, el sexo) no es la forma más eficaz de perpetuar la especie, si parece la forma más inteligente de obligarnos como especie a la supervivencia.

Una duda que se estableció entre un grupo de científicos sobre el ser humano ha dado una respuesta increíble sobre nuestro pasado.

Escenario: el Homo Sapiens (es decir nosotros) convivió en tiempo y espacio geográfico junto al Homo Neanderthalensis, una de las especies de las que antes se creía que descendíamos.

Circunstancia: El hombre de Neandertal estaba mejor preparado como especie para sobrevivir en el encontronazo; más alto, más fuerte, más capacidad cerebral, incluso más inteligente.

Pregunta lógica: ¿Por qué sobrevivimos nosotros y no este dechado de virtudes físicas?

Respuesta posible y más aceptada: Porque el Neardental era un ser más gregario e individualista. Se reunía en pequeños grupos contrariamente al Sapiens, que tenía un carácter social y se reproducía más rápido al ser una especie más cooperativa.

Para la mayoría de los investigadores de cualquier rama científica que estudian la evolución, el hecho de requerir al otro de la especie (la necesidad de abrazar en la crudeza del invierno, la eventualidad de quitarnos algo de nosotros mismos para dejárselo al que lo necesita) ha sido el rasgo diferenciador más importante del ser humano a lo largo de la historia y lo que nos ha permitido estar en lo alto de la cadena alimenticia.

Existen otras razones de peso que refuerzan esta tendencia de buscarnos como posesos. El intercambio de genes que se produce entre organismos de sexos diferentes produce seres más capaces de sobrevivir ante cambios ambientales o geográficos bruscos.

Por eso no pude dejar de reflexionar sobre esto cuando disfruté de un capítulo de Californication, quizás una de las series más extravagantes de la televisión. El personaje de un rockero venido a menos, sumido en la desesperación porque su esposa lo ha abandonado, le lanza una pregunta a Hank Moody, el escritor protagonista de la serie:

–¿Cómo lo haces, Hank?
–¿Cómo hago qué?
–La mujer que amas está ahí afuera y sabes que no puedes tenerla. ¿Cómo es que apenas te levantas en la mañana?

Con sentido del humor, Hank responde:

–El alcohol siempre ayuda–pero enseguida añade–.ÂY también el arte. Todo lo que escribo es para ella, o sobre ella. Sí que estoy con ella -aún cuando no lo estoy- en lo que escribo.

Quizás sea eso. Si fuese cierto, somos lo que somos por ser, sobre todo seres sociales. Nos necesitamos uno a otro, hasta a nivel molecular, nos guste o nos incomode. No merece la pena morir por otro, volverse loco, perder toda sensatez, pero necesitamos amar; sensatamente, con paciencia, sin sobresaltos, pero amar.

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