Existen muchos libros y películas que nos hablan del futuro humano basado en la homogeneidad. Una igualdad, tan paralela y sin singularidades, que termina siendo asfixiante. Quizás el ejemplo recurrente es Matrix, con un futuro gobernado por máquinas que nos crean una realidad virtual inexistente, pero los irreductibles como yo preferimos hablar de Un mundo feliz, de Aldous Huxley y 1984, de Orwell.
En ambas novelas reina la dictadura del poder degenerado, de la sociedad que se ha dejado llevar a la represión de la individualidad; una, por ocultar o tergiversar la información creando una realidad paralela conveniente; la otra, por darnos tanta diversión que dejamos de preocuparnos por las cosas importantes.
Como futurismo es eso, ciencia ficción, proyectos fantásticos de anticipación, argumento imaginativo, mentira ficcional, historias inventadas para solazarnos o preocuparnos por nosotros como individuos, y escasa realidad. ¿Pero es verdad que no tienen nada de real? Cada día empiezo a preocuparme más de si nos estamos derivando poco a poco a ese opresivo futuro homogéneo de las obras de ciencia ficción.
Leo que, en Montreal, un Instituto científico con el doctor Alain Brunet al frente, ha encontrado una píldora que borra recuerdos desagradables de las últimas 24 horas de un individuo.[1] La primera impresión es de sorpresa neutral: ¿se puede manosear el cerebro hasta ese punto?
Luego de una lectura detallada alcanzo a comprender que esta píldora funciona como un editor de los recuerdos, separando con betabloqueadores los recuerdos negativos y los positivos, y pretende ser utilizada en “Víctimas de violaciones, guerras, terremotos, atentados, ataques violentos, o los que sufren la pérdida de un hijo…”
Todas mis alarmas interiores, los botoncillos rojos que me advierten del peligro y otros riesgos medioambientales se activan en un segundo.
¿Es conveniente borrar los recuerdos desagradables de las últimas 24 horas de una persona? Y suponiendo que lleguen más lejos, ¿lo sería de hace 20 años?
Para nadie es duda la fuerza del pensamiento único o cuando menos, de la dictadura de lo políticamente correcto. Cada día estremece (quizás sólo a mí y otros cuatro) ver cómo la moda de lo pasajero reina en los medios de comunicación.
Mario Vargas Llosa define la actualidad en La civilización del espectáculo:
¿Qué quiere decir civilización del espectáculo? La de un mundo donde el primer lugar en la tabla de valores vigente lo ocupa el entretenimiento, y donde divertirse, escapar del aburrimiento, es la pasión universal. Este ideal de vida es perfectamente legítimo, sin duda. Sólo un puritano fanático podría reprochar a los miembros de una sociedad que quieran dar solaz, esparcimiento, humor y diversión a unas vidas encuadradas por lo general en rutinas deprimentes y a veces embrutecedoras. Pero convertir esa natural propensión a pasarlo bien en un valor supremo tiene consecuencias inesperadas: la banalización de la cultura, la generalización de la frivolidad y, en el campo de la información, que prolifere el periodismo irresponsable de la chismografía y el escándalo.[2]
Y sí, algunos creemos que la excesiva información con una deprimente ausencia de criterio de quien la consume terminará por hacernos menos selectivos, menos críticos y por tanto más dóciles.
No creo en “poderes fácticos ocultos tras la política”, y además hay suficientes elementos que lo demuestran, pero cada día hay más personas, y no precisamente poco inteligentes, que muchas de las tragedias que vivimos son experimentos sociales concebidos por esos poderes fácticos para llevarnos a una sociedad concreta. No hay que ir muy lejos para comprender que eso es un cuento chino que, si nos lo creemos, terminaremos por hacer lo que criticamos: cruzarnos de brazos.
Creo, como buen liberal, en el individuo. Creo en la capacidad asombrosa del ser humano para auto regenerarse, encontrar de nuevo el camino cuando se desvía como ya hizo con el fascismo y el comunismo, o antes con miles de otros errores garrafales a los que luego nos hemos repuesto como especie, y lo seguiremos haciendo.
Por algún motivo –que unos ponen en manos del poder que Dios nos dio para decidir y otros en nuestro talento para el aprendizaje– el ser humano es capaz de equivocarse y volver a empezar hasta terminar por hacerlo bien. La historia lo demuestra y por eso me aferro a ella. ¿Por qué? Porque somos así, porque lo tenemos en los genes y eso lo trasladamos a lo que más certeza nos puede ofrecer: la ciencia. Y ni a algo tan obvio, cierto y con bases sólidas, como la ciencia, se aferran muchos conspiranoicos.
En su libro La vacuna contra la insensatez, José Antonio Marina nos recuerda la ignorancia de muchos de los que se amparan en bases ignotas para negar porqué la ciencia es la fuente más fiable de nuestro conocimiento. Dice Marina:
Mucha gente no conoce el sistema de garantía científico. Piensa que los científicos pueden mentir con impunidad, no saben que los resultados científicos están sometidos a constante escrutinio. En la actualidad, los descubrimientos se publican en revistas prestigiosas o se presentan en congresos. En ambos casos, son sometidos a la revisión de otros científicos, de sus pares, y esta revisión no termina con la publicación, sino que continúa. Y muchas veces el autor o la revista deben retractarse al haberse comprobado alguna irregularidad. En el portal Retractation Watch puede ver muchas de esas retractaciones.
El dominio científico ha afinado durante siglos su capacidad de detectar errores y su fiabilidad. Eso constituye un peligro para los manipuladores, que no quisieran verse sometidos a crítica.[3]
Creo en nuestra responsabilidad personal, en que somos nosotros los que podemos convertir en más vendido un libro sobre ciencia o una buena novela antes que la biografía –escrita por otros– de un famoso sin profesión conocida u otro que sí la tiene acreditada, aunque con escaso talento para ejercerla.
Me dejan descolocado estas ideas de un mundo uniforme y sin dolor, pero nadie nos lo impone, somos nosotros los que escogemos el entretenimiento fácil y superficial antes que la cultura perspicaz y reflexiva. Somos nosotros los que escogemos lidiar con nuestros recuerdos u olvidarlos con una píldora que sustituye el electroshock, que incluso podría ser peor.
Somos una suma de nuestros recuerdos, los buenos y los malos. Siempre me he negado a esconder información negativa a los niños (son capaces de procesarla mejor que nosotros) porque, si lo hacemos, les pintamos un mundo que no existe y le falseamos la realidad. ¿Cómo podría yo aprobar que a un ser humano se le niegue algo que lo hace crecer psicológicamente? El cerebro, según no pocos estudios científicos, viene de serie diseñado para “edulcorarnos” las experiencias traumáticas y potenciar las agradables. Incluso con sus defectos –que son infinitos, según Eduardo Punset– lo hace bastante bien. Estamos genéticamente preparados para seguir adelante cuando todo nos va mal, ¿por qué cambiar eso, por qué negarnos a ser individuos que se sobreponen a las adversidades y siguen a pesar de todo?
Las crisis –se ha dicho tantas veces que es ya es lugar común– son momentos de cambio, son situaciones en las que aprender del dolor y volver a empezar. Para eso estamos biológicamente preparados. No hay necesidad de violentarlo. Ya somos una especie agraciada con la capacidad para la abstracción y la conciencia, aprovechemos esa perfección.
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[1] https://www.bbc.com/mundo/noticias-51489740
[2] Vargas Llosa, Mario. La civilización del espectáculo. Alfaguara, 2012. P. 33-34
[3] Marina, José Antonio, et al. La Vacuna Contra La Insensatez: Tratado Tratado de Inmunología Mental. Ariel, 2025.