Recientemente, por motivos que aún no debo explicar, estuve leyendo en idioma original el cuento de John Cheever, titulado Reunión, publicado por primera vez en 1962 en la revista The New Yorker.
Como indica el título se basa en un encuentro, una cita con características peculiares de dos personajes muy concretos:
La última vez que vi a mi padre fue en la estación Grand Central. Yo venía de estar con mi abuela en los montes Adirondacks, y me dirigía a una casita de campo que mi madre había alquilado en el cabo; escribí a mi padre diciéndole que pasaría hora y media en Nueva York debido al cambio de trenes, y preguntándole si podíamos comer juntos.
Desde Cronología viviente, de Chejov, hasta la versión de Reunión del mismo título, escrita por Richard Ford (muy influenciado por la historia original de Cheever), varios textos de la literatura se fundamentan en la idea de un encuentro que puede conllevar consecuencias inesperadas para los personajes involucrados; y como en ella, es más importante lo que no se dice que lo que está escrito.
Lo fundamental en Cheever está en la economía de recursos. Un texto increíblemente corto, que no tiene antecedentes ni moralejas. Como el gran cuentista ruso, Cheever agarra un trozo de la historia y nos la presenta tal y como ocurre ante nuestros ojos, con escasos detalles previos al encuentro, sin presentar de forma explícita a los personajes, tampoco nos revela sus destinos luego de la reunión.
Tampoco hace falta, la ilusión de este hijo por pasar un día agradable con su padre, cuya vida ha estado, quizás, marcada por la ausencia de la figura masculina, y al que verá nuevamente, nos introduce en una historia donde nada es explícito. ¿Por qué no ve a su padre? ¿Qué circunstancias han provocado el alejamiento? ¿Por qué el joven quiere volver a verlo? ¿Cómo terminará este encuentro que debe ser tan impactante para ambos?
…me sentí feliz de volver a verlo. Me dio una fuerte palmada en la espalda y me estrechó la mano.
A partir de aquí los escenarios y los personajes que interactúan con padre e hijo pasan ante nosotros dejándonos la misma sensación de cercanía o rechazo, según las circunstancias que acontecen.
El cuento es uno de los géneros más difíciles. Me refiero a este tipo de cuento, para adultos, donde el autor no se permite moralejas, largas presentaciones ni emociones dilatadas; porque todo lo que no lleve a un golpe final, al impacto emocional que nos deja, es puro oropel que afecta ese golpe entre neuronal y emotivo.
Cheever se demuestra aquí como un gran presentador del carácter humano, con sus contradicciones, sus necesidades de reconocimiento e incapacidades para aceptar la realidad como es y no como queremos que sea. Sin dudas otro de tantos narradores de los Estados Unidos de Norteamérica ya integrado a la inmensa lista de buenos escritores que ha dejado esa nación a la historia de la literatura.