«El abuelo es un árbol, he pensado. Y ahora es el sauce llorón herido por el rayo. Y cuando no quede de él ni el tocón me mancharé los dedos de tiza verde para dibujarlo.» (Tina Vallès. La memoria del árbol)
Quería escribir sobre Rafa, pero me puse a hablar con un amigo sobre la bondad.
Una virtud extraña, muchos la buscamos, y si bien nos intentamos acercar, no podemos ser considerados como seres bondadosos. Es curioso, decimos que alguien es bueno, pero no pensamos realmente por qué pensamos que lo es.
Reflexionemos juntos: ¿cuántas personas malas conoces personalmente? Yo, desde luego, muy pocos, o quizás nadie. Si miro la Historia podríamos hacer juntos un listado amplio de gente desagradable, pero en mi medio siglo de camino por la vida no creo haberme encontrado alguien malvado.
Yo quería escribir sobre Rafa; y seguía hablando de bondad y maldad con mi amigo.
¿Por qué hay personas que nos parecen bondadosas hasta el punto de llamarnos la atención? Quizás porque la lógica de un ser humano no es ser bueno, es ser “humano”. Decimos humano y tenemos que incluir en ese término tanto lo bueno como lo menos bueno de alguien.
Por muy bondadoso que sea, un ser humano tiene rasgos no tan virtuosos que son considerados razonables. Dicen los neurocientíficos que fijarse en lo negativo es un mecanismo natural para estar alertas a los peligros que nos rodean. Entendamos aquí tener algo de picardía, alguna suspicacia, abrigar algo de ambición, de individualismo y otra decena de rasgos que, en función del uso que hagamos de ellos, puede ser algo positivo para la sobrevivencia, o pueden llegar a ser defectos insoportables para el resto de la especie.
Pero hay personas que solo por existir, desde que nos miran la primera vez y nos dicen cuatro palabras, sabemos que no abrigan en su alma más que bondad.
Quería escribir sobre Rafa y seguía concentrado en lo que me decían sobre la bondad.
Cuánto más pienso en el tiempo que he compartido con gente como él, más me convenzo de que era una persona buena. Dice mi amigo, que también lo conoció, que no es bondad, que lo de Rafa era un corazón manso; porque el ser manso es incapaz de pensar o ejercer la más mínima maldad, la suspicacia, el pensar deficientemente de terceros.
No entendí del todo la mansedumbre del corazón. Lo entendía como la existencia de docilidad, pero al parecer hay algo más en los evangelios que explica esta idea que se me escapa, aunque creo, por lo poco que entiendo de ella, que encaja con alguien que conocí que era incapaz de negar ayuda, aunque no viera ganancia alguna en extender la mano.
Quería escribir sobre Rafa, pero mientras más intento escribir sobre él me sale escribir sobre otras cosas.
Porque el nudo mental creado con su partida no se ha ido, porque piensas que lo verás aparecer en situaciones donde era natural verlo aparecer, pero no va a hacerlo y porque todo lo que de él recibiste y de él aprendiste queda un recuerdo difícil de superar.
Dice mi amigo: “lo que nos queda es pensar que hemos tenido la suerte de haber coincidido en un mismo espacio y tiempo con alguien como él”. Quizá, pero yo quería escribir sobre Rafa, pero no puedo.
Leyendo por aqui tus cosas. Y pensando en la muerte, no en la propia, que al final creo que uno se muere y ya está, sino en la de los otros, la que duelen de verdad. Ya sabes, abrazos, y para la gente de allá abajo, también.