Mi ideología, mis reglas, mi mundo

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Escuchaba una tertulia sobre los contactos entre la Literatura y la Historia, y me desconcertó el uso de la ideología tan partidista de alguno de los participantes. No es que haya nada inusual, en verdad; intolerantes para explicar el mundo desde un conato mínimo de raciocinio existen en todas las tendencias políticas y sociales: desde un ultraderechista que llama enfermos a los no heterosexuales hasta una izquierdista que aboga por sodomizar a todos los hombres para acabar con la sociedad patriarcal. Vamos, extremismos que serían castigados por gente racional, pero nada que no sea evidente en la actualidad, tan polarizada a través de las redes sociales y al ascenso de ideologías extremas.

Lo que me preocupa, aunque tampoco es nuevo, es el embotamiento del conocimiento y, por tanto, de la inteligencia por parte de los que explican el mundo únicamente desde su propia ideología. ¿Es que existe una forma diferente de hacerlo?, me podrías preguntar. Pues no lo sé, quizás no, pero es desconcertante cuando se usan eslóganes, en lugar de argumentos, para explicar el entorno, esto es, acomodar la realidad a mis ideas y no mis ideas a la realidad.

En la tertulia que escuchaba se dijeron lindezas como que la novela actual española que triunfaba en las librerías era portadora de un mensaje neofascista, y que potenciaba una españolidad falsa que no existió en la historia y que una serie como El ministerio del tiempo aportaba un mensaje falso y conservador por la idea de no cambiar la Historia, de conservar lo existente en lugar de cambiarlo.

Este último criterio es tan fácilmente desmontable, que me sorprende su ingenuidad. El Ministerio del tiempo es, primero una serie, no ya de ficción, sino de ¡ciencia ficción! cuyo argumento fundamental es evitar la llamada paradoja temporal, que además de ser explicable desde una lógica racional y no desde la ideología, es una reflexión filosófica más que científica y que no existe porque, hasta donde se sabe, no existen los viajes en el tiempo.

Lo que me desconcertó del todo fue el lunático argumento de la existencia de una novela neofascista para explicar la Historia de España. Esto me recordó a una locutora de un programa de radio sobre literatura preguntando si una novela que le enseñaban, era progresista o conservadora. Sí, no niego la existencia de una novela ideológica, quizás neofascista, como otra ultracomunista y una tercera neocatólica y un largo etcétera hasta no parar. No merece la pena ni siquiera detenerse a explicarlo.

El problema viene cuando el que se alarma por la existencia de un tipo de ideología extrema no se alarma por la exaltación de la doctrina contraria y sobre todo que todo su ideario social, personal, cultural, lo explique desde su propia doctrina extrema. Estos son los que entienden la verdad según su coto cerrado y no como es en realidad, porque acomodan la lógica racional según su ideología, sus reglas, su mundo.

Para empezar, la Historia es una ciencia con unas características concretas donde la objetividad se intenta buscar desde una fidelidad a los hechos y fuentes históricas con el fin de aportar una explicación al pasado. La Ficción, incluso la histórica, no es Historia, es un mundo imaginariamente creado desde la mente de un autor de ficción, con el fin de entretener, emocionar y hacer reflexionar al consumidor sobre aspectos humanos generales. Nada qué comparar.

Sí, existen ideologías en las novelas y en los libros de Historia, pero la alarma que podríamos tener por la existencia de ideologías en ambos se compensa porque hay lectores de todo tipo, los que consumen y creen sólo a sus escritores e historiadores particulares y los que, como yo, consumen todo tipo de idearios y explicaciones, vengan de donde vengan, pero no nos creemos a ninguno; y aún más, potenciamos y abogamos por una Historia y una Literatura que no pretendan sólo lo ideológico.

Es legítimo preguntarse si existe progresismo o conservadurismo en las novelas de Pérez Galdós, Vargas Llosa, Víctor Hugo o Pérez Reverte, pero la respuesta es tan amplia que puede ser: sí, claro; por supuesto que no; lo contrario; lo mismo; lo equivalente y lo divergente; es decir, ninguna respuesta es verdadera o todas lo son. Lo que no reviste racionalidad alguna es pretender ilustrarse en Historia desde una novela, una, película o una serie, incluso de corte histórico, por muy aferrada que esté a los hechos históricos.

Buscar una explicación científica o histórica en la literatura o el cine es tan inútil como racionalizar el derecho de pernada en la Edad media para un feminista o el concepto de la ausencia del mal para un ultraconservador. La ficción, literaria o cinematográfica, no existe para explicar objetivamente la Historia sino para revelar emocionalmente la realidad desde otro punto de vista. Quien crea que la literatura o el cine existen para que le expliquen la Historia está leyendo mal o mirando al sitio equivocado.

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