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Los que amamos la lectura nos emocionamos fácilmente con algún libro que nos conmueve. Hemos llorado y reído con personajes, pasajes, escenas, muertes, epifanías, etc… Sin embargo, existen muy pocos libros que tengan la capacidad de enajenarnos del mundo que nos rodea.
Hablamos del libro que, cuando levantas vista de la página, respiras aliviado porque has salido de un mundo donde tu alma estaba en peligro o, por el contrario, pataleas molesto porque te ha sacado de la historia que estabas leyendo y preferirías seguir viviendo en el argumento de ese libro.
Lo interesante es que cada lector tiene sus libros que lo arrebatan del entorno. En mi caso, uno de los dos que más recuerdo, fue Don Quijote de la Mancha, con el que reía en el pasaje de los leones; y reía de forma incontrolable, hasta las lágrimas, mientras iba rodeado de gente que no entendía qué pasaba al comemierda ese que está sentado con un libro entre las piernas.
El otro libro con el que recuerdo que necesitaba parar y anclarme a la realidad para coger fuerzas y volver a su lectura fue la novela The Hound of the Baskervilles, en español traducido como El sabueso de los Baskerville, o también El perro de los Baskerville, o El mastín de los Baskerville. Se trata de la tercera historia publicada, y una de las mejores aventuras de Sherlock Holmes, escritas por Arthur Connan Doyle.
Como en otros textos trataré de evitar los datos que encuentras fácilmente en la Wikipedia, pero sí quiero apuntar aquellos que condicionaron el nacimiento, la escritura y estructura narrativa de las historias de Sherlock Holmes.
Arthur Conan Doyle se dedicó a la escritura por suerte; y en su caso no es una boutade. Estudió medicina en la universidad de Edimburgo y empezó a ejercer en Southsea, una zona residencial en el sur de Inglaterra donde tenía una clientela escasa. El joven médico, para matar el tiempo, leí una y otra vez todo tipo de historias y, de paso, no se le ocurrió otra idea, que ponerse a escribir ficción.
Sus primeras historias ya las había escrito en sus años universitarios, pero fue en 1887, mientras ya ejercía, que publicó su relato Estudio en escarlatay que, como suele pasar con la mayoría de los primeros textos literarios de grandes autores que hoy son clásicos, pasó sin penas ni glorias.
Pero ya había algo en esa primera historia que marcaría el resto de la obra posterior de Conan Doyle. Usando los métodos deductivos de un profesor que conoció en Edimburgo llamado Joseph Bell, de quien el propio Conan Doyle fue ayudante, creó al peculiar personaje que hoy conocemos como el detective Sherlock Holmes y, de paso, le proporcionó un inseparable amigo llamado John Watson y del que hablaremos algo importante más adelante.
Sobre esto es interesante decir en un aparte que algunos buscan el origen de Sherlock Holmes en otros detectives previos como el Auguste Dupin de Allan Poe; y es muy difícil quitarse de la cabeza, cuando lees a Dupin, que esto no pueda ser cierto, pero para despejar algunas dudas, Conan Doyle escribió a su profesor en 1892:
…no cabe duda de que es a usted a quien debo Sherlock Holmes y, aunque en las narraciones puedo ubicar al detective en toda suerte de situaciones dramáticas, no creo que su trabajo analítico supere alguno de los resultados que le he visto obtener a usted en la consulta. A partir de la práctica fundamental de la deducción, inferencia y observación, que usted nos inculcó, he intentado crear un individuo que lleve los asuntos hasta las últimas consecuencias…[2]
Así que, probablemente, los dos hechos son ciertos. Una mezcla del Dupin de Poe y su profesor Bell de Edimburgo crearon en la mente de Conan Doyle al personaje de sus novelas.
Regresando a ese primer relato al que casi nadie prestó atención, sí llegó a la persona adecuada el editor norteamericano Joseph M. Stoddart, que le pidió una novela sobre ese detective esquivo y sin filtros, pero genial. A partir de la publicación de El signo de los cuatro la vida cambió para Conan Doyle, los lectores de finales del siglo XIX y la literatura universal.
¿Qué decir de Sherlock Holmes que ya no sepas? Inteligente, culto, genial, con una capacidad deductiva fuera de la norma, pero igual de huraño y extravagante; un detective capaz de detectar con original perspicacia, conocimientos casi enciclopédicos y dotes deductivas que no existen casi en ningún humano, que eres un fumador arrepentido porque detecta un cambio de color en tus cejas por el humo del cigarrillo, marcas amarillas entre tus dedos índice y corazón, o el aroma del caramelo que has usado para enmascarar el olor.
¿Por qué merece la pena leer cualquiera de las novelas y los relatos de este detective? Yo recomiendo El sabueso de los Baskerville, el libro que a mí me sacaba del mundo, me obligaba a mirar a mi alrededor por si no veía a aparecer un monstruo brillante de ojos inyectados y que me hacía evitar cuanto callejón, pasaje o tramo de calle sin luz existiera en mi ciudad.
Pero en realidad, las virtudes que Arthur Conan Doyle, transmitió a Sherlock Holmes, y que hoy en día obligan a quien se adentra en sus páginas a dejar de hacer cosas de la vida cotidiana para seguir leyendo, son comunes a todas las historias del hosco y maravilloso detective.
Siguiendo las deducciones de Holmes uno aprende decenas de temas que van desde la medicina (claro, como si no) pero pasan por la ciencia, la religión, la historia, la psicología y mucho más.
Pero es que Conan Doyle fue más allá, y es un creador de atmósferas increíbles. Quien empieza a escribir, debería conocer de primera mano los trucos de la narración para transmitir tensión, miedo, incertidumbre, horror, a través acortar o alargar el tiempo jugando con la extensión de las oraciones, de hacernos poner en tela de juicio lo que está viendo un personaje con sus propias dudas expresadas, y otros elementos técnicos que están muy bien utilizados en las historias de Holmes.
Ahora bien, entre tantas virtudes que tienen las historias de Sherlock Holmes quiero detenerme, al menos un poco, en lo que considero es uno de los hallazgos más geniales de la historia de la literatura: me refiero al esplendor del personaje secundario.
No pocas veces los que comienzan a escribir ficción utilizan los personajes secundarios como marionetas que entran y salen en función de la importancia que estos tengan para el protagonista y no se les presta demasiada atención. Y esto es un error muy usual. Los personajes secundarios, aun cuando, no son los que más interactúan con el lector, también deben tener una especial atención. Y mucho más como en este caso concibió Arthur Conan Doyle.
John Watson no es sólo el ayudante de Sherlock Holmes, que ya es bastante, tampoco es un simple doctor en medicina y veterano de la guerra, mucho menos el compañero de aventuras del detective que se maravilla ante sus hazañas; ¡no, no! Conan Doyle quería que los lectores se sintieran identificados con él y lo convirtió en el narrador oficial de las novelas y relatos de Sherlock Holmes. Y esto, tan sencillo, convirtió al personaje Sherlock Holmes, en un mito universal.
Al contrario que muchas historias, donde hay secundarios que malogran la evolución de un buen texto, la agudeza de Sherlock Holmes no sería tan brillante si no estuviese contada por alguien que se encandila con esa inteligencia inusual y nos provoca la misma fascinación a nosotros.
¡Cuidado, no decimos que sea la primera historia donde un personaje secundario es tan importante como el protagonista! Antes que Watson, Sancho Panza nos robó el corazón con su pragmática rusticidad. Y si nos vamos a la tragedia griega es difícil no sentirse apegado a historias de parejas famosas, ya sea por amor o amistad. Pero lo que hizo Conan Doyle es crear la pareja y darle las riendas al que no es su protagonista para que destaque el más brillante de los dos. Aquel que es el centro de la historia.
Un punto, ¿qué crees que es Sancho para Quijote o Adso de Melk para Guillermo de Baskerville?
Es evidente que Conan Doyle fue muy ingenioso a la hora de elegir al doctor Watson para contar Las aventuras de Sherlock Holmes. Conan Doyle estudió al detalle esta relación y comprendió que para que la historia funcionara, no podía Holmes contar sus propios descubrimientos, porque sería aburridos, si el personaje contara tal y como los ve, o el personaje sería un pretensioso insoportable del que abandonaríamos la lectura tras la tercera pedantería.
Advertimos que el talento de Holmes llega con mucho más vigor al lector cuando es visto por los ojos de alguien que lo ve actuar y se admira de cómo soluciona los casos. Watson es un hombre sencillo, inteligente, no cabe duda, pero de una ingenuidad que contrasta con la genialidad de Holmes.
Veamos lo que dice en «El aristócrata solterón»:
Hace ya mucho tiempo que el matrimonio de Lord St. Simon y la curiosa manera en que terminó dejaron de ser temas de interés en los selectos círculos en los que se mueve el infortunado novio. Nuevos escándalos lo han eclipsado, y sus detalles más picantes han acaparado las murmuraciones, desviándolas de este drama que ya tiene cuatro años de antigüedad. No obstante, como tengo razones para creer que los hechos completos no se han revelado nunca al público en general, y dado que mi amigo Sherlock Holmes desempeñó un importante papel en el esclarecimiento del asunto, considero que ninguna biografía suya estaría completa sin un breve resumen de este notable episodio. [3]
Si hoy Sherlock Holmes es el gran personaje que todos conocemos es en gran parte por la eficacia del punto de vista escogido por Conan Doyle.
Para terminar, tengamos cuidado de no creer, como Moby Dick, Drácula o Frankenstein, que con el mito que es Sherlock Holmes sabemos la historia que cuentan estas novelas, sin haber leído los libros. A veces el mito que instaura un personaje es tan grande, que rebasa sus fronteras de origen y, como ya he dicho más de una vez, muchos dan por sentado que ver un filme, leer un comic o una novela gráfica de estas grandes historias, ya basta para saber lo suficiente sobre las novelas originales. Por favor, no nos equivoquemos, rompamos ese círculo vicioso.
[1] DOYLE, Arthur Conan, Las aventuras de Sherlock Holmes, Planeta, Barcelona, 1994.
[2] Doyle, Arthur Conan, Daniel Stashower, Jon Lellenberg, and Charles Foley. 2007. A Life in Letters. New York: Penguin.
[3] DOYLE, Arthur Conan, Las aventuras de Sherlock Holmes, Planeta, Barcelona, 1994.