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Por buena que sea, no deja de sorprenderme que una novela tan versada, que tanto se vendió y que hoy es todo un clásico, no tenga el suficiente prestigio ni las ventas que merece su calidad. Me refiero a Sinuhé el egipcio, una novela que es desconcertante, muy buena, aunque no tenga ningún mérito exponerlo, como digo en La biblioteca del disidente.
Cuando era adolescente las civilizaciones de la antigüedad siempre me habían impactado, en especial Egipto, Mesopotamia, y luego las sociedades precolombinas. La idea de que poseían un conocimiento que era imposible para el ser humano siempre me había cautivado.
Desde niño había leído relatos, comics, novelas que siempre habían martillado mi cerebro con esa idea tan ficticia, como a la vez verosímil y maravillosa, de que sin ayuda extraterrestre no habría existido esta civilización que desconcierta cuanto más conoces sobre ella.
Por azares del destino me hice historiador. Y por recursos que asimilé como polilla bibliográfica de esa ciencia, en la universidad aprendí que nada de sideral existe en las pirámides y construcciones prerromanas, pero, a la vez, no dejaban de ser extraordinarias.
El conocimiento maravilloso que entonces aprendí sobre Egipto es que la teoría marxista de explicar toda sociedad previa como esclavista, no tiene argumentos defendibles para Egipto antiguo, donde un campesino o un artesano, iban entusiasmados por su fe a construir la tumba de su Dios y eso lo refleja Mika Waltari en su novela Sinuhé, el egipcio con una precisión y una verosimilitud que desconcierta a los que contamos historias a través de la ficción.
En la historia literaria de Finlandia Mika Waltari ocupa una posición indiscutible, principalmente como novelista, pero casi a la misma altura como dramaturgo. Su producción literaria se extendió a lo largo de cinco décadas y escribía muchísimo y publicaba más, por lo que el volumen de su obra literaria es escandaloso, tiene una treintena de novelas, 6 colecciones de poesía, 26 obras de teatro y numerosos trabajos independientes como guiones para radio y cine, traducciones y cientos de reseñas y artículos.
Sin embargo, el número de sus obras que son considerados como clásicos también es inusualmente amplio, lo cual no es siempre ley de la ficción creativa. Esto se debe, quizás, a que prefería historias con una narrativa sencilla, directa y muchas de ellas con un marcado tono erótico que conectó con un público amplio y le provocó acusaciones de que escribía literatura de entretenimiento. Algo que ha quedado desmentido si lo has leído, y que ha queda evidenciado por la historia cultural. Conquistó primero al público finlandés, pero, a partir de finales de la década de 1940, se convirtió en todo un fenómeno universal.
Las novelas de Waltari trascienden a sus personajes y a la historia como disciplina científico-social, se convierten en indagaciones profundas del carácter humano, de la relación del hombre frente al poder, de la búsqueda casi desquiciada de un ideal humanista que no se enfrenta, sino más bien, se complementa con el amor carnal que a ratos aprecias en sus novelas.
Sinuhé, el egipcio es una de tantas novelas históricas escritas por el autor finlandés Mika Waltari donde logra hacer esto: plasmar la condición humana en un entorno en el que nos han hecho creer, muchas veces, que esa humanidad no existía.
Publicada por primera vez en 1945, la historia de Sinuhé el egipcio ocurre en el Antiguo Egipto durante el reinado del faraón Akenatón, y ofrece una visión tan detallada de la vida y las costumbres de esa sociedad, que mientras avanzas en la lectura, incluso conociendo esa época, no dejas de sorprenderte por el nivel de detalle que ofrece.
Entre tantas teorías de este inmenso conocimiento o nivel de verosimilitud de la novela, una de las más interesantes explora la idea de que Waltari viajó al pasado y pudo asistir a los hechos que cuenta la novela, que como teoría para la novela es magnífica, si bien no tiene (me siento raro teniendo que explicarlo) ninguna lógica científica.
Para entenderla mejor, permíteme una pequeña reseña histórica de lo que planea sobre la novela. En el Egipto de los faraones, entre los estamentos sociales los sacerdotes tenían un inmenso poder. Debemos tener en cuenta que un Faraón no es un representante de Dios en la tierra, el Faraón es el mismo Dios Amón, y quien le rodea y le sirve es de una potencia indiscutible.
El problema es que, como en toda sociedad, las normas políticas se terminan corrompiendo si no se someten a control. Y durante el reinado de Akenatón, los sacerdotes cuyo poder había ido creciendo durante previos reinados, discutían ya de tú a tú con el poder de Amenhotep, que era el nombre de nacimiento de Akenatón, como su padre.
Para contrarrestar ese poder de los sacerdotes, Amenhotep cambió su nombre para indicar que él era el Dios Atón, diferente al Dios Amón, que decían adorar los sacerdotes, e impulsó un montón de medidas religiosas, sociales y económicas que pretendían socavar ese poder de la clase religiosa.
Pues en ese contexto, el novelista Mika Waltari se inventa un personaje ficticio, un hombre llamado Sinuhé, que estudió medicina, y que llega a ser el médico más importante del reinado de Akenatón y vive, de primera mano, todo ese ambiente de lucha y conspiración política existente durante uno de los períodos más interesantes de la historia de Egipto.
La historia de la escritura de Sinuhé, el egipcio se explica por la fascinación de Waltari por el Antiguo Egipto desde su juventud, especialmente tras el descubrimiento de la tumba de Tutankamón en 1922, que capturó la atención mundial. Durante sus viajes, Waltari visitaba museos de egiptología y acumuló un vasto conocimiento sobre la civilización egipcia, que integró meticulosamente en su novela.
Como ejemplo, existe un texto famoso de la literatura egipcia titulado Historia de Sinuhé, cuya historia es muy similar a lo que cuenta Waltari en su novela, pero en el propio texto se explica que no es el mismo personaje, puesto que el Sinuhé del finlandés, toma su nombre porque, en la novela de ficción, su madre se inspiró en el texto histórico de la cultura egipcia, muchos años antes del nacimiento de nuestro protagonista.
En cualquier caso, Waltari, combinó elementos de las biografías de Sinuhé y de la historia real del Faraón Akenatón, manteniendo una precisión histórica en la descripción de la vida en el antiguo Egipto, que todavía hoy desconcierta a los escritores que saben narrar y usan la historia como base literaria.
En abril de 1945, Waltari se retiró a la casa de su suegra en Hartola para dedicarse a la escritura de la novela. En un período de tres meses y medio de intensa inspiración, llegó a escribir entre 15 y 27 páginas diarias. Esta dedicación resultó en un manuscrito de casi mil páginas, que entregó a su editorial en agosto de ese año.[1]
La novela, como hemos expresado y seguramente ya sabes, destaca por su profunda ambientación y detallada recreación del Egipto antiguo. Waltari coloca su punto de vista en Sinuhé, el protagonista, contando la historia en primera persona, lo que permite al lector experimentar la historia desde la perspectiva íntima del propio personaje que cuenta su historia.
Yo, Sinuhé, hijo de Senmut y de su esposa Kipa, he escrito este libro. No para cantar las alabanzas de los dioses del país de Kemi, porque estoy cansado de los dioses. No para alabar a los faraones, porque estoy cansado de sus actos. Escribo para mí solo. No para halagar a los dioses, no para halagar a los reyes, ni por miedo del porvenir ni por esperanza. Porque durante mi vida he sufrido tantas pruebas y pérdidas que el vano temor no puede atormentarme y cansado estoy de la esperanza en la inmortalidad como lo estoy de los dioses y de los reyes. Es, pues, para mí solo para quien escribo, y sobre este punto creo diferenciarme de todos los escritores pasados o futuros.[2]
La novela, ya de por sí atractiva en su punto de vista y su narración, tiene una prosa rica y descriptiva, junto con un ritmo acompasado que permite la pausa y la reflexión. Una de sus grandes virtudes es aportar grandes frases, como verdades absolutas, dentro de la narración sin que parezcan grandilocuentes ni parches fuera de contexto, y que nos hacen pensar en la gran verdad que aportan, incluso para desmentirlas, si no estás de acuerdo con ellas.
Porque el hombre no puede vivir si no se considera superior a los demás, y no hay miserable que no se crea mejor que otro. (…) nada regocija tanto al hombre como saberse superior a otro en lo que sea.[3]
Del mañana nadie está seguro y en la piedra que rueda no se cría musgo…[4]
Además, la caracterización profunda de los personajes y el uso de un humor refinado enriquecen la narrativa. Es muy llamativa la diferencia entre la caracterización de los personajes del Faraón y Kaptah, el sirviente de Sinuhé, y el comandante militar Horemheb con la impecable fuerza emotiva de Sinuhé. Los primeros parecen un tanto estereotipados, mientras que el Sinuhé es retratado como un personaje en pleno desarrollo, con muchas contradicciones y capaz de ser apreciado desde múltiples planos psicológicos.
es Una visión personal que me aportó esta novela cuando la leí, es su fuerte visión humanista mientras lo sumerge al lector en las complejidades de la vida egipcia. Es contradictorio porque mientras avanzas en su lectura, más comprendes que su protagonista no es un hombre de su época. Sinuhé cuestiona los Dioses, pone al hombre en el centro de los problemas, no tiene un espíritu militarista ni guerrerista, trata a las mujeres en un plano de igualdad, a las clases sociales bajas, con la misma igualdad, y los que somos puntillosos con la veracidad histórica, al principio, nos cuesta asimilar esa caracterización de un hombre que vivía en algún momento del siglo XIV a.C donde el Faraón el mismo Dios.
Pero si lo analizas bien, la época en la que se ubica la vida de este Sinuhé el Faraón, como institución política, había perdido mucho del poder que había tenido en los primeros años de la civilización egipcia. También asumes que en toda la historia del mundo ha habido personajes históricos que se han adelantado al momento histórico que les tocó vivir, desde Cristo hasta Van Gogh.
Y lo que creo más importante, es tan atractiva la prosa, tan rica su sencillez descriptiva y tanto aportan en filosofía y sicología sus frases internas sobre la vida, que pronto dejas de pensar en este posible anacronismo (que insisto, no lo es) porque lo que empieza a importarte como lector es el destino de los personajes y la inmensa reflexión que te ofrece sobre cómo actuar en la vida, aunque la tuya esté miles de años alejada de Sinuhé.
Durante toda la novela te sumerges en sus virtudes, que dejas de pensar en sus posibles defectos. Ese recurso técnico lo logra Waltari con una descripción muy detallada con su amplio conocimiento del antiguo Egipto, pero al mismo tiempo te coloca conflictos humanos que puede vivir tú en la actualidad.
Esa lucha de poder entre dos facciones políticas y religiosas donde terminan olvidando lo esencial, al mismo ser humano, hace que la respuesta lógica sea la de no dejarse arrastrar por ninguna de las partes enfrentadas. La tensión entre idealismo y realismo, poder y libertad, individualismo y colectivismo, domina el libro y no se resuelve del todo; el desenlace contiene tanto pesimismo como semillas de esperanza.
Como os comenté antes, su prosa no es perfecta. Mika Waltari escribía tanto y narraba y estructuraba tan bien sus novelas, que podía permitirse un ritmo de trabajo inusual para una gran cantidad de novelistas. Y sí, puedes encontrar algunas páginas con una prosa más bien llana, directa, que algunos llegaron a considerar ordinaria.
El crítico Lauri Viljanen del periódico Helsingin Sanomat fue un crítico severo de las obras de Waltari.[5] El autor consideraba que la mala acogida de sus obras, por parte de este y otros críticos, se debía a su éxito y su rápido ritmo de publicación. Llevaba muy mal estos ataques sobre su prosa y forma de escritura y para compensar esto, y evidentemente también para avergonzar a sus críticos, participó en concursos en los que los jueces desconocían las identidades de los autores. Oiga, y en algunos de ellos ganó los premios.
Es curioso, su obra es mucho más grande que la de cualquiera de sus críticos, no necesitaba justificar su éxito, y la vida ha dado la razón a su obra. Su popularidad entre el público ha hecho que sus novelas hayan seguido leyéndose más allá de su idioma, su terruño y su época. Hoy en día títulos como el que hablamos, junto a Marco el romano, Juan, el peregrino o El Ángel sombrío, son auténticos clásicos que no necesitan reseñas ni críticas de nadie; se leen y se defienden por sí solos.
Por su parte, Sinuhé, el egipcio ha sido traducida a más de cuarenta idiomas y es considerada una de las novelas más célebres del siglo XX. La obra ha sido elogiada por escritores como Fernando Sánchez Dragó que la calificó como «la mejor novela del siglo XX».
Además, la novela fue adaptada al cine en 1954 bajo el título The Egyptian, dirigida por Michael Curtiz, lo que contribuyó a su difusión y reconocimiento internacional.
Termino, Sinuhé, el egipcio, según aprecio, es una de las más famosas y mejores novelas de la literatura. Aunque la obra ha dejado una huella perdurable en la literatura mundial como referente en la novela histórica su base es mucho más amplia que la etiqueta en la que ha triunfado. Sí, Sinuhé, el egipcio es una novela histórica, pero es, a la vez una novela de ideas, una novela psicológica, con un poderoso punto de vista cercano al monólogo interior, una novela picaresca y una novela de aventuras.
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[1] Panu Rajala, Unio mystica: Mika Waltarin elämä ja teokset (Helsinki: Werner Söderström Osakeyhtiö, 2008).
[2] Mika Waltari y Manuel Bosch Barrett, Sinuhé, el egipcio, 1a. ed. en esta colección. (Barcelona: Plaza & Janés, 1996), 5.
[3] Ibid., 521.
[4] Ibid., 255.
[5] Rajala, Unio mystica.